Otoño y templanza
La mañana del domingo salió inesperadamente otoñal. La gente se volcó a los parques, con sus cochecitos de bebés -¡cuántos!-, sus bicis, sus perros y sus inmensas ganas de un vivir moderado y placentero. A disfrutar del paréntesis entre el concierto de Silvio Rodríguez de la noche anterior, que arrastró a una muchedumbre de jóvenes maduros y todavía entusiastas, el flamenco de la Bienal y el derby de la tarde, Sevilla-Betis, en el que los dioses seguirían repartiendo templanza.
Vamos, que ninguna crispación, por mucho que la dicten obispos iracundos y amarillos guerracivilistas. Por cierto, en el Museo de Artes y Costumbres Populares, una exposición, tan hermosa como estremecedora, atraía a muchos de aquellos ciudadanos, llamados por la curiosidad o la nostalgia: Carteles de la Guerra, 1936-1939, de la Fundación Pablo Iglesias (Centro de Estudios Andaluces y Consejería de la Presidencia mediantes). La banda de música de Montellano -otro regalo imprevisible- animaba entretanto el patio neomudéjar del museo que soñó Aníbal González, con pasodobles castizos y también atrevidas versiones de Beethoven. Músicos veteranos, que acaso conocieron la Guerra, y músicos adolescentes de ambos sexos (el solista del clarinete frisaría los quince), que acaso crean que Franco debió ser primo de Napoleón, o por ahí. Pero todos, con la magia de la república musical, convocando en torno suyo a ese público igual de variopinto, un rato a escuchar y otro rato a mirar los carteles. Excelente conjunción para una mañana tibia, penúltimo sol del verano, y haciendo ganas de comer.
El cronista se deleitó y se conmovió también con aquella estética desesperada de obreros hercúleos y mujeres activistas, piquetas, libros y fusiles: "El oso de Madrid destrozará al fascismo", "Vigilancia en la Retaguardia", "Primero ganar la Guerra", "Confiad vuestra familia a la República"..., mientras su mente le llevaba, con escaso control, a otros ámbitos colaterales. Allá por junio, verbigracia, el cronista estuvo en otro retrato de la Guerra, la presentación de la edición revisada y ampliada del libro de Juan Ortiz: Del golpe militar a la Guerra Civil: Sevilla 1936. Pero allí el aire era distinto. Miradas furtivas, silencios insondables, como si la araña del miedo continuara ejerciendo su secreta labor, al cabo de 70 años. Claro que eran mayormente familiares y seguidores de aquella noble causa cercenada por el ejército mercenario de Queipo; y no en busca de ninguna revancha, pero sí de una penúltima oportunidad de saber, por las listas y otros datos terribles del libro, qué fue de aquel abuelo, en qué cuneta yace todavía. Y de ahí, el racimo de la memoria me condujo a otras noticias que podrían parecer delirantes. En un reciente curso de literatura oral, en un pueblo del noroeste de la provincia -cuyo nombre debo omitir- supe de lo ocurrido en la madrugada del 23 de febrero de 1981, con la voluntad popular todavía secuestrada por aquel figurón con tricornio y sus secuaces. Un grupo de conocidos derechistas se reunió a componer la lista de aquellos que había que fusilar en cuanto el nuevo golpe triunfara. Así, por unas cuantas horas (repito, ¡1981!), estuvieron temblando en un papel los nombres de sindicalistas, concejales de izquierda, líderes obreros... E inevitablemente otro recuerdo, el de aquella otra madrugada -estas cosas siempre ocurren a las horas de las alimañas-, la del 3 de abril de 1979, cuando los soldados de un grupo acorazado de la guarnición de Sevilla estuvieron varias horas en el interior de sus tanquetas, mientras se contaban los votos de las primeras elecciones municipales. Otro tanto, muy semejante, ocurriría en aquella otra noche del 23-F. Y todavía el 6 de enero de este año -también en Sevilla, cómo no-, el teniente coronel Mena Aguado "alertaba" de las peligrosas consecuencias que podía traer el Estatuto de Cataluña.
Pero así es el enjambre de la memoria, enredado al muestrario del presente, donde todo fluye y nada permanece, salvo el cambio mismo, como nos enseñó Heráclito. Asomado a las páginas de Abc, un Arenas desconocido reclama -o lo parece- moderación centrista para ganar las elecciones. No está mal, siempre que no sea una nueva añagaza. Sabe él que se la juega del todo en la reforma del Estatuto andaluz, su penúltima oportunidad. Y sabe Chaves que el nuevo texto no debe ser aprobado sólo por la izquierda. Pues ahí tienen ambos espacio suficiente para acordar. A ver si lo aprovechan. Como aprovecharon la mañana de un otoño adelantado esos ciudadanos del museo, del parque, de la banda de música de Montellano, de los carteles de la República; serenamente convencidos de que la Historia no tiene marcha atrás, de que nada se repite, salvo caricatura. Que el metro sigue su marcha, aunque tropiece, y el tranvía del centro, aunque se agiten en su tumba las cenizas de la Historia, y las viviendas de VPO, y el arreglo de los barrios..., por mucho que ladren a Monteseirín los perros de la especulación del suelo y de la envidia. Con esa expresión inefable, empujando los cochecitos de sus bebés, pedaleando en sus bicicletas, poco a poco los ciudadanos libres y nada crispados se fueron retirando a sus pacíficos domicilios, a saborear, seguramente, el penúltimo gazpacho del verano.
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