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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Las tentativas vagabundas

La factura que la globalización debe a la codicia es cuantiosa, y ahora mismo se dispone a sustanciar ese vagabundeo que lleva a destrozar otros países cuando el propio está ya esquilmado

Los santos inocentes

Quedó dicho: Dejad que los niños se acerquen a mí, sí, pero no precisamente para violarlos. Al paso que va, la iglesia católica no va a disponer de suficiente numerario para sellar los labios de tanto litigante víctima de abusos en diócesis o seminarios, aunque esas pequeñas fortunas servirán para que las víctimas puedan costearse una terapia. Parece que la jerarquía considera que los abusadores no precisan de terapia alguna, salvo la que resulte de la ocultación y de la rotación endógena que perpetua el mal que en apariencia trata de eliminar, y eso hasta el punto de que se diría que en ello consiste su propósito. Ya dijo Félix de Azúa, me parece, que el sistema de abusos sexuales en la Iglesia estaba diseñado para asegurar la eternidad de un delito muy penado fuera de ámbitos sagrados.

A por Marruecos

Los promotores urbanísticos son esa plaga de langosta que se desplaza a otra zona una vez que han devastado la anterior; saturada la franja litoral española y muy dañado el interior, se dispone a saltar el Estrecho y asolar Marruecos, donde se entregan a la beneficencia construyendo viviendas sociales y lo que llaman un tanto freudianamente grandes complejos residenciales. Ued Lau (lugar entre ríos) es una asombrosa población costera que se encuentra según se baja desde Ceuta hasta Melilla por una carretera tortuosa, y está al lado de Cabo Negro, un lugar de ensueño donde se proponen desacomplejarse con residenciales de lujo. Allí pasé hace algún tiempo unos meses muy felices, y allí precisamente ya no se podrá volver, no siendo ni de lujo ni residencial ni acomplejado, en cosa de poco tiempo. Con lo bien que quedarían las residencias sin complejos en el Sahara.

Siete vidas

Sorprende la cobarde habilidad del dictador Pinochet para ponerse enfermo en su vejez en cuanto se ve ante dificultades judiciales, un tanto a la manera del niño que finge unas anginas ante la perspectiva de una seria regañina. La siniestra apostura del personaje cuando era comandante en jefe del ejército chileno y se levantó con quien le había nombrado apenas dos meses antes, organizando una de las más sangrientas y metódicas masacres que se recuerdan en América del Sur, se va al traste en cuanto el tipo sospecha que debe de rendir cuentas de lo ejecutado, y nunca mejor dicho, en un final de su vida que retrata fielmente al cobardica abusón que maltrata cuando se siente arropado por sus compadres de casino (militar, por supuesto) y que se esconde como una rata en las faldas de la enfermedad cuando tiene que afrontar públicamente su responsabilidad de chorizo de la política en unos cuantos miles de rastreros asesinatos de jóvenes compatriotas. Un tipo con agallas, sí.

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Retirarse a tiempo

No se si la Historia absolverá a Fidel Castro, como era su pretensión juvenil, pero no estaría mal que él mismo se absolviera ahora mismo dejándose de historias. Con ochenta tacos a sus espaldas y seriamente enfermo, el héroe de Sierra Maestra haría bien en no convertir lo que le quede de vida en una pintoresca heroicidad inmotivada, pues tiempo de sobra ha tenido, pese a los contratiempos de rigor, para asentar en Cuba un régimen, sistema o procedimiento que no requiera de la apelación constante al mesianismo para mantenerse en pie, pues de lo contrario habrá que pensar que su tremendo esfuerzo y preclara dedicación no ha servido para nada. Es razonablemente cierto que el todavía líder cubano hizo cuanto pudo por su pueblo y por Latinoamérica, sobre todo en los primeros años de la Revolución, y por ello mismo se merece un descanso bien ganado. Nada que ver con Pinochet: el chileno levantó al ejército contra su país, el cubano creó su ejército a partir de una docena de desarrapados guerrilleros. Por eso mismo, ché.

Pandémica y celeste

Entre otras tonterías de origen vagamente lacaniano, Leopoldo María Panero tiene dicho que sólo se vive en la infancia y que después se sobrevive. En la esquizofrenia, claro. Nadie más listo que el niño listo, dotado de un infinito territorio de argucias sabias, pero también nadie más desamparado. Es como una máquina inteligente que todavía ignora la augusta proliferación de conexiones que genera. Una niña que hace música pregunta al profesor adónde van las notas cuando ya no suenan, mientras que otra ve una cruz de hierro en lo alto de una montaña y dice que eso es o donde murió Jesús o es una farmacia. Experiencia limitada para aseveraciones sin límites. ¿Y la Navidad? Luces excesivas y regalos de plástico coloreado para unos críos con imaginación sobrada para desbordar la pragmática de los adultos, por esquizofrénicos que sean.

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