Bromas
Antes de comentar el estreno de Anónimos (La Sexta), quiero avisarles de que, si fuera por mí, los programas de bromas estarían tipificados como delito por el código penal. Dicho esto, Anónimos produce elaboradas bromas que cuentan con la complicidad de personajes conocidos (Chenoa y Pepe Sancho) y que toman el pelo a personajes anónimos o famosos. El anonimato, pues, debe aplicarse a la posibilidad que se les brinda a los famosos de, tras someterse a una sesión de caracterización de hasta siete horas, andar por la calle como desconocidos más o menos desequilibrados. En el plató, Àngel Llàcer ejerce de anfitrión y repasa, junto a los implicados, el argumento de bromas en las que una Chenoa disfrazada de pasota se hace pasar por fan de Chenoa o en la que Sancho ejerce de facha total y molesta a tipos tan pacientes como el actor Enrique San Francisco o el restaurador Lucio. La originalidad del formato consiste en que, en general, la moda vigente abusaba de anónimos que se parecían a famosos y que protagonizaban bromas televisivas. Aquí se invierte el proceso y son los famosos los que se disfrazan de anónimos.
En el plató, Llàcer atiende a sus invitados siguiendo su instinto de dramaturgo: dinamismo, énfasis expresivo y una vertiginosa combinación de risa artificial, grito pelado, mueca, salto y gesticulación. El público, formado también por víctimas de las bromas, reacciona con simpatía y, aunque parezca increíble, se muestra comprensivo a la hora de digerirlas. Al repasar la broma del falso Sancho plasta y franquista, Llàcer y el veterano actor incluso se pusieron a bailar una herética sardana a los acordes de un politono del Cara al sol.
El trabajadísimo proceso de caracterización tiene algo de operación quirúrgica, una cuestión que también está muy presente en Antena 3, donde se sigue anunciando un programa en el que se cambiará el aspecto de gente descontenta con su físico. Creo que es una idea algo blanda: lo divertido sería obligar a operarse a gente que está satisfecha con su físico. Menuda broma.
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