"La mejor caseta del siglo XX"
Santamaría, Del Bosque, Míche l y Valero, representantes de varias generaciones del Madrid, rinden homenaje a la antigua Ciudad Deportiva
José Miguel González, Míchel, dejó su coche en el aparcamiento y empujó la puerta del viejo vestuario. Pero la puerta no se abrió. El vestuario ya no era un vestuario, sino un trastero en ruinas. El aparcamiento ya no era un aparcamiento para coches de lujo, sino una pista cubierta de barro por la que transitaban camiones, máquinas y un ejército de obreros. Miró a su alrededor desconcertado, se palpó la chaqueta de pana y regresó a su coche procurando no hundir los zapatos en el lodo. Se sintió un poco triste y, al tiempo, honrado. El miércoles pasado, fue el último en tocar lo único que queda en pie de la antigua Ciudad Deportiva del Madrid antes de su demolición. Cerró un ciclo que comenzó con Di Stéfano y siguió con Breitner, Netzer, Stielike, Juanito, Butragueño, Sanchis, Hierro, Hugo Sánchez, Redondo, Raúl, Zidane o Ronaldo, entre cientos. "La mejor caseta del siglo XX".
"La primera vez que vinimos estaba nevado. Alrededor había prados de pastoreo y huertas"
Míchel, actual responsable de la cantera madridista, se dejó llevar por un acto reflejo. El lugar le resultaba demasiado familiar como para no obrar según las viejas costumbres. Se había citado con Vicente del Bosque, su predecesor; José Emilio Santamaría, ganador de cuatro Copas de Europa y técnico de las categorías inferiores entre 1966 y 1970, y Borja Valero, jugador del Castilla y representante de la última generación surgida de los campos de tierra. Entre los cuatro, gracias al permiso del Ayuntamiento, compusieron una delegación improvisada de despedida del recinto donde se está levantando el mayor complejo de rascacielos de Madrid. De norte a sur, la Torre Espacio, la Torre Mutua, la Torre Vallehermoso y la Torre Repsol se van cubriendo de espejos.
"¡Vaya panorama!", exclama Míchel levantando la mirada cuando se le unen los demás. "No lo parecía, pero había sitio para las cuatro", apunta Del Bosque. Lo único que queda en pie del complejo que compartieron es el edificio de los vestuarios y un trocito de grada cubierto de tornillos donde los obreros se cobijan de la lluvia para comer un bocata. Los ingenieros contemplaron la estructura remanente y, sin ponerle fecha de caducidad, anunciaron su término: "En cualquier momento, la tiramos abajo".
La Torre Mutua, de 250 metros, con forma de espada de samurai, brota del pedazo de suelo que ocupaba una de las áreas del campo principal. La propietaria, la Mutua Madrileña Aseguradora, también gestiona lo que fue el vestuario, hoy convertido en depósito. La construcción corre a cargo de Dragados, propiedad de ACS. En el solar de los terrenos de entrenamiento descansan dos hileras de contenedores donde funcionan talleres. La enorme pila prefabricada se ubica en el centro de la primitiva pista de atletismo de ceniza. "Sólo se usó una vez, el día que la inauguró Franco", observa Del Bosque.
La inauguración oficial fue el 18 de mayo de 1963. Santamaría recuerda tiempos previos al calentamiento global: "Miguel Muñoz no quería dejar el estadio Bernabéu para entrenarnos aquí porque decía que este sitio estaba muy expuesto al viento de la Sierra. Hacía muchísimo frío y alrededor sólo había prados de pastoreo y huertas. La primera vez que vinimos estaba todo nevado y nos fuimos a casa".
Cuatro años después de la nevada, Santamaría se convirtió en el segundo responsable de la cantera, tras Pedro Eguiluz (1961-66) y antecediendo a Luis Molowny (1970-90), Del Bosque (1990- 2000), Alberto Giráldes (2000-06) y Míchel. "Lo primero que les enseñábamos a los chicos era a comportarse como jugadores del Madrid", dice; "aquí no se viene a pelear ni a discutir con nadie porque con eso lo único que se consigue es que el árbitro te muestre la tarjeta".
Para Santamaría, el fútbol como juego cambió menos que como negocio. "A los chavales les explicábamos que en la defensa había que cerrar los espacios y en el ataque crearlos", comenta. "¿Cómo? Con movimientos sin balón. Igual que ahora. Lo que pasa es que antes se hablaba más. Yo ahora veo a los defensas y nadie manda a nadie. No hablan entre ellos. Da igual que se hable en la caseta porque lo que no se habla en el campo se olvida. Los chicos necesitan más educación que otra cosa. Estar preparados para no perder la cabeza cuando les ofrezcan un contrato de 1.000 millones", explica.
Uno de los primeros aprendices que tuvo Santamaría fue Del Bosque. "Me acuerdo perfectamente de mi primer día", advierte; "era pleno julio y jugamos una eliminatoria del Campeonato de España de juveniles en los campos de tierra y con más polvo que un demonio. Tenía 17 años y no sabía muy bien qué iba a hacer con mi vida. Recibimos una buena educación, dentro de las posibilidades que había entonces, que no eran tantas. Santamaría era muy cuidadoso de que nos portáramos bien porque se sentía responsable ante nuestros padres. Era duro. Te hacía ver que no eras nadie. Un pelao, un aprendiz de futbolista. Con tanto adulador que hay por ahí, era necesario. Los entrenadores, a esas edades, deben ser, sobre todo, educadores".
El primer contacto con la Ciudad Deportiva inculcó en Del Bosque la convicción íntima de que la única gloria del Madrid flotaba en el polvo de los campos de tierra y en los entrenadores "entrañables", como Francisco Campos, Campitos. Junto a Del Bosque, una larga lista de viejos trabajadores del club se han convencido de que el "equilibrio" vital del Madrid está en la cantera y en el "carácter" que le imprime. "Siempre que se promueve a un jugador", dice Del Bosque, "se ha cumplido un objetivo. Este año se perdió una ocasión histórica de reforzar la primera plantilla con la cantera. Creo que era el momento de apostar. Aunque, cuando tú los ves en los equipos inferiores, piensas que los muchachos no están, que no los ves..., no hay que tener miedo".
Todas las mañanas desde la ventana de su casa, a 300 metros, Del Bosque ve crecer las torres. "Esa Ciudad Deportiva", añade, "ha servido para dar una solución económica al club. Además, se había quedado pequeña. Haber sacado tanto provecho de ella ha sido un mérito de mucha gente anónima".
Con sus exuberantes rascacielos de cristal, muy pronto, el solar que compró Santiago Bernabéu hace más de 40 años será lo más parecido que hay en Europa a un trozo de Pekín o Shanghai, las ciudades con más volumen de construcción por año. Míchel se vuelve al vestuario y tiene un recuerdo amargo: "Hace dos años pasé por la Castellana y vi que habían cerrado la puerta sin más. Se habían llevado a la cantera a otra parte, como si nada. Hubo motivos para una despedida y se perdió una buena ocasión".
Muchos hinchas se despidieron a su manera. Según los responsables de las obras, una noche de mayo de 2004, antes de que empezaran, una multitud de saqueadores entró en el recinto para llevarse todo lo que podía guardar cierta relación con sus ídolos: la Cibeles de resina donde el equipo celebró su última Liga ganada, los carteles indicadores, las perchas en las que tal vez Beckham colgó su chaqueta y hasta las piedrecitas del mosaico con el escudo que había en el fondo de la piscina terapéutica del centro médico.
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