El urbanismo amenaza Alcoy
Cuantas veces me han pedido consejo para viajar por la provincia de Alicante, he recomendado que no se dejase de visitar Alcoy. Los amigos que han seguido estas indicaciones, siempre me lo han agradecido y han expresado su contento por conocer la ciudad. Pese a no tratarse de una población monumental, la impresión que Alcoy produce en el visitante suele ser excelente. Hay que exceptuar, claro está, a quienes valoran el interés de un lugar exclusivamente por el número de sus monumentos históricos: a estas personas, Alcoy les defraudará. En cambio, quienes disfrutamos con la herencia de las generaciones que nos precedieron, la consideramos una población fascinante, de unas cualidades poco comunes.
La orografía tan peculiar sobre la que se asienta y el desarrollo urbano de la época de su expansión industrial han dado a Alcoy su carácter. En un momento en que las ciudades comienzan a parecerse unas a otras como gotas de agua, pasear por las calles de Alcoy produce la alegría de encontrarnos ante lo singular, lo auténtico. Por fin, pensamos, tenemos ante los ojos algo propio, que no aspira a convertirse en Nueva York. Esto lo ha entendido muy bien el alcoyano que, durante muchos años, ha sido el primer defensor de la idiosincrasia de su ciudad.
Mantener esta postura no siempre ha sido fácil, y las dificultades que ha planteado y todavía plantea el mantenimiento del casco antiguo de la población son considerables. Los esfuerzos realizados durante la alcaldía de Sanus resultaron espectaculares en algún caso pero, a la larga, se revelaron poco eficaces. Pese a estos inconvenientes, la ciudad ha ido creciendo de una manera armónica y acompasada. En la zona del ensanche se ha construido con una cierta dignidad y un notable respeto por las alturas, lo que ha permitido mantener la imagen de la población.
En los últimos tiempos, sin embargo, las cosas han comenzado a cambiar. La presión de los constructores se ha intensificado y actuaciones como la que se anuncia en La Estambrera hacen pensar que Alcoy se encuentra en peligro. La recalificación de unos terrenos industriales para construir un imponente edificio de varias alturas parece señalar que el Ayuntamiento se ha rendido a los intereses de los especuladores. Aunque la reacción de los vecinos no se ha hecho esperar, todavía es tímida y hay pocos motivos para el optimismo. La Estambrera, además, no es el único caso -también está amenazado el entorno de la Mariola- y todo indica que el urbanismo salvaje que ha destruido tantas de nuestras poblaciones en estos años pasados, ha llegado también a Alcoy.
No sabe uno si ese enigmático urbanismo sandía del consejero González Pons podrá tener algún efecto en la ciudad. Desde luego, sería deseable que sirviera para llevar un poco de sentido común a los gobernantes alcoyanos. Las ciudades no pertenecen a los constructores, en contra de lo que estos suelen pensar: las hemos recibido de nuestros predecesores y hemos de entregarlas a quienes nos continuarán. No, no se trata de ideas románticas ni, mucho menos, impracticables. En otros lugares, han sido capaces de llevarlas a la práctica con éxito considerable, y ello no les ha impedido convertirse en países más desarrollados que el nuestro. No es una cuestión de economía, sino de sensibilidad y de justicia. No deberíamos permitir que el enriquecimiento de unos pocos suponga el empobrecimiento del resto de la sociedad. Alcoy es patrimonio de todos los valencianos y la debemos preservar.
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