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La OTAN después de Riga

Joseph S. Nye

Cuando la Unión Soviética se vino abajo, muchos pronosticaron el fin de la Organización del Tratado de la Alianza Atlántica (OTAN). Sin embargo, hace pocas semanas, la OTAN celebró su cumbre en Riga, capital de Letonia, antigua integrante de la URSS.

La OTAN se fundó en 1949 para contener el poder soviético. Su eje estaba en Europa Occidental y, según decía un chiste, pretendía dejar fuera a los rusos, someter a los alemanes e integrar a los estadounidenses. Pero el mundo de la guerra fría desapareció hace tiempo. Alemania es una democracia firmemente anclada en el seno de la Unión Europea y no existe riesgo alguno de que los tanques soviéticos irrumpan por las llanuras septentrionales germanas.

La OTAN ha sobrevivido transformándose. Aunque algunos miembros centroeuropeos antiguamente ocupados por la URSS continúan viendo la Alianza como una póliza de seguridad frente a una posible revitalización de las ambiciones rusas, la OTAN ya no apunta hacia Rusia. Ciertas sospechas residuales y el orgullo ruso limitan el acuerdo entre la OTAN y Rusia, pero el objetivo de la Alianza ya no es ese país.

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Una de las principales labores realizadas por la OTAN durante la primera década posterior a la guerra fría ha sido la de atraer hacia Occidente a los nuevos países liberados de Europa Central, mediante una perspectiva de integración condicionada al cumplimiento de pautas democráticas. Otra importante labor ha sido la de proporcionar estabilidad a la atribulada región balcánica después de la desintegración de Yugoslavia y de las consiguientes guerras en Bosnia y Kosovo. Las operaciones de mantenimiento de la paz de la OTAN han sido un factor de estabilización en la zona. Por ejemplo, sus iniciativas diplomáticas y las de la UE impidieron que el conflicto étnico de Macedonia se convirtiera realmente en una crisis.

Pese a la importancia de estas acciones, muchos observadores han señalado que la OTAN tendría que fijar su atención fuera de Europa. Según una ocurrencia muy extendida, la OTAN tendría que "salirse del área o quedarse fuera de juego". El hecho quedó especialmente patente después de que los atentados cometidos por Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 desplazaran la atención de la política exterior estadounidense hacia el terrorismo internacional.

Los miembros europeos de la OTAN reaccionaron remitiéndose al Artículo 5 de la cláusula de defensa mutua de la Carta de la Alianza y acudiendo en ayuda de EE UU en Afganistán, donde hoy en día hay 32.000 soldados de la Alianza. Los países de la OTAN, al entrenarse juntos, pueden funcionar con eficacia, aun cuando no todos los integrantes de la organización participan oficialmente en las operaciones. Por ejemplo, la OTAN no colaboró en la Guerra del Golfo de 1991 ni en las primeras campañas en Afganistán, pero su capacidad de planificación y su preparación suponen que sus miembros pueden cooperar con eficacia siempre que así se lo soliciten.

Al mismo tiempo, la OTAN posterior a Riga se enfrenta a diversos problemas. Europa se dividió ante la invasión estadounidense de Irak y no existe voluntad política para implicar a la Alianza en ese país. La nueva relación con Rusia debe manejarse con cuidado y la rápida ampliación de la OTAN hacia países como Ucrania y Georgia podría resultar difícil.

Desde el punto de vista militar, los países europeos necesitan gastar más en la seguridad de sus comunicaciones, en su capacidad aérea, en operaciones especiales y en su respuesta a los ataques químicos o biológicos, con el fin de librar eficientemente la guerra contra el terrorismo. A Francia le inquieta que la influencia de EE UU en la OTAN sea excesiva y se opone a que la Alianza tenga un papel mundial que la lleve a establecer acuerdos especiales con Australia, Nueva Zelanda, Japón y otros países. Los franceses temen que las ambiciones planetarias de la OTAN, sobre todo en Extremo Oriente, puedan generar fricciones con China.

Con todo, Afganistán es el principal problema al que se enfrenta la OTAN en la actualidad. El Gobierno de Hamid Karzai aún es débil y la economía sigue dependiendo enormemente de la producción de opio. La amenaza política y militar que representan las redes de los talibanes y de Al Qaeda está cobrando fuerza de nuevo. Muchos países de la OTAN con tropas en Afganistán gozan de "cláusulas nacionales" que restringen los fines para los que se pueden utilizar sus tropas. Aunque la cumbre de Riga ha flexibilizado algunas de esas cláusulas, que obligan a solicitar permisos previos para poder ayudar a aliados en situación desesperada, el Reino Unido, Canadá, Holanda y EE UU mantienen gran parte de los combates en el sur de Afganistán, mientras que las tropas francesas, alemanas e italianas están desplegadas en zonas más tranquilas del Norte.

Resulta difícil vislumbrar cómo puede la OTAN estabilizar Afganistán si no está dispuesta a enviar más tropas y a conceder más flexibilidad a sus mandos. Para alcanzar el éxito también será necesario destinar más fondos a tareas de reconstrucción y desarrollo, y a la búsqueda de alternativas para el cultivo de la adormidera del opio. A los gobiernos de Europa y de Estados Unidos les preocupan los problemas presupuestarios, pero, a la larga, puede que aumentar ahora considerablemente los recursos destinados a Afganistán suponga un gran ahorro en el futuro.

Una de las grandes desventajas que ha comportado la errónea política de la Administración de Bush en Irak ha sido que ha desviado la atención y también los recursos de la guerra justa que se libra en Afganistán. Puede que la amenaza que representa hoy en día el resurgimiento de los talibanes y de Al Qaeda no fuera tan grande si una pequeña parte del dinero y de las fuerzas comprometidas en Irak se hubiera destinado a Afganistán. Por desgracia, Irak está privando de oxígeno a todo el proceso político que tiene lugar en Washington. Pocos se ocupan de salvar a la OTAN de un importante fracaso en su primera prueba importante fuera de Europa.

Joseph S. Nye es profesor en la Universidad de Harvard y autor de Understanding International Conflicts. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo. © Project Syndicate, 2006

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