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Columna
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La naturaleza se revela

Mientras el mejillón cebra coloniza los pantanos, se extiende por ríos y afluentes y ya nadie descarta que en cualquier momento se nos aparezca por el grifo de casa mientras lavamos las lechugas, héteme aquí que los científicos empiezan ahora a descubrir signos evidentes de cambio de sexo en numerosas especies de peces. Es el fenómeno del imposex, un efecto más de la contaminación química sobre los ríos y océanos. Caracolas hembra con penes en Galicia, carpas macho con ovarios en el Ebro y salmonetes sexualmente indefinidos en el Mediterráneo, son unos cuantos síntomas tan sólo de lo que se avecina en los próximos años conforme los científicos vayan concluyendo los numerosos estudios en marcha acerca del impacto producido por el hombre sobre la naturaleza. Desde el tributilo de estaño hasta los pesticidas, pasando por el polonio y el cromo, la lluvia ácida o el CO2, la incertidumbre aumenta por doquier y la confusión se extiende en todos los ámbitos de la biosfera.

Pero, atención, porque los efectos de la contaminación comienzan a afectar de lleno a los escalones superiores de la vida animal. Todavía no se ha estudiado mucho pero los síntomas son alarmantes. A modo de ejemplo ¿se han preguntado alguna vez por qué un liberal tan centrista, como presume Zaplana que fue en su juventud, milite ahora en la derecha más rancia, siendo aclamado todas las mañanas por Federico J. L.? Quizá ahora haya una explicación científica para ello. Podría ser culpa de la contaminación. ¿Por qué no? Sabido es que el tributilo de estaño es el barniz perfecto para los barcos; y sabido es también lo aficionado que es el portavoz a las artes de la navegación. Como ocurre con la Nucella lapillus o la Bolinus brandaris el contacto frecuente con el nocivo compuesto puede generar todo tipo de alteraciones genéticas. No debiera, pues, preocuparse demasiado el diputado. En cierto modo eso le exculpa. No es que él sea muy de derechas como parece; es que, aunque quisiera no serlo, no podría evitarlo.

Pero no es sólo Zaplana; a lo peor Gallardón es tan centrista por lo mismo. En algún momento debió tomar contacto con alguna sustancia química indeterminada en el jardín de su casa, o en las páginas de los libros que lee con profusión (recuerden El nombre de la rosa), o quizá fuera el efecto de la contaminación acústica provocada por su melomanía incurable. El caso es que, sin esperarlo nadie, un día se hizo demócrata de los de verdad (aun conservando el corte de pelo y las gafas), para desgracia de Esperanza Aguirre, de quien no se advierte todavía síntoma alguno de alteración genética que resulte preocupante.

Probablemente eso explique también la forma de hablar de Ricardo Costa, un diputado del PP que se expresa talmente como un pijo de la calle Serrano de los años 90, quienes como todo el mundo sabe, fueron los más pijos de la historia. ¿Qué otra explicación, si no, podría haber? ¿Cómo se puede hablar todavía hoy de esa manera sin que lo echen a uno de las reuniones? Un colega de Burriana me sugirió hace tiempo una posible interpretación que entonces sonaba a cachondeo, pero que ahora constato cobra todo su sentido: Costa es de Castellón, me dijo, y allí se fumiga mucho desde el aire. Qué perspicacia la suya.

Y qué me dicen de González Pons, ese conseller tan locuaz y moderno, de quien todos llegamos a creernos que era la verdadera alternativa a la megalomanía zaplanista, y ahora va por ahí como enloquecido culpando a Zapatero de todo lo malo que por aquí ocurre, proclamando el urbanismo sandía por doquier y haciendo fotos aéreas con infrarrojos de urbanizaciones ilegales. ¡Como si no pudiéramos señalar todos con el dedo donde están éstas exactamente! ¿Será una excesiva exposición a los pesticidas de L'Albufera la causa de su actual desvarío?

Y el caso es que hace tiempo que ya se vislumbraban algunos síntomas preocupantes de imposex político en las propias filas socialistas. Por ejemplo, es seguro que José Bono y su colega, el embajador católico Vázquez, debieron ser de izquierdas en algún momento de su devenir histórico. Lo que ocurre es que pasaron cerca de alguna central térmica, o tomaron pescado sin congelar, o cualquier otra cosa parecida, y entonces, ay, comenzaron a decir esas cosas que dicen sin dar muestra de pudor alguno.

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En fin, que sin ser culpa de nadie en concreto, cada vez está más claro que la contaminación y el cambio climático se han propuesto acabar con el mundo, y la política, tal como lo conocíamos hasta hoy. La ventaja es que ahora, al menos, tenemos una teoría.

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