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Reportaje:

Esta cárcel es un circo

Las reclusas de Alcalá-Meco celebran la Navidad con elefantes, acróbatas y payasos

Daniel Verdú

A Genoveva le cayeron ocho años y siete meses por robar pisos, casas y tiendas. "Y una joyería", matiza la malagueña. "Atraco a mano armada. A punta de pistola, pero de plástico, eh". Ha cumplido casi la mitad de su condena y la han paseado por "todas la cárceles de España". "Me las conozco todas", dice con una sonrisa de niña buena y picarona que ningún juez ha logrado arrebatarle. Ayer, a sus 30 años y a las puertas de obtener su primer permiso en cuatro años, celebró la Navidad con el resto de las más de 600 reclusas del presidio viendo un espectáculo del Circo Mundial. Y además, actuó con su grupo de aeróbic. Ahí es nada.

Una cárcel es un mundo. Tiene sus leyes, ritos y costumbres. Tan aburrido como el del otro lado de los muros. Así que no es habitual ver pasar a tres elefantes de Sri Lanka por el patio en plan Fellini. Ni siquiera a unos acróbatas patinando o a una malabarista del hula-hop. En general, no es común que una cárcel se convierta en circo. Doce de la mañana en el polideportivo del centro penitenciario. Después de los elefantes llega el speaker y los buenos deseos: "¡Que en un año aquí no quede nadie!". Se retira el presentador y entra en escena una ágil señorita, cuyo show consiste en embutir su grácil figura en decenas de hula-hops. Los coge con el pie, con el brazo, la rodilla... Y a ritmo de más difícil todavía, el público enloquece. Juventud, divino tesoro. Las del grupo de aerobic de la cárcel la miran encantadas.

A Nuvia, una de ellas, le podrían caer 13 años. "Tema de drogas", dice. Lleva un año en preventiva. Pero quizá, con un poco de suerte en su juicio -cruza los dedos- dentro de poco pueda volver a ver a su hijo de dos años. "En esta cárcel hay buen ambiente. Montamos fiestas con la música que le gusta a cada una, dependiendo de las nacionalidades", explica Nuvia. El 50% de las internas es inmigrante.

El momento cumbre del espectáculo llega con el payaso. Para regocijo de todas, el hombrecito de colores se va directo al jefe de servicio de la prisión y lo saca a lucir palmito al escenario. Ellas estallan en un "¡Don Enrique, don Enrique!".

"Es muy buena persona. Tiene mucha paciencia", dice una de las reclusas. Y salta la vista. Don Enrique, un santo varón, se lo ve venir, pero no logra evitar que el payaso le endose un tutú de bailarina rusa y un gorro de goma con cresta; de inmediato, el jefe de servicio se convierte en un ave del bolshoi. Ellas, claro, desencajadas de la risa.

El circo se despide de las chicas de la zona B y entran las de la A, un poco más "revoltosas" y "veteranas", según sus compañeras. Genoveva vuelve a actuar para ellas: "Jo, ha sido muy chulo. Sobre todo lo de los elefantes. Yo he tocado a uno. Es que no me dan miedo los animales". Ni las pistolas de juguete.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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