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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El euro gana

Cinco años después de que el euro entrara en circulación, se ha fortalecido y se le ha incorporado por vez primera un país de la otrora Europa del Este, Eslovenia, que parece llegar a una moneda definitiva tras haber tenido cuatro distintas en 70 años. Aunque su nacimiento como moneda común tuvo lugar en 1999 -denominando numerosas transacciones financieras y, desde luego, los presupuestos nacionales-, en enero de 2002 el euro sustituyó de forma definitiva a los billetes y el metálico en las 11 economías que lo asumieron. Grecia se sumó posteriormente. Es la historia de un éxito de una escala sin precedentes.

Ha sido una muy singular cesión de soberanía. Tanto que amparó el escepticismo, cuando no las más directas advertencias de fracaso, de no pocos académicos y políticos, a uno y otro lado del Atlántico, y las críticas siguen arreciando. A pesar de que aún importantes sectores de la opinión pública de la eurozona no estén convencidos, el balance de esa operación de fortalecimiento de la dinámica de integración europea es inequívocamente favorable. Hay que lamentar algunos episodios,

mínimos en todo caso en relación con la envergadura de la operación,

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como el redondeo o la equiparación en nuestro caso de muchos precios que en su paso al euro se excedieron. Muchos lo han sentido en sus bolsillos, aunque no se ha reflejado en el IPC.

Pero la moneda única no ha traído consigo ninguna plaga de desempleo e inflación. Los mercados financieros la han asumido en todas sus operaciones y los gobiernos de otros países la han incorporado de forma creciente a sus reservas internacionales como depósito de valor que poco tiene que envidiar al dólar, ahora en caída. Incluso gana terreno como moneda de referencia para el petróleo. La desaparición del riesgo de cambio en el seno de una región que lleva a cabo las tres cuartas partes de sus intercambios entre sus propias economías es una ventaja difícil de pasar por alto. Y los países del euro se han convertido en el corazón de Europa. Falta que esta fuerza se agrupe en las instancias internacionales.

Desde una perspectiva española, la apuesta por el euro desde el mismo momento de su concepción ha sido ampliamente recompensada. La asunción de las condiciones de convergencia nominal que imponía la transición a la fase final de la integración monetaria introdujo a la economía española, como a otras, en una senda de estabilidad que condujo nuestros tipos de interés a un nivel históricamente reducido, fundamento esencial de la fase expansiva que todavía perdura.

El aprovechamiento de esas nuevas condiciones no ha sido, sin embargo, completamente aprovechado, dado el descuido en el necesario fortalecimiento de las muy parcas dotaciones de capital humano y tecnológico. Es hora de recuperar el tiempo perdido. De otro modo, corremos el riesgo de que el impulso del euro no deje otro resultado visible a medio plazo que un parque de viviendas más amplio y un déficit exterior tan difícil de sostener que echemos de menos a la peseta.

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