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Crónica:FUERA DE CASA
Crónica
Texto informativo con interpretación

De Roma a Jerez

He pasado la semana entre Roma y Jerez, con escala en Madrid, y no he dejado de frecuentar afrancesados. No es mala compañía. Incluso siendo descendientes de vizcondes reaccionarios, como lo son los Bonald, nos parecen liberales si los comparamos con otras formas de la reacción española. En Roma, alojado en la Villa Medici, en ese palacio y jardines que son franceses desde los tiempos napoleónicos, en una de esas históricas colinas de la ciudad más peligrosa para los caminantes, se me cayó el mito del francés chovinista. Invitados por la escritora francesa, y apasionada hispanista, Dominique de Courcelles, nos encontramos un grupo de españoles y mexicanos en ese palacio romano que pertenece a los franceses. La Academia de Francia nos acogía para hablar de mística, cine, religión y Luis Buñuel. La directora del Instituto Cervantes de Roma, Fanny Rubio, que habló de santa Teresa, tomó nota de este gesto francés de invitar a otras culturas en sus instituciones del extranjero. Bien es verdad que creen que Buñuel era francés. Es una práctica habitual y seguramente muy hábil: para los franceses son de los suyos desde Picasso hasta Victoria Abril. No es mala política. Todavía recuerdo aquel libro sobre el teatro francés de vanguardia: Ionesco, Beckett, Arrabal y otros cuantos a los que unía el no haber ser nacidos en Francia. Y sin embargo, representaban lo francés. Era un mundo donde casi todos eran bienvenidos. Un mundo donde todavía no gobernaba el fundamentalista francés Sarkozy, que como se sabe es más francés que catalán es Carod.

El encuentro discurrió con el espíritu abierto, aunque un poco sobrado de curas, frailes y místicos de varia especie. Poco místico, pero interesante, Carlos Monsivais, que de vez en cuando se permitía la libertad de hacer lo que algunos hubiéramos deseado: roncar en las charlas de los demás. El que nos hizo despertar fue un dominico mexicano, el padre Julián Pablo. Yo creo que se condenará por mentiroso. Asegura tener las cenizas de Luis Buñuel en una capilla barroca de México. Pobre don Luis. Aunque lo peor fue cuando daba detalles de la devoción mariana del genio aragonés, de su sincera y profunda religiosidad, de sus diarias confesiones con ese dominico que llegó a Roma para mentir subvencionado por la poco clerical Academia de Francia. En fin, espero que Buñuel se levante un día de la tumba y con Bergamín, el doctor Barros y Paco Rabal se acerquen a recuperar sus pecados de los falsos testimonios.

Entre Roma y Jerez hice una parada madrileña y me encontré al más españolizado de los franceses: el escritor y guionista Jean-Claude Carrière. Presentaba su libro y película sobre los fantasmas de Goya con su amigo Milos Forman. Carrière, que además de muchos guiones con Buñuel fue el escritor colaborador en las memorias del director aragonés, aquel goyesco y genial sordo que fue el de Calanda. Cuando le conté la versión piadosa del dominico mexicano, Carrière entró en cólera. "¡Qué mentiroso!... Dominico tenía que ser, eso nunca lo hubiera dicho un jesuita. Además, ya lo decía Buñuel: este padre Julián parece un cura de discoteca".

Tres días de noviembre en Jerez. Tres días de charlas, encuentros diurnos y nocturnales charlas alrededor de José Manuel Caballero Bonald, de algunos vinos y pocos whiskies porque ya no somos lo que fuimos. Aquella notable afición con que bebieron Caballero, los de su generación y sus mayores, ya pertenece a la mítica. La misma mitología que aquellas noches de poesía y burdeles, al flamenco y la mala vida, al divertido desorden rutinario de aquellos años. Caballero Bonald, rodeado de amigos, de cante y de palabras, de poesía y de memorias, de reediciones y relecturas. Magnífica la edición de Fernández Palacios de sus prosas reunidas, donde también se nos demuestra que Caballero no es un pintor aficionado, sino un pintor desconocido.

Caballero Bonald, il miglior fabro, el más depurado narrador, el memorialista imprescindible de tantos años del siglo XX, sigue siendo la mejor demostración de que en Jerez se puede ser mucho más que un Domecq o un caballo: se puede ser un escritor sin academias y sin Cervantes. Lo primero parece que ya no tiene remedio; lo segundo, esperemos que este año sea uno de los regalos que se merece un premio con ese nombre. El cervantino Caballero Bonald, un hombre agradecido -¡hasta fue capaz de leerse un libro que le dedicó aquel otro gaditano llamado Pemán!-, siempre ha sido solidario hasta para acompañar en noches de vinos y burdeles a los poetas, se llamaran Panero o Rosales. Un escritor que se mantiene tan despierto y activo -no le dejó su mujer, Pepa Ramis, caer en esa tentación familiar de los tumbados- y capaz de escribir a sus 80 años un libro de rebeldías varias como Manual de infractores. Un ejemplo de beata solidez de ideas tan hermosamente insurrectas. Solamente me queda seguir alabando a este escritor que también nos enseñó a beber. "Oh, hideputa, bellaco, y como es católico".

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