Un país irritado
El pasado sábado se constituyó, en Barcelona, el patronato del Archivo de la Corona de Aragón. Los presidentes de Cataluña, Aragón, Valencia y Baleares, junto con la ministra de Cultura, Carmen Calvo, firmaron el documento correspondiente. Se ponía fin de ese modo a un proceso de casi treinta años, plagado de dificultades y donde el acuerdo se creyó imposible en más de una ocasión. A partir de ahora, el archivo será gestionado por un patronato, con presencia del Estado, y constituido por los presidentes de las autonomías con fondos en el mismo. La firma del documento no supone que la totalidad de los problemas hayan quedado resueltos, ni mucho menos. Todo indica, no obstante, que existe la voluntad política de vencer las dificultades que se vayan presentando en el proceso y que ahora deberán resolver las comisiones técnicas.
Según he podido ver, el hecho ha merecido un tratamiento discreto en los medios de comunicación. Parece haber predominado la idea de que el archivo era un asunto de especialistas, poco interesante para el público. Y, sin embargo, ¿no está ahí contenida la historia del pueblo valenciano? ¿No se ha producido un acuerdo político de cuatro comunidades, que han dejado de lado sus recelos para obtener un bien común? Las noticias positivas no suelen despertar excesiva atención y, en los últimos tiempos, la tendencia se ha acentuado. El país vive unos momentos donde la política de declaraciones domina la actualidad, mientras se registra una progresiva irritación. Hemos llegado a un punto en que el desacuerdo sólo sabe manifestarse a través de una violencia verbal inusitada. En estas circunstancias, únicamente lo escandaloso, aquello que tiene apariencia de tremendo, es capaz de llamar nuestra atención.
Hace poco, leía en la prensa la entrevista a un corresponsal británico, afincado desde hace un tiempo en nuestro país. El periodista se sentía asombrado ante el espectáculo que ofrecían los políticos pero, sobre todo, le sorprendía la importancia que los periódicos daban al hecho. Una situación similar, aseguraba, nunca podría darse en Gran Bretaña porque los lectores la rechazarían. Ignoro con qué ánimo se enfrentarán los lectores españoles a la situación, pero la cantidad de información política que se publica en nuestra prensa es impresionante. Ahí está el número de páginas dedicadas la pasada semana al tema de las negociaciones para renovar los cargos en la CAM.
Suele decirse que esta situación no es más que una consecuencia de la juventud de nuestra democracia y que las cosas mejoraran con el paso de los años y la llegada de nuevas generaciones a la política. Quiero creer que será así. Personalmente, desearía un país menos crispado, donde las diferencias se resolviesen de un modo más tranquilo y, si fuera posible, menos histriónico. Si a cambio de ello, tuviésemos que soportar un poco de aburrimiento, no me importaría. Aunque más que de aburrimiento, quizá fuera mejor hablar de previsibilidad, como reclamaba hace poco el empresario José Manuel Lara. Un país previsible puede deparar muchas satisfacciones y es excelente para la economía. La normalidad -que no supone la ausencia de conflictos, ni excluye la discusión- es quizá el estado más grato que puede alcanzar una sociedad democrática. En una sociedad normal, un acuerdo como el alcanzado para el Archivo de la Corona de Aragón tendría, sin duda, el reconocimiento que se merece, aunque sólo fuera por lo que supone para la preservación de nuestra historia
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