_
_
_
_
Muere el mayor goleador del siglo XX
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pancho Grande

Pancho ha cambiado el limbo del Alzheimer por el limbo de los justos. Ha gritado algunas de sus frases favoritas, "¡Pégale, Alfredo!", "¡Pásala, Bozsik!", "¡Tómala, Paco!", y ha abandonado la cancha comentado entre dientes algún partido intemporal con Di Stéfano, Josef Bozsik y Paco Gento, tres de sus socios más queridos.

Sin perjuicio de sus Pichichi, sus Ligas y sus Copas de Europa, fue uno de esos personajes de posguerra dotados de la ciencia que sólo se consigue en los arrabales. Dueño de un tacto excepcional, habría hecho carrera en cualquier oficio compatible con el ritmo, la bohemia y la fantasía; podría haberse convertido en un violinista de época, pero prefirió el fútbol.

Más información
"El fútbol me gustó más que la vida"
Cómo dominar una pastilla de jabón

En realidad su elección no importaba gran cosa, porque ingresaría en el Honved de Budapest y en la Selección Húngara, dos de los equipos que más veces han sido comparados a una orquesta. Con su calzón planchado, su casco de gomina y sus pantorrillas de tirador hizo del juego un ejercicio de estilo, y de los estadios una propiedad intelectual. Por algún capricho del cálculo de probabilidades no ganó el Mundial de Suiza, pero con su asombrosa visión del gol estableció una nueva escala de valores, alegró la vida de una Europa renqueante que se movía entre sus propios escombros y dejó para el recuerdo algunas memorables secuencias en blanco y negro. Todavía se recuerda aquella maniobra suya junto al pico derecho del área chica de Wembley. Aunque jugaba contra Inglaterra en el corazón del Imperio Británico, su pulso seguía marcando, como siempre, las doce en punto. Pisó la pelota con delicadeza, esperó la llegada de Billy Wright, el capitán de los pross, y en el último instante la ocultó como un trilero. Mientras su oponente pasaba de largo, miró el palo más próximo, plegó la zurda, retrasó la cadera y, como los billaristas de lujo, ejecutó un massé. Los supporters oyeron un taponazo de botella, Wright siguió su recorrido, y aquella bola subió misteriosamente por la diagonal y entró por el canto. Fue uno de sus tres goles de la noche y uno de los tres goles del siglo.

Luego, en 1956, alcanzó el grado de coronel como premio a su trayectoria, se fue de gira con el Honved, valoró la represión soviética en la Revolución de Octubre y finalmente se exilió en Madrid. Fue entonces cuando empezó su segunda época. Conectó inmediatamente con Alfredo Di Stéfano, encontró en Paco Gento el expreso que buscaba, practicó una nueva forma de artillería que le valió el sobrenombre de Cañoncito Pum, alternó la cerveza con el caldo de gallina, fundó una fábrica de salchichas, echó barriga y levantó dos monumentos; uno al fútbol y otro al colesterol.

Desde entonces sus compañeros empezaron a llamarlo Pancho.

Hace algún tiempo supimos que había empezado a ensimismarse.

Y ahora, como los más grandes, sólo se ha ido un poco. Aunque su historia termina, su leyenda continúa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_