Las estrategias defensivas de la marginación
Uno de los liberales españoles exiliados en Inglaterra tras el retorno del absolutismo y la Inquisición por obra y gracia de Fernando VII y los Cien Mil Hijos de San Luis definía la situación del escritor en la Península en los siguientes términos: "España podría designarse como el paraíso de los desaparecidos, el limbo de los que aún no han nacido, y el purgatorio de los vivos". La frase, aunque ingeniosa, peca no obstante de inexactitud: no todos los desaparecidos van al paraíso ni todos los vivos al purgatorio. Grandes escritores permanecen durante siglos entre las almas en pena -tal fue la suerte de Delicado y de Blanco White-, y muchos, muchísimos, vivos no sufren purgatorio alguno, antes bien escalan con destreza y a fuerza de codos a los peldaños más altos -el séptimo cielo- de la Institución Literaria. Los ejemplos de lo último están a la vista de todos y no me demoraré en probarlo.
"Guiri', guardia civil antaño, es hoy extranjero; y 'bocata', hambre en la jerga de prisiones, bocadillo"
Pero la observación de Gorostiza en el New Monthly Magazine en 1824 refleja sin embargo la situación de un buen puñado de escritores de ayer y de hoy que por razones diferentes -incorrección política, alejamiento de los centros de poder estatal, autonómico o empresarial, etcétera- padecen, independientemente del valor de sus propuestas literarias o artísticas, una forma de ostracismo que equivale a una muerte civil. En 1980 -¡y han transcurrido desde entonces veintiséis años!- después de autorretratarse como lumpen (harapo, en alemán), "dejado de la mano de Dios y más que nada de los hombres", decía Alfonso Sastre: "No se recuerda de alguien que haya leído un libro de un servidor en los últimos tiempos; y a la publicación de cada uno sigue siempre un mortal silencio". Silencio en verdad asombroso si se tiene en cuenta la enjundia y aliciente de una obra como la que hoy comento: Lumpen, marginación y jerigonza, cuyo subtítulo, 'Insólito viaje a algunos mundos adyacentes. Papeles escritos por el bachiller Alfonso Sastre, natural de Madrid', nos da la clave de su planteamiento, más cáustico que irónico: el de quien, por asimilarse a la escoria social, dispone de la libertad del que no tiene ya nada que perder. Buen lector como soy, he disfrutado de la lectura y relectura de este "tratado", difícilmente clasificable, sobre las estrategias defensivas y astucias creativas de los marginados por la sociedad: presos, drogadictos, delincuentes, vagabundos, mendigos (que hoy los niños bien apalean y queman vivos para grabar la escena en sus telefonitos), sin olvidar a los quinquis y gitanos ("¡que trabajen como Dios manda, joder!") ni, en épocas aún cercanas, a los "charnegos, metecos, maquetos, extremeños, 'coreanos', murcianos y demás gentes de mal vivir", cuyas distintas variantes idiomáticas examina el autor con agudeza y minuciosidad.
Su estudio lexicográfico, semántico y semiológico del hampa -no la política, literaria y artística de la que hablaba Baroja en su juventud- abarca no sólo la germanía peninsular desde los tiempos de Alemán y Cervantes -cuando los condenados a galeras y los pensionistas de la cárcel sevillana eran una almáciga de inventores de sinónimos ocultativos, tema abordado recientemente por otro proscrito, Ricardo Bada- hasta la dictadura franquista, sino también el argot francés, mexicano, cubano, brasileño, lunfardo: un vasto muestrario de habla jergal, con sus registros coloquiales y alteraciones silábicas, propios de la guerrilla idiomática de la que algunos políticos como Nicolas Sarkozy denominan chusma, esto es, basura humana. Las referencias a Villon, Victor Hugo (para quien el argot, del que no obstante se servía, era "abyecto"), Balzac, Eugène Sue, Baroja y otros escritores de menor fuste se entreveran con estudios consagrados a la jerigonza carcelaria, como los de Juan Hidalgo y del médico y criminalista Rafael Salillas.
Transgresión del lenguaje
La obra de éste marca en efecto un hito en el estudio de la lengua de la carne de cañón de la que se nutren las cárceles. "El disimulo", escribe, "es el verdadero inspirador de la jerga", la cual se configura como un código de claves secretas y por consiguiente cambiantes. Para ello, se sirve de onomatopeyas, trueques, inversiones semánticas, metonimias, metáforas, en una continua dinámica de escamoteo e invención. Así, para el monipodio sevillano contemporáneo de Cervantes, blanco era necio o torpe; negro, astuto y hábil; honrado, bandolero o salteador... El denominador común de tales permutas cifra en la transgresión del lenguaje establecido. En corto: es la expresión del hombre y mujer desterritorializados, barridos a escobazos a los márgenes irreciclables de la escoria por el poder y la administración. El perpetuum mobile del caló, como nos recuerda Sastre, suele alimentar también, lejos de sus orígenes, el habla informe de ciertos grupos en función de su edad o profesión, como la de los jóvenes al día, ayer jipis y hoy hip-hop. "Guiri", guardia civil antaño, es actualmente extranjero; "bocata", hambre en la jerga de prisiones, ha pasado a ser sinónimo de bocadillo o sándwich o Dicho reciclaje del habla de los tenidos por irrecuperables manifiesta la vitalidad de unas formas comunicativas que, ajenas a toda noción de pureza castiza, esquivan la norma en la que se funda el llamado orden social.
Uno de los apartados más aguijadores del libro ninguneado de Alfonso Sastre es el referente al nexo entre germanía y caló gitano, que hoy llamaríamos romaní. En los siglos XVI y XVII el último era desconocido en los medios carcelarios y se introdujo paulatinamente en ellos en virtud del acoso oficial a gitanos y caldereros -el autor reproduce las monstruosas leyes y pragmáticas de nuestros monarcas así como los anatemas contundentes de nuestros siempre benignos eclesiásticos-, acoso que se tradujo en la sedentarización formada de muchos roms, paralelamente a la dispersión de los rufianes y cuatreros, cuya habla se agitanó. El léxico analizado por Sastre -que retoma y moderniza los de Hidalgo y Salillas- permite captar al lector su camaleonismo, siempre extramuros del lenguaje correcto. La naturaleza proteica del caló o cheli carece de reglas y nuestro autor apunta con razón a su poder "contaminador", como en el caso de la jerga aflamencada de Andalucía y su imitación postiza por literatos de segunda fila y poetas que no pasan de tonadilleros. García Lorca es, aunque no siempre, la solitaria excepción.
Arma de defensa no sólo del delincuente sino también de quien no espera nada bueno de la administración ni de la gente de bien: tal es el principio seminal del caló. Recuerdo que en el barrio almeriense de la Chanca, cuando un desconocido preguntaba por las señas de algún vecino, su interlocutor respondía "s'a muerto", por si el intruso resultaba ser un pasma o agente de la Brigada Político Social.
En el caso de las corrientes migratorias en el ámbito de una lengua dada, la adopción de ésta por la comunidad recién llegada se acompaña de ordinario con fenómenos de hibridación y reacciones identitarias. Sastre analiza el fenómeno dentro y fuera de España y sus observaciones se ajustan al mundo "globalizado" de hoy: la inversión silábica del verlan (â l'envers) empleada por los beurs (árabes) es un buen ejemplo de ello. En términos más generales, su preocupación por la preservación de la diversidad lingüística del planeta en un universo audiovisual que tiende a la uniformidad abunda en el sentido de la que indujo a la Unesco a discutir, pasar por el cedazo y aprobar en 1999 el nuevo concepto de Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad: de las tres mil y pico de lenguas y dialectos censados, están a punto de extinguirse más de un centenar.
Referencias propias
En este Insólito viaje a algunos mundos adyacentes. Papeles escritos por el bachiller Alfonso Sastre, natural de Madrid, titulado y compuesto conforme al esquema narrativo, digresiones incluidas, de nuestros clásicos, no podía faltar la referencia al propio autor, inscrito a la fuerza durante el franquismo en los cursos de la Universidad Carcelaria de Carabanchel. Tras examinar con la doble experiencia que procuran la vida y los libros la expulsión a los márgenes de zíngaros, quinquis, mendigos, traperos, feriantes -de todos los parásitos del cuerpo social sano, los "portadores dolientes de mierda, rodeados de asco, hermanos míos"-, Sastre nos invita a reflexionar sobre su peculiar situación. "La marginación como operación", escribe, "se produce en términos administrativos o estatales (censura), por el mundillo 'crítico-artístico' (ostracismo), con lo que el efecto social y final es la muerte civil del escritor radical, o sea subversivo para los valores del Estado y para los intereses de las mafias intelectuales" (agrupadas, añado yo, en torno a las administraciones autonómicas o municipales, partidos políticos y empresas editoriales). Si escribir en Madrid era llorar en tiempos de Larra, ¿qué será hoy, me pregunto con Sastre, hacerlo en Ourense, Murcia o Ciudad Real, sin cúpula protectora alguna, en el desamparo del anonimato total?
Las razones del ninguneo de nuestro dramaturgo y ensayista son obvias, y aunque no comparto de ningún modo su postura respecto del problema vasco, me parecen indignas de una institución literaria que no ha cambiado mucho, en sus fobias y amiguismos, desde la muerte de Franco. Con un humor crudo, en los antípodas del de Mihura y Fernández-Flórez exaltados aún por algunos miembros del gremio, el autor de estos Papeles escribe: "Mientras no se descubra el cuerpo del señor Sastre queda en pie la posibilidad de que no haya muerto", el abrupto deseo de que lo dejen en paz el día en el que fallezca de verdad. La autoirrisión no quita la amargura, y el silencio de lustros sobre un libro tan rico en reflexiones y sugerencias revela una vez más la discontinuidad de la vida cultural y española documentada por Américo Castro y Lloréis: su estrechez de miras, endogamia e incapacidad de asumir la variedad de su propio contenido en razón de la extrañeza o repudio que suscitan lo tildado de alógeno o anormal.
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