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Reportaje:Las otras estampas navideñas de la capital

Cuento de Navidad en Barajas

Trabajadores y viajeros en tránsito celebran una Nochebuena diferente en la Terminal 4

Patricia Gosálvez

Tanto cariño parece coreografiado para un anuncio de telefonía o de turrones. Los abrazos suenan más y los besos tienen eco bajo el techo ondulado y lejano de la T4. Son las siete y media de la tarde del 24 de diciembre y uno de los 800 vuelos planeados en Barajas para ese día aterriza a su hora. Ruth espera a su hermana bajo un disfraz de Mamá Noel. El traje lo ha cosido la madre de ambas para darle una sorpresa a la hija que viene de Dublín. Cuando llega Penélope, ella también lleva un sombrero rojo, cosas de familia. Le piden a uno que pasa por allí que les tire fotos. Se van deprisa, aunque llegan de sobra para cenar en casa. Hay otros que pasarán en el aeropuerto toda la noche.

A Sergio y a Sheila les cancelaron su vuelo. Sin un céntimo, cenan chocolatinas y almendras
En la parada de taxis la gente se inquieta pensando que no llega al langostino
Una familia de viajeros improvisada y bien avenida brinda feliz en vasos de plástico

La T4 está inquieta. La gente corretea con bolsas de regalos que no han sido comprados aquí porque todas las tiendas han cerrado ya. Se hacen brindis de última hora con los compañeros en las dos cafeterías abiertas toda la noche. Una mesa con una veintena de latas de cerveza da cuenta de la despedida de cuatro operarios que han terminado el turno. Otra Ruth, de 20 años, tendrá que recogerlas. Pasa por primera vez la víspera de Navidad trabajando. Está "supermal" por ello, aunque cuando salga, a la medianoche, en la nevera le espera "cordero, langostinos, sopa de marisco, cochinillo, gulas y almejas a la marinera". Y, "en fin", llegará de sobra al bingo familiar, que es lo que importa.

Algunos compañeros no tendrán tanta suerte y pasarán la noche en el tajo. Seis encargados de limpieza darán un repaso a la terminal, frente a los 60 de cualquier otra noche. A Cristina le compensa el extra (más de 150 euros). No se pierde mucho, casi toda su familia está en Ecuador. Recoge papeles y pasa el trapo a toda prisa para cubrir diez veces su zona habitual. Hoy no se limpian cristales ni se da cera.

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El equipo médico sí hace la guardia al completo. El doctor Alin Martakoush atiende con suave acento sirio y llama "hija" a una paciente con otitis, quizás echando de menos a las suyas, que no abrirán los regalos hasta el 25 por la noche. "Pero están más que acostumbradas a las guardias", se resigna.

Cien chaquetas verdes, empleados de AENA, compiten dando servicio con los chaquetas rojas de Iberia. Hay pique, se nota, entre los equipos coloreados esta noche más que nunca como duendes de Santa Claus. Los de rojo han pasado la tarde cantando villancicos por megafonía. Belén, de verde, gana un punto para los suyos indicando encantadora a una pareja de bolivianos los mejores bancos para dormir. Han perdido el vuelo y en castellano chiquirriquitín dicen que no están enfadados: "Cositas que pasan, pues".

Pasadas las nueve, las multitudes de las puertas de embarque se han disuelto. En el frío neoyorquino de la parada de taxis unas veinte personas se inquietan pesando que no llegan al langostino. No hay coches. Tampoco cobertura de móvil por saturación de las líneas. Ya es plena Nochebuena. Julio hará un par de carreras al centro. Cobra cinco euros de suplemento por aeropuerto y seis por festivo. "Hay que trabajar cuando hay gente; si no tienes niños, ni familia que hace mucho que no ves; si estás feliz, ya cenarás otro día con los tuyos, qué necesidad de perder una noche de curro".

A estas alturas, los que quedan dentro, aquí se van a quedar. Las pantallas anuncian nueve vuelos hasta la 1.50, luego nada hasta las seis. Unos bailarines rusos que actúan en Canarias fotografían la arquitectura vacía. Unos mochileros australianos que van a Chile se intercambian regalos para que cada uno cargue con lo que es suyo. Tres obreros senegaleses que se han confundido de terminal se plantean compartir un taxi hasta una pensión, pero se acomodan en un banco. Una señora empuja un carro, habla por teléfono y llora. Ha tenido que pagar 340 euros para conseguir otro billete. Uno que pasa por allí la lleva del brazo al embarque y la consuela.

Sergio y Sheila se pasean con sus ordenadores portátiles de Erasmus y un par de cervezas en una bolsa de papel con la leyenda: "Algo habréis hecho, cabrones". Es la broma de unos chaquetas rojas que se las han regalado (punto para ellos) para compensar el día que llevan. Salieron de Bruselas a las seis de la mañana para cenar en Galicia. Ryan Air les canceló el vuelo y perdieron la conexión en Madrid. Tras viajes en balde, discusiones a pie de mostrador, llantos y llamadas desesperadas a casa han conseguido billete para llegar a la comida de Navidad. "Los de Ryan Air nos devolverán los 60 euros de su cancelación", dice Sergio, "pero yo me he gastado otros 400 para llegar un día tarde a mi casa". No les queda un céntimo, pasan de pagar 50 euros de taxi para dormir en casa de una azafata que les ha invitado y han cenado dos chocolatinas y unas almendras. Pero recordarán esta Nochebuena siempre, porque con veintipocos años y la actitud correcta, todo problema se convierte en una aventura. "En el avión nos han dejado felicitar las fiestas por los altavoces", cuentan muertos de risa a uno que pasa por allí y les invita a un café.

La terminal está casi desierta. Un jugador solitario de videoconsola. Una pareja besándose en un banco. Un hombre que se llama Gunter, con una denuncia pegada al pecho, pide dinero porque le robaron 900 euros y duerme aquí desde el 3 de diciembre. Algunos extranjeros hacen sudokus o leen las pantallas de los cajeros en idiomas que no son el suyo para distraerse. Entonces, al fondo de la segunda planta en el rincón apagado de una cafetería cerrada, ocurre algo que haría dar palmas al mismísimo Frank Capra. Teresa y Gus celebran su cena. Tienen 29 y 36 años, y trabajan de empleada de banca y camarero en Villagarcía. Su embarque es a las 7.00 pero no ha habido forma de llegar al aeropuerto de madrugada. El día 25 el metro abre a las 8.00, el primer bus desde Avenida de América no zarpa hasta las 7.30, los servicios de taxi no aseguran puntualidad y alquilar un coche sale por 130 euros. "Es una pena, porque en Madrid el transporte público suele funcionar. Cuando compré el billete para volar tan temprano el día 25, pensé que estaría complicado llegar al aeropuerto, pero no que iba a ser imposible", dice Teresa, que asegura que no cree en la Navidad. Aun así se ha gastado 50 euros en salmón, mantequilla, sucedáneo de caviar, embutidos, quesos, turrones, cerveza y espárragos gordos como pulgares de hombre para celebrar la noche en la T4.

La pareja se está poniendo las botas medio a oscuras y les esperan horas en vela. El plan: "Comer, cantar villancicos, echar una partida de cartas y jugar al escondite", anuncia ella, dicharachera. Él es más un hombre de acción. Está preparando con cariño un plato con un surtido de canapés. "Como si te viese, se los vas a llevar a los de los niños", y Teresa señala a una familia en la penumbra. "¿Les gustará el queso azul a los pequeños?", se limita a contestar Gus.

Diez minutos después Adriana, Rubén y sus dos niños se han unido a la mesa aportando sandwiches de cangrejo de máquina. Trabajan en Amurrio (Álava) de telefonista y peón de fábrica. Salieron a las ocho de la mañana y a medianoche vuelan a Chile, para luego llegar "en taxi, burro o como sea" hasta Mendoza (Argentina). "Amatxu, begira (Mamá mira)", repiten los niños que han pedido al Olentzero (Papá Noel vasco) un vestido de princesa y el barco de los piratas.

Iker Valentín y Azul Estíbaliz, de tres y cinco años, llevan en sus nombres el corazón dividido de Adriana: "Partido entre la tierra de mi madre y la de mis hijos". Pasarán la noche en tránsito entre ambas, cenando con desconocidos. En esta cena no hay suegras pulleras, nietos con copas de más, cuñados antipáticos, anécdotas recurrentes del tío pesado, ni competiciones mira lo que sabe hacer mi niño ¿y el tuyo? No hay disfunción, sólo buen rollo. Uno que pasa por allí se une y saca una botella de champán. La familia improvisada y bien avenida brinda feliz con vasos de plástico. "Nochebuena es como dar a luz", dice Adriana, "¡ocurre donde te pilla!".

"En una noche como esta, ante muy poquita gente como ahora, ocurrió el momento más importante de la historia humana". Ante una congregación de ocho personas, el Padre Alberto da la Misa de gallo en la capilla de la terminal. Ha sido periodista y corresponsal en el Vaticano durante 30 años. Se nota en el sermón: "Imaginaos dar esa noticia tan fuerte a los pastores: 'Ha nacido el salvador". También hace alusión al entorno: "Para acercarse a Dios no se pide DNI como aquí". Y cierra el Credo con un "para que todos los que viajan lleguen a su destino, te rogamos señor".

Sergio intenta dormir en un banco de la T4 donde se ha quedado colgado en Nochebuena por un vuelo cancelado de Ryan Air. 
/ ÁLVARO DE CÓZAR
Una pareja de Villagarcía y una familia argentina brindan en una improvisada cena  en el aeropuerto.
Sergio intenta dormir en un banco de la T4 donde se ha quedado colgado en Nochebuena por un vuelo cancelado de Ryan Air. / ÁLVARO DE CÓZAR Una pareja de Villagarcía y una familia argentina brindan en una improvisada cena en el aeropuerto.Á. DE C.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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