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Columna
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Si conduce, no piense

Llevar un automóvil que nos ha costado un pico y, en la mayoría de los casos, una hipoteca inacabable, se está pareciendo, cada vez más, al esfuerzo de haber cursado una carrera corta, quiero decir unos estudios superiores abreviados. Cosa de los tiempos, sin duda alguna, pues la circulación automovilística de hoy nada tiene que ver con la de hace diez, veinte o más años. El código era farragoso, ya en sus principios, pero no encerraba dificultades insalvables, salvo para personas sumamente negadas en el manejo de un vehículo, sin que ello tenga que ver con el cociente intelectual. Persona tan dotada como el escritor Antonio Gala tuvo que renunciar a la obtención del permiso y su caso fue difundido entre las escuelas de toda España advertidas de la inutilidad y peligrosidad de querer instruirle en la conducción. Le suplicaban que se marchase y hubo casos de graves trastornos psíquicos entre avezados conductores. El día que, ejercitándose por un lugar poco transitado como los altos de la Castellana, fue a dar con el coche y su monitor, en el pequeño estanque que había junto a la estatua cabalgante de Isabel la Católica. Era un caso extremo.

En el futuro habrá que llevar a los niños en el coche sujetos con correas y quizás amordazados

Hoy, la inmensa mayoría de los que tenemos carné simplemente renovado, tras una verificación del buen estado de la vista y otros reflejos, seríamos reiteradamente suspendidos en el ejercicio oral que supongo tampoco pasaría un piloto como Fernando Alonso. Para conducir, especialmente en una ciudad como Madrid, se necesitan los cinco sentidos y alguno suplementario. Una de las evidentes causas es el aumento desmesurado del parque rodado, la necesidad o el hábito de sacar el coche, muy justificado, cuando se vive en el extrarradio o en los pueblecitos de la sierra, no siempre cercano el apeadero o la estación. Y el riesgo de dejar el coche aparcado en el lugar de partida y encontrarlo, al regreso, sin ruedas, radio ni cualquier parte extraíble y fungible en el Rastro.

La reciente puesta en marcha del carné por puntos parece que algo contribuye a disminuir las inevitables consecuencias del tráfico y la memoria de las posibles multas -sobre todo si se han pagado- se incorpora a la memoria defensiva del conductor que acaba comprendiendo que el desdén hacia las infinitas señales que encontramos en carreteras y vías urbanas es sumamente costoso. Lo que restituye la vigencia de aquella comprobación de que la letra con sangre, entra. No son precisos los castigos corporales, por supuesto, pero encierran mayor pedagogía los que conciernen a la cartera. Está ya prohibido utilizar el teléfono móvil cuando se va al volante, medida juiciosa, pues el mínimo descuido nos puede llevar al accidente. En otros tiempos no hubiera sido necesaria la prohibición, porque la cantidad de coches en circulación era escasa y las posibilidades de maniobra, bastante amplias. Véanse las películas con más de diez años de antigüedad y observaremos al conductor o la conductora que echan larguísimas parrafadas con la mirada puesta en la persona que tiene a su lado y que rara vez fijan en la supuesta carretera por la que circulan. Otro peligro, con el que aún no se atreven las autoridades competentes, son los niños, especialmente en los viajes largos, que incordian continuamente. En el futuro -contra el criterio de los pediatras, por supuesto- habrá que llevarles sujetos con correas y quizás amordazados.

Tampoco cabe echar en saco roto la posibilidad de que preocupaciones personales -que nunca faltan- afecten a un buen pilotaje. Problemas personales o laborales, la amenazante hipoteca, la sospecha de que los hijos adolescentes se entreguen a las orgías de la droga o a las perniciosas consecuencias del sexo irreflexivamente ejercido, la reestructuración de la plantilla a la que pertenecemos, cualesquiera de los mil cuidados que entretejen la vida cotidiana, pueden distraernos y pasar por alto ese semáforo en rojo, la cesión del paso, la dirección prohibida y, en este Madrid nuestro, los frecuentes cambios de sentido en las calles levantadas o por conveniencias ajenas a nuestro conocimiento.

Habrá quien recuerde que el género humano, poco preparado para circular en automóviles y aviones, recurría a la biodramina u otras drogas adecuadas para evitar el mareo. No está lejos el día en que, para soportar los riesgos de ir en automóvil, hayamos de prepararnos especialmente, bien recurriendo a sustancias idóneas, bien inducidos por la Dirección General de Tráfico: si conduces, no pienses.

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