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Columna
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Lo viejo y lo nuevo

Con un sadismo muy mal disimulado, publicaba el diario El Día, el 10 de septiembre de 1972 en Santa Cruz de Tenerife, las siguientes líneas: "Los nazis mataron en sus cámaras de gas a medio millón de ellos aproximadamente. Más de un gitano debió ir al suplicio con el reloj de su verdugo en el bolsillo. Aunque no le sirviera sino para conocer la hora de su infortunio". Lo cuenta Juan de Dios Ramírez Heredia en su libro Vida Gitana, a propósito del añejo tópico que identifica a la raza del cobre con los hurtos menores, el engaño y los trileros. De la persecución, marginación, hambre, pobreza y necesidad que empujó a bastantes de los altaneros Vargas a robar gallinas o sustraer relojes, nos olvidamos y Santas Pascuas. Lo mismo que nos podemos olvidar de las pragmáticas reales de Medina del Campo, más racistas que otra cosa, promulgadas por los muy católicos Isabel y Fernando, y que desde Puente Genil a Lucena y desde los Pirineos a Gibraltar, buscaban la expulsión, cuando no el exterminio, de una etnia que fantaseaba su origen remoto hasta alcanzar a los faraones el viejo Egipto. Y si entre los descendientes de los señores de las pirámides hubo bastantes que, en la oscuridad de la noche, buscaron en corrales aves ajenas, hubo muchos más que sortearon la vida mediante pequeños trabajos en su fragua humilde, reparando el asiento de enea de las sillas del vecindario, bordando el mimbre o vendiendo baratijas en los mercados. Los hubo honrados a carta cabal como la mujer aquella de Oviedo sobre la que daba noticia, el 24 de marzo de 1976 la prensa madrileña; noticia que reproduce Félix Grande en su Memoria del flamenco y transcribimos: "Una gitana, madre de siete hijos, y vecina de Oviedo, acaba de protagonizar un gesto de honradez que está mereciendo vivos elogios. La señora en cuestión se encontró trescientas mil pesetas en un hato de ropas viejas que había recibido como limosna de la dueña de una tienda ovetense. Al darse cuenta del hallazgo, la gitana devolvió inmediatamente la cantidad, que tenía destinada la comerciante para pagar cuentas de proveedores de su establecimiento. La tendera le ofreció entonces una importante cantidad como recompensa, pero la gitana se negó a aceptarla, y sólo accedió a tomar un pequeño obsequio en géneros alimenticios para sus chicos". La cita es larga, pero hay que sacarla a colación, como se podrían sacar otras muchas, cuando saltan a la actualidad declaraciones o sucesos como los protagonizados por el munícipe de Dénia Quique Sastre. Porque en los grupos de marginación y pobreza suele y puede aparecer un mayor número de delitos. Pero identificar esos delitos con un grupo social, al que además y pérfidamente quisimos distinto en el pasado, es un pecado capital. Aunque la reacción de la gitana, como escribe Félix Grande, no debe ser tomada como prueba de que "ningún gitano robó, roba ni robará jamás". Eso sería demagogia barata, como escribe el experto en tonás, soleás, fandangos, martinetes y el ayeo del cante flamenco que no tiene destinatario social.

A los gitanos los quisimos distintos en el pasado, y todavía hay desafortunadamente quien los quiere en el presente. Y no son distintos, aunque lo contrario pueda afirmar un payo o un gitano. Pero los gitanos llegaron el siglo XV y todavía aparecen por aquí y por allá problemas de integración. No existe censo fidedigno con el número exacto de los del cobre en las anchas tierras hispanas. Quizás no alcanzan o sobrepasan el medio millón. Quienes sí sobrepasan la unidad seguida de muchos ceros, y su número crece de forma vertiginosa, porque aquí los índices de natalidad son para echarse a llorar, son los trabajadores extranjeros. Estos no llegaron ni llegan, como los patriarcas gitanos el XV, con falsas bulas del Papa de Roma. A los inmigrantes los necesita nuestra boyante economía y aparecen de forma poco legal, irregular o de cualquier manera. Huyen de la necesidad y bastantes de ellos acampan en el irritante mundo de la marginación y las actuaciones delictivas. Eso es tanta realidad como las declaraciones del concejal de Dénia. Pero la mano de obra de los inmigrantes es imprescindible, y más en el País Valenciano, como indican los empresarios: sería conveniente no considerar distintos a los nuevos conciudadanos, como un día quisimos a los gitanos.

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