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Tribuna:SOCIEDAD Y TRADICIÓN
Tribuna
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La habitación valenciana

Durante muchos años se han realizado estudios sobre la personalidad conservadora frente a la progresista. La idea es que determinadas características de personalidad predisponen hacia gobiernos y sociedades más o menos tradicionales o, por el contrario, hacia sistemas progresistas. Aunque las sociedades y sus modos de organizarse, por supuesto, también influyen en la manera de ser de los individuos. La lista de rasgos en uno u otro sentido es larga y siempre pretende estar respaldada por estudios científicos. La personalidad conservadora necesita, por ejemplo, mayor estabilidad a su alrededor porque soporta mal los cambios, más orden para no enfrentarse a la ambigüedad, un ambiente conocido y familiar, acepta mejor las normas convencionales, es conformista y prefiere la lealtad a la crítica o la rebelión. Por el contrario, la personalidad progresista se encuentra muy a gusto ante cambios, necesita mayor complejidad en su vida, está más abierto a las novedades, es más creativa y muestra más crítica y rebeldía. En cualquiera de los dos casos, hay bastante acuerdo en que la percepción de la muerte, el terrorismo o sentirse amenazado, en general, incrementa la tendencia hacia actitudes y opiniones conservadoras.

Las sociedades necesitan nuevos desafíos, estimular la creatividad, la curiosidad, la tolerancia, la diversidad...

Pero últimamente los estudios han ido un poco más lejos, quizá hasta el esperpento, cuando algunos autores han examinado el contenido de las habitaciones, especialmente los dormitorios, de los que votan más a la izquierda o a la derecha. Según parece, y solo como ejemplos representativos, los conservadores tienen habitaciones muy organizadas, utilizan más calendarios, sellos de correos y cestos para recoger la ropa usada. Los progresistas, por el contrario, prefieren objetos de arte para decorar el dormitorio, así como discos, libros, mapas y documentos de viajes. Los autores afirman, en definitiva, que los progresistas están más abiertos a la experiencia para conseguir mayor creatividad, novedad y diversidad, mientras que los conservadores tienden hacia una vida que sea más ordenada, convencional y mejor organizada.

Y llegando aquí es donde surge la gran pregunta. ¿Cómo son los valencianos, qué tipo de vida desean, cómo la organizan, qué temores y amenazas perciben para elegir mayoritariamente, durante más de diez años, a gobiernos conservadores? Es verdad que algunos políticos no se cansan de repetir que lo que realmente preocupa a los ciudadanos es la sanidad, la educación, las carreteras y la seguridad, pero esa es una visión de granja de pollos donde todo se limita a la alimentación, la vacuna y la reproducción. Por supuesto que todo eso nos preocupa, pero una vez alcanzado un mínimo necesitamos otras cosas para seguir viviendo con la energía necesaria.

Es evidente que, en líneas generales, el nivel de vida de los valencianos es bastante aceptable, las seguridades que nos rodean son más o menos soportables y el futuro no parece especialmente amenazador. Razones todas ellas suficientes como para poder arriesgarse moderadamente y buscar alternativas nuevas, un poco de creatividad en la manera de habitar nuestro país y algo menos de conformismo, es decir, buscar estimulaciones nuevas que vayan un poco más lejos que un nuevo estadio de fútbol o mausoleos de arte, ciencia y música con firma de autor. Personalmente me parece poco probable que nuestra elección conservadora, legítima como cualquier otra, tenga sus raíces en que hace poco más de diez años comenzamos a cambiar la decoración de nuestros dormitorios, buscando una habitación valenciana que solamente valore el orden, la estabilidad y la aceptación convencional de la rutina. De hecho, la insuficiencia de esos valores se demuestra en las explosiones de fuga que se producen de puente en puente, en los botellones nocturnos alejados del dormitorio habitual o en el aumento de insatisfacción y de tensiones en la habitación escolar.

Siguiendo a los autores de los estudios que estoy mencionando, es evidente que las sociedades necesitan tradición, orden, estructura, disciplina y responsabilidad, pero para continuar viviendo también se necesitan nuevos desafíos, estimular la creatividad, la curiosidad, la tolerancia, la diversidad y arriesgarse a tener nuevas experiencias. Sin ir más lejos, nuestros vecinos del norte, los catalanes, se están arriesgando y hasta diría que mucho, pero supongo que sienten que un posible fracaso tampoco les llevaría a la edad de piedra, saben que tienen un suelo firme como para aspirar a algo más. Al igual que el Gobierno central con sus estrategias peligrosas, complejas y creativas, una demostración de tolerancia en temas impensables hasta hace muy poco y con unas expectativas de éxito que podrían terminar en fracaso, pero siempre un desafío para una nueva sociedad. ¿Por qué tanta tradición, disciplina y responsabilidad por nuestras tierras?

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Supongo que no es fácil saber por qué una sociedad prefiere en determinadas épocas permanecer quieta, contentarse con lo que tiene y aspirar a poco más. No siempre fue así en Valencia. Pero también es posible que las alternativas que nos ofrecen las otras opciones políticas no se perciban como nada nuevo, ni creativo, ni fomenten la diversidad y la curiosidad de otras posibilidades más imaginativas. En ese caso, la responsabilidad no sería toda nuestra sino que también son culpables las habitaciones de la mayor parte de los políticos, todas demasiado ordenadas, demasiado vistas, sin libros ni viajes ni aventuras de futuro. Por eso, en los períodos electorales, tenemos que pensar que no todo es un problema de conservar lo que tenemos, también nos jugamos el diseño de nuestra personalidad, es decir, algo tan importante como la decoración de interiores.

Julio Seoane es catedrático de Psicología Social de la Universitat de València.

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