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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El general invierno

Atraído esta mañana de enero por un cielo sacramental y blanco como una rosa de cenizas, he salido en busca del invierno que, por lo visto, anda todavía recluido en sus cuarteles. Y así he visto que hay más invierno en las afueras de Barcelona que en el centro mismo de la ciudad, como también ha habido estas navidades más luces y decoraciones en los barrios que en el paseo de Gràcia y sus calles aledañas. Estos días está pareciendo que, con el cambio climático, hayamos cambiado la temporada de frío por la temporada de rebajas. Al invierno le he querido salir al encuentro en un paisaje de vías ferroviarias y de antiguos cuarteles, porque a uno el invierno, con sus postales de trenes nevados, y con su imponer su paz pasajera en todas las guerras, le unge de una literatura de la que no son capaces las otras estaciones. Resulta que el invierno, en esta mañana calcinada por un cielo gris interminable, se ha expatriado en la gente que pasa abrigada por los puentes del Palomar y del paseo de Santa Coloma, y en la gente que entra en el metro por la parada de Torras i Bages, que es cada vez más una línea de metro de gente venida de China, Pakistán, África, Latinoamérica, y así una línea de todo el que no puede ir en coche al trabajo. El invierno estaba esta mañana, ya digo, en una muchacha acurrucada dentro de su abrigo verde, que entre matas, plantas que tienen un poco de plantas de vertedero, con sus tallos recios, y sus hojas gruesas, y sus flores pequeñas, paseaba su perro por el solar que dejaron los antiguos cuarteles de Sant Andreu, y el invierno estaba también en un matrimonio de ancianos que llevaba a su nieto abrigado con un anorak, y el nieto, cubierto por su capucha como un esquimal enano, jugaba con la muleta de la mujer, y estaba, además, en el chaval sin afeitar adormilado en la cabina de un camión de la chatarra, con los pies apoyados en el salpicadero, y estaba asimismo en el hombre de chaleco de punto, camisa azul y corbata, que ha aparcado en la gasolinera y ahora habla por su móvil, y se fuma un cigarrillo, y se ajusta la bragueta en todo esto, y el invierno está, por supuesto, en el otro hombre que hay a su lado, vestido con un chándal y que rebusca en un contenedor de la basura. Y también estaba el invierno en las bufandas de las dos gitanas que decían: "Es que la gente no va bien". "Y aunque vayas bien ¡también te matan!".

Las claras ramas del invierno eran esta mañana las ramas de los árboles arrancados y tumbados en los solares de estos cuarteles, y también eran los propios árboles en pie y ahora sin hojas, y su ramaje frágil y blanquecino, y eran un puñado de cipreses que, con sus copas altas y oscuras, han brindado por los fantasmas que los visitan cada noche. Al invierno le retenía embelesado en estos árboles una bandada de cotorras prodigiosas, que imitaban con sus voces el graznido de los cuervos. El invierno, que es duro como un cadáver, o eso dijo un poeta, se ha metido esta mañana en la dureza de la piedra de las viviendas militares, en el escudo del águila con la cruz-espada esculpido en las fachadas, encima de cada portería; se ha incrustado en el símbolo de piedra de los artilleros, que es una bomba encendida; y se ha empotrado también en las pocas garitas de guardia que aún se siguen desgranando piedra a piedra como un reloj de arena que no tiene vuelta. Se concentra el invierno en la chapa de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios, con su dibujo del arcabuz, la pica y la ballesta y enfrente de una comisaría de los Mossos d'Esquadra.

El invierno ha saltado esta mañana por el puente del Palomar o por el del paseo de Santa Coloma, vaya usted a adivinarlo, y se ha quedado atrapado en la red de vías de los talleres de Sant Andreu Comtal, que en su verdad proletaria de naves y fosos donde los trabajadores reparan los trenes, y en su brillante verdad de los carriles de acero por donde entran las máquinas en una prudencia de 15 km/h, y en su esforzada verdad de piedra y balasto de roca triturada, y en su astillada verdad de traviesas de roble amontonadas, roídas por los fríos dientes de la lluvia, hacen Barcelona más verdadera, más nutrida de materia prima. El invierno estaba todo el rato en el rombo eléctrico de los pantógrafos, en la alta tensión de las catenarias con su corriente de 3.000 voltios, en los motores que aguardan una oportunidad embalados en plásticos, en los puentes-grúa con que izan los vagones, y el invierno se había entretenido también en la ecuánime piedra de las piquetas blancas y negras que marcan la separación mínima entre los trenes que se cruzan. Con el invierno, lo que ha pasado esta vez es que se ha quedado pegado en la mochila del ecuatoriano que va dejando en los parabrisas de los coches un anuncio de un piso en venta, en la zona, por 74.900.000 pesetas, no lo pone en euros. O acaso sucede que el invierno se ha enfrascado con los niños del colegio que juegan al baloncesto con el abrigo puesto, y que se comen el bocata con una mano en el bolsillo, y que cogidos por el hombro para sincerarse pasean por el patio. Sartre escribió que la vida no es la naturaleza, y quizá el invierno, que es tan literario, lo ha leído y ahora no sabe por dónde salir.

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