"Se bebía la vida a sorbos"
El pueblo de Cercedilla despide a su héroe acompañado por la familia y el príncipe Felipe
Cercedilla, el pueblo de Paquito Fernández Ochoa, empezó ayer a despedirse de su héroe con un goteo continuo de vecinos en peregrinaje hasta la capilla ardiente del esquiador, situada en la casa familiar. Sobre el pedestal de la estatua que rinde homenaje a su figura y a su oro en Sapporo 1972 -emplazada en el centro de la localidad e inaugurada hace dos semanas por el propio campeón-, yacían tres ramos de flores. Todos los vecinos sabían que la misa y el entierro serán hoy, al mediodía, en la iglesia de San Sebastián. Y en los cafés del pueblo, cercado por las vías del tren, se recordaba a un hombre "cercano", el mismo que solía ir a recoger con su coche a la estación de autobuses todos los días a su hijo a la vuelta del colegio. De la estación a la casa de los Fernández Ochoa, dos kilómetros de cuestas de barro, sin asfaltar. Y por las cuestas, orilladas por decenas de coches, los dolientes. Vecinos. Famosos de la televisión. Y el Príncipe de Asturias.
"Soy un rebelde de Cercedilla', decía. Y tuvo coraje para vivir y morir", resume Matías Prats
"He venido a darle a la familia un abrazo de parte de la Familia Real", explicó don Felipe, vestido de riguroso negro, tras abrazar a la viuda, María Jesús, rodeado de familiares, agentes de seguridad, flashes, periodistas y profesionales de programas del corazón. "Vengo a sentir de verdad esta pérdida, una pérdida humana, de una gran figura, un gran amigo y un ejemplo para todos".
Fernández Ochoa, se vio en su despedida, fue un personaje poliédrico. Por la puerta de su casa, bloques de granito y vigas de madera húmedas en medio de la sierra de Guadarrama, pasaron, a modo de testigos de su personalidad polifacética, nombres de todos los ámbitos. Fueron el reflejo de una vida dividida entre su familia, el deporte y la televisión. Por su familia hablaron Juan Manuel, uno de sus hermanos, y su viuda: "Las últimas fuerzas que tenía las empleó en su homenaje. Hoy tenía previsto hacer tratamiento de quimioterapia en Madrid. Sin él, ¿cómo vamos a superarlo?", dijo Juan Manuel. "Se bebía la vida a sorbos. Estando dos meses en cama, con dolores, incluso así, decía que con cáncer se podía vivir", continuó. "Se lleva el resquemor de no haber podido disfrutar más de su nieto".
"Tras su homenaje se quedó contento y cansado", recordó María Jesús, agarrada del brazo, las dos con el pelo rapado, por Blanca Fernández Ochoa. "Ha disfrutado de todo y ha muerto tranquilo".
Por el mundo del deporte y ante una veintena de coronas de flores, desfilaron Juan Antonio Gómez Angulo, ex secretario de Estado -"popularizó un deporte y esa es la grandeza de los campeones"-; Juan Antonio Corbalán, ex baloncestista del Madrid -"se nos va un hombre estupendo, un ejemplo para todo el país, y es un adiós que yo tenía que dar en persona", anunció entre lágrimas-, y Ángel Nieto, doce veces más una campeón de motociclismo -"España ha esquiado gracias a Paquito, un deportista en todos los sentidos"-.
Para cuando llegaron Ramón Calderón, presidente del Madrid; Santiago Fisas, consejero de Cultura y Deporte de la Comunidad de Madrid, y Jaime Lissavetzky, secretario de Estado para el Deporte, el atasco era de tal magnitud que hasta la Guardia Civil había desafiado al barro y el frío para ordenar el tráfico. Subían las furgonetas cargadas de flores. Los vecinos, las monjas, los ancianos, a pie. Y en la cima les esperaban una nube de cámaras y fotógrafos, testigos del anuncio de la próxima apertura de un museo sobre la figura del esquiador. "Es el último homenaje que le podemos dar", dijo Lissavetzky. "Pensar hace 34 años que un español iba a ganar un oro en Sapporo era soñar algo utópico y él hizo de esa utopía una realidad. Entra en la categoría de padre del deporte español".
Quedaba por rendirle homenaje la televisión. Y no faltó. Fernández Ochoa había sido comentarista, concursante de reallity shows e invitado de múltiples concursos. En esas circunstancias conoció a Fran Murcia, ex jugador de baloncesto. A José María García, periodista. Y a Matías Prats, presentador de telediarios: "Destacaba por su generosidad, su sencillez y su carácter", resumió Prats. "No consentía la mentira ni la manipulación. Le cantaba las cuarenta al lucero del alba. Le gustaba decir 'yo soy un rebelde de Cercedilla'. Y tuvo coraje para vivir y morir".
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