La difícil convivencia de dos culturas en Badalona
Los vecinos culpan a los rumanos de etnia gitana de la degradación de los barrios y de incumplir las normas de convivencia en la calle
Juan López es un abuelo de los de boina y bastón. Está a punto de cumplir 80 años y padece del corazón. En otros tiempos fue dirigente vecinal de La Salut, en Badalona. Aún hoy, sigue preocupado por lo que ocurre en las calles de su populoso barrio. Y lo que está viendo no le gusta. Juan cree que el incivismo se ha apoderado del espacio público y señala como culpable a un colectivo de etnia gitana procedente de Rumania.
El jueves, el casi octogenario vecino se plantó. Cogió un sofá abandonado con sus brazos y lo colocó en medio de la calle de Nàpols, impidiendo así la circulación de vehículos. No estuvo solo en su espontánea protesta. Medio centenar de vecinos y comerciantes se unieron a él. Igual que Juan, creen que el barrio padece una fuerte degradación y aseguran que la situación está llegando al límite. En ésta y en otras zonas de Badalona, la paz social está prendida con hilos y seriamente amenazada. Cada colectivo, los autóctonos, recela del otro, los recién llegados. Ambos se miran de reojo y con desconfianza.
El principal argumento que los vecinos reiteran contra la colonia de gitanos rumanos -una de las más numerosas de Cataluña- es que éstos vulneran las normas no escritas de convivencia. "¡Son muy sucios! Tiran toda la porquería al suelo y hacen sus necesidades en la calle", exclama Carmen.
En el edificio donde reside esta mujer de ojos claros, que grita al hablar, hay un entresuelo ocupado por rumanos. "Son un montón, cada mes entra y sale gente nueva y por la noche arman escándalo", le apoya María, a la sazón esposa de Juan López. El hacinamiento en las viviendas (los llamados pisos patera) es otra de las preocupaciones de los vecinos de siempre.
En el imaginario colectivo de los barrios de la zona sur de Badalona -Llefià, Sant Roc, La Salut- cualquier pequeño delito es atribuido por sistema al colectivo rumano de etnia gitana.
Que si meten los carros con chatarra en las porterías, que si los hombres están todo el día en la calle y no tienen trabajo conocido, que si sus hijos se dedican a mendigar por ahí... Las acusaciones son abundantes. Pero no siempre es así. Míriam vive, patio con patio, junto a una numerosa familia de rumanos. "Al principio no me hizo mucha gracia, pero son buena gente", dice Míriam. Lo confirma el joven Ilie, el único de esa casa que trabaja y que, con su sueldo, debe mantener a una extensa prole. Pero no todos los gitanos rumanos residen, ni de lejos, en el barrio de La Salut. De hecho, el principal núcleo de la colonia se halla a unos 300 metros de allí, siguiendo el recorrido que marca la autopista C-31.
Los rumanos viven más o menos ajenos a las críticas de los vecinos españoles. Alguno se anima a tacharles de "racistas", pero la mayoría insiste en que "todo va bien". A casi cualquier hora del día se les puede encontrar -a los hombres por un lado y a las mujeres, por otro- en una gran plaza de asfalto gris. A eso de la una, y siguiendo las costumbres de su país de origen, se reúnen para compartir la comida en la calle. Un poco de tocino, calamares con salsa, pan y cebolla.
Romeo, uno de los varones más predispuestos a conversar, apunta a que gran parte del problema radica en la falta de recursos económicos de su colectivo: "Si el alquiler de un piso costara 400 o 500 euros, cada familia podría vivir en una casa distinta".
Los paquistaníes suelen arrendar los pisos al colectivo, al precio de entre 700 y 800 euros al mes. En general se trata de viviendas pequeñas el las que viven muchas más personas de las que caben en ellas. En muchos casos, estas infraviviendas ni siquiera disponen de agua corriente.
"Yo a un paquistaní lo veo pasar cada día por la mañana para ir a trabajar. A éstos no. Están todo el día aquí y les va mucho la bebida y el juego", relata el camarero de un bar donde los rumanos suelen reunirse.
Frente al bar, en la plaza Camarón de la Isla, Manuel muestra el mismo recelo. Él, que trabaja en una agencia de pisos y es un gitano autóctono, insiste en que los gitanos rumanos no respetan las normas de convivencia. Y confiesa: "Viven como vivíamos nosotros hace 50 años". Una niña rumana, que sonríe y luce unos pendientes dorados en forma de aro, se le acerca y le espeta: "Ayer estuve en casa con tu hija. Me dio ropa". Manuel le contesta: "Claro que sí. Y es ropa buena, eh, de la marca Zara". E invita a la chiquilla a marcharse, porque están hablando los mayores, y concluye: "Una cosa no quita la otra".
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