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Columna
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Ahí os quedáis

Lo decían los emigrantes hace muchos años desde el puerto de A Coruña, y por boca de Os Diplomáticos de Monte Alto en una canción hace no tantos: "Aí vos quedades, aí vos quedades, entre curas, frades e militares". Era el grito de orgullo y de autoconfianza que lanzaban quienes se marchaban de su tierra con mucha menos valentía de la que aparentaban, pero despidiendo a los suyos por donde más dolía: en el fondo todos querían estar en ese barco.

Había necesidad, mucha, en aquella huida hacia delante, pero también la ambición de prosperar unida a la resignación de pensar que aquí es imposible. Ellos, nuestros padres y abuelos, vivían en familias divididas entre los valientes, o aquellos a los que no les quedó otra que irse, y los cobardes, o aquellos que no tuvieron otra que quedarse. Unos y otros trabajaron lo que pudieron para que este país mejorase su situación y sus hijos no tuviesen que repetir esa incómoda y transalpina historia.

Aquí estamos, en el siglo XXI, en un país muy mejorado pero que sigue viviendo cada vez más ausencias. Lo saben todas las pandillas veinteañeras que tienen alguno de sus miembros fuera: muchos de nosotros tenemos pocos problemas en encontrar alojamiento de dos días en Madrid, Barcelona o Londres, tirando de amigos y un poco de morro. Los tenemos en las universidades más perdidas de la América profunda, estudiando elefantes en Birmania, protones en Ginebra, dando clase de música en Tanzania, enseñando español en Nebraska o gallego en Escocia. Y otros tantos compañeros de clase y vecinos haciendo camas en hoteles de Dublín o de Mallorca, o poniendo ladrillos en Lanzarote. Luchando por hacer realidad sus sueños de triunfar, en donde sea, de ver un mundo que les atraiga más que éste o de juntar unos euros para intentarlo otra vez aquí.

No es que el cómputo pandillero sea muy fiable, pero los datos oficiales confirman esta sensación de abandono que llevamos unos años sintiendo. El año pasado, 18.000 gallegos emigraron, 15.000 de ellos a otras comunidades autónomas. Se nos van los más jóvenes, los más listos y los más trabajadores, los mejores de la clase. Y los más guapos, mientras aquí nos morimos de la rabia al pensar que se irán con la primera china o catalán o alemana que encuentren, para después coger el primer vuelo low cost que pillen y venir a pasearse con ella.

Y es que gracias a los vuelos de bajo coste y a Internet emigrar ya no es lo que era, y el dramón transalpino se queda un poco anticuado. No es raro decir que vemos a nuestros amigos emigrados más a menudo que cuando compartíamos código postal. Hablamos más con ellos porque están todas las noches colgados del messenger para enterarse de qué pasa por su tierra, o contando sus aventuras en un blog, y lo cierto es que acaban tomando más conciencia de país que cuando estaban aquí, aunque sólo sea por el esfuerzo que emplean en sacar a sus nuevos vecinos de la ignorancia que nos sitúa automáticamente en tierras de sol, toros y sangría. Suele ser la primera anécdota que nos cuentan cuando vienen de visita. Tras otras muchas llega la inevitable pregunta de si tienen pensado volver. Nos dirán que de momento lo ven chungo pero sí a largo plazo, cuando toque heredar un trozo de terruño en el que escribir un árbol y plantar un hijo con la china del párrafo anterior.

Nosotros no nos lo acabamos de creer aunque nuestra secreta esperanza es que vuelvan con el rabo entre las piernas para poder recibirles con una palmadita en la espalda y un sueldo de becario principiante, que a ver si va a ser lo mismo venir con un titulillo o experiencia de fuera que llevar tiempo currándoselo aquí. Pues por ellos, que siguen igual de listos y de orgullosos que al irse o más, ya podemos esperar sentados. Lo seguirán intentando ahí fuera y convenciéndonos para que les sigamos. Y mientras éste se va y aquél se va, otros aquí nos quedaremos, entre hipotecas, mileurismo y ancianos que cuidar, esperando a que vengan los inmigrantes a alegrarnos un poco la existencia cuando ya no quede nadie. Esos que dice la televisión que están haciendo rica a España; los mismos que vienen a Galicia por unos meses, ven lo que hay y se vuelven a largar.

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