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Reportaje:

Emergencia en la isla de los lagartos

Las pérdidas por el temporal en El Hierro superan ya los 23 millones de euros

La paradoja de que trabajen bien y a conciencia los equipos de emergencia es que, tres días después de que la tragedia en forma de temporal rondara decenas de casas de la pequeña isla canaria de El Hierro, apenas si se aprecian desperfectos. Si uno viaja a velocidad de ministra, se puede llegar a prácticamente todos los núcleos de la isla, casi todas las casas reciben luz eléctrica y agua potable.

Pero los 23 millones de euros en los que el Cabildo Insular ha cifrado el coste de arreglar durante los próximos meses carreteras (algunas construirlas de nuevo), bombas y conducciones de agua, tendidos eléctricos, huertas y el lagartario de los míticos reptiles de 75 centímetros de longitud que pueblan la isla no cubre la fortuna que han perdido en alimentos, muebles, ropas y electrodomésticos decenas de habitantes y pequeños empresarios de esta isla, frontera sur de la UE.

Hubo quien dejó a sus hijos menores encima de un armario por miedo a la riada
En 2005 la tormenta tropical Delta azotó la isla. Aún no han llegado las ayudas
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Asistentes sociales del cabildo y del Gobierno de Canarias no paran de hacer listados para ayudar a estas gentes que, cuando ven llover, dejan de dormir y que, cuando truena, recuerdan las enormes rocas rodando a pocos centímetros de sus casas.

La borrasca del último viernes de enero descargó sobre algunos puntos del interior y el sur de El Hierro tanta lluvia en unas horas como la de todo un año, entre 300 y 500 litros por metro cuadrado. La isla pasa una mala racha. En noviembre de 2005 la azotó la tormenta tropical Delta (y aún no han llegado las ayudas prometidas), desde verano pasado sufre la peor sequía en 40 años, en septiembre perdió 1.400 hectáreas de pino en un incendio y, ahora, la borrasca removió sus cimientos.

En Taibique, unas 30 familias viven para contarlo, pero muchos no han conciliado el sueño cinco días después. La presa construida en el barranco de La Vieja hace 50 años, cuando ya las casas estaban allí, se colmató de lodo y rocas y el agua siguió de largo, provocando una réplica en miniatura del Salto del Ángel. "Primero entró mucha ceniza y lodo; el agua subió tanto de nivel que llegó a los enchufes y pensé que podíamos electrocutarnos", recuerda Abel Jerez Abreu, cuya casa, ahora sin muebles y evidentes secuelas de la inundación, es la que más cercana a la presa. "Llegamos a pensar que nos ahogaríamos, entre el agua que entraba y el ruido espantoso de la presa, como el mar batiendo con fuerza y las grandes rocas rodando que parecía que iban a entrar por la pared".

No fue el único. Durante las amargas horas de la madrugada del sábado, hubo incluso quien dejó a sus hijos menores encima de un armario por miedo a la riada. Abel, María Janet y su hijo Baruc (bendito, en hebreo) salieron por una pequeña ventana del cuarto del niño. La abuela, de 84 años, que nació en esta casa, asegura que nunca ha visto nada igual. "Todo lo que somos y tenemos estaba ahí dentro, pero nuestra lotería es que nos respetara la vida", concluye Abel.

Douglas Quintero, 24 años, delgado, cabeza rapada, chándal y soltero, podría pasar por un pandillero de ciudad, pero ha demostrado más valor. Cuando su padre enfermó, Douglas dejó un trabajo en la construcción, heredó unos cuantos baifos [cabras] y comenzó a criar una cabaña que llegaba a las 400 cabezas. Asegura orgulloso que la producción láctea (a 0,7 euros el litro y 2 a 3 litros diarios por animal) le permite vivir de lo que quiere "sin lujos".

En la madrugada del viernes, la tromba de agua se llevó 100 de sus cabras. Cinco días después, cuando los animales sienten llover, se retiran del cauce. Nadie le ha dicho cómo va a recuperar los más de 150 euros en que está valorado cada animal y la leche que producían.

"Si aquel día no vino nadie, cómo cree usted que ahora van a venir los psicólogos", sentencia María Elba González Padrón. El ruido de la tromba la despertó a las dos de la mañana y ya no ha dormido durante varios días. Su coche y el de un vecino estaban en un garaje frente a su casa. La calle que los separaba ya no existe. Su garaje se ha convertido en una de las casas colgantes de Cuenca.

El torrente fue tan fuerte que ha creado una profunda trinchera donde antes había asfalto. La corriente arrambló con cuatro vehículos y un camión. "Todo el mundo se preocupa de los lagartos, pero ¿y nosotros? ¿no somos las personas más importantes que un bicho de esos?", se queja Dolores Morales.

Estas vecinas lamentan no haber estrechado la mano de la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, que sí charló con otros herreños. "Qué menos que nos diera un trato humano, ya que vino de tan lejos", añade Rosa María Cuesta, cuya casa está ahora vacía, porque todos los muebles, ropa y electrodomésticos quedaron inservibles.

Frente a ella vivía Doña Casimira, de más de 80 años. Si no es por unos valientes, la mujer muere ahogada y de frío. Los héroes locales (Mario Quintero y Rubén Pérez) nadaron por el callejón El Telar, sortearon lodo, rocas y agua helada, rompieron la ventana y, con el agua al cuello, entraron en su casa, encontraron a la pobre abuela semidesnuda, tiritando de frío, de pie sobre la taza del baño. "Acúdame, acúdame" era lo único que decía. Tardó varios días en reaccionar.

Cuando María Elba, Dolores Morales, Rosa María Cuesta, Rubén Pérez, Mario Quintero y Carmina González Quintero recuerdan esa noche crece la indignación por lo abandonados que se sintieron, por el colapso del 112, por lo estrecho que se hizo la diferencia entre vivir y morir. Pero se enorgullecen de que, en un minuto, todos se ayudaran mutuamente. "Lo hermoso de esta tragedia es que todo el mundo no ha parado de ofrecerme su casa y su dinero", reconoce María Elba. "Y que podemos contarlo", matiza Rosa María Cuesta.

Abel Jerez, uno de los afectados por la riada de El Hierro.
Abel Jerez, uno de los afectados por la riada de El Hierro.J. M. P.

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