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Columna
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La presidencia del Parlament

Desde el restablecimiento de la democracia y de las instituciones de la Generalitat, el Parlamento de Cataluña ha tenido presidentes de muy distinta proyección pública. Miquel Coll i Alentorn, Joan Reventós y Joan Rigol son los presidentes que han tenido mayor significación personal, con independencia del partido político al cual pertenecían. No fueron los presidentes más votados, porque los votos obtenidos dependen de los pactos entre los partidos para conseguir la mayor representación posible en la mesa del Parlamento, pero sí han sido quienes han promovido una mayor presencia y prestigio del Parlamento de Cataluña. Los presidentes más votados han sido de ERC: Ernest Benach en la última legislatura, con 111 votos, y Heribert Barrera en la primera legislatura, con 108 votos. No debe sorprender que ERC, con 14 diputados en 1980 y 23 diputados en 2003, haya alcanzado tal consenso en ambas ocasiones. En las dos legislaturas ERC era decisiva para la formación de mayorías parlamentarias de gobierno. También lo es ahora y con toda probabilidad Ernest Benach será nuevamente el presidente de la Cámara. Si es así, compartirá con Joaquim Xicoy dos mandatos al frente del Parlamento catalán. Por el contrario, la elección más competida fue en 1999 entre Joan Rigol y Josep M. Vallès, con 68 y 67 votos, respectivamente. Joan Rigol no pudo olvidar nunca que su voto decantaba literalmente la mayoría.

La única vez que el Parlamento de Cataluña ha tenido un presidente de color político distinto al de la mayoría gubernamental fue en la legislatura 1995-1999 con la elección de Joan Reventós. Convergència i Unió había perdido la mayoría absoluta y también los reflejos políticos. El fin de ciclo del pujolismo había empezado. Toda la oposición se puso de acuerdo para que el presidente fuera Joan Reventós. Fue un éxito fugaz del pluralismo y del consenso parlamentarios. Duró poco y la foto que lo hizo posible no tenía el don de la estética: Joaquim Nadal, Aleix Vidal-Quadras, Àngel Colom y Rafael Ribó. Un pacto interesado ante quien no se había enterado todavía de que las cosas habían cambiado. El propio Partido Popular ya se encargó de confirmar el golpe de timón, al dar continuidad y estabilidad a los dos últimos gobiernos presididos por Jordi Pujol. Éste y su coalición, CiU, han pagado un precio político carísimo con la pérdida del Gobierno de la Generalitat y con una fractura que parece irreversible dentro del nacionalismo catalán. Joan Rigol, por ejemplo, pudo ser presidente del Parlament en 1999 con los votos del Partido Popular, pero no con los de ERC, que votó por Josep Maria Vallès. Otra mayoría se estaba fraguando ante los ojos ciegos de quien alcanzó la presidencia de la Generalitat en 1980 con el impagable apoyo de la ERC de Heribert Barrera.

Las presidencias del Parlamento de Cataluña siempre han reflejado las mayorías gubernamentales, con la excepción de la presidencia de Joan Reventós. ¿Sería deseable una presidencia más representativa de la institución parlamentaria?, ¿una presidencia que representara más al Parlamento que los intereses de la mayoría gubernamental? Creo que sí, pero es ilusorio ante el funcionamiento de la democracia de partidos, especialmente en los sistemas parlamentarios en los que decisiones transcendentales, como la elección del primer ministro o presidente del Gobierno, pueden depender de un voto. En los sistemas parlamentarios, la disciplina de voto dibuja un funcionamiento más ritual que de verdadero debate político. Por otra parte, la práctica totalidad de las leyes tienen su origen en los proyectos de ley del Gobierno, además de contar este último con la posibilidad de legislar mediante decreto ley o bien mediante decreto legislativo. Es verdad que formalmente el Parlamento tiene la última palabra, pero realmente manda el Gobierno si tiene debidamente controlada y disciplinada su mayoría parlamentaria.

Esto no impide que el Parlamento pueda ser una institución de más peso político y de mayor presencia pública si los partidos políticos así lo quieren. No hay que olvidar que representa el pluralismo político de la sociedad y lo expresa en su composición y organización mediante los grupos parlamentarios. Esta función representativa debería dar un relieve especial al Parlamento y a su presidente. En alguna medida, la figura del speaker en la Cámara de los Comunes en el Reino Unido, su independencia e imparcialidad política, refleja la necesaria autoridad y prestigio de quien dirige la Cámara legislativa. Cada sistema de gobierno debe descubrir lo que más conviene a su propia tradición y sigularidad política. Pero no deberíamos ser tan conservadores y tener un poco más de valentía democrática para un funcionamiento mejor y más pluralista de nuestras instituciones.

Supongamos, por ejemplo, que nos atrevemos a promover una presidencia del Parlamento que exija para su elección una mayoría de tres quintas partes de la Cámara. Una mayoría que se promueve al margen de pagos previos para futuros apoyos parlamentarios o formación de mayorías gubernamentales. Una mayoría con la voluntad de dar independencia a la presidencia del Parlamento por encima de la competencia de partidos. Esto implicaría, sin duda, una mayor representatividad y la posibilidad de una presidencia más libre de los intereses de la mayoría gubernamental. No es una propuesta de orden reglamentario, sino de cultura y práctica parlamentarias. No voy a insistir, porque a fin de cuentas en el clásico The English Constitution, de W. Bagehot (1867), ya se dice que la función más importante del Parlamento, la primera condición que debe cumplir, es la elección de un buen Gobierno. No le pidamos más.

Miquel Caminal es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.

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