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DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2006 | Decimoséptima etapa
Columna
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Colecciones

Hace una temporada, tampoco recuerdo exactamente cuándo, leía una breve información (que no noticia) en las páginas de sociedad de un periódico. Hablaba de una famosa actriz y de sus posesiones, que si un castillo por aquí, una mansión por allá, un apartamento no se dónde y una isla en el Pacífico. Hablo de memoria, o sea que seguramente no era así con exactitud, pero sí algo parecido. El caso es que según ella, aquello no eran ni residencias ni inversiones, aquello era su colección privada, porque ella era según decía, coleccionista de paisajes.

A mí no me importaría tampoco apuntarme a este tipo de coleccionismo, pero por desgracia la cuenta corriente no me da para tanto. Además, los paisajes no se poseen, sino que se disfrutan. Puedes poseer la tierra, puedes tener en propiedad el punto donde la panorámica es más espectacular, bien, pero el paisaje en sí es como nuestro deporte, un espectáculo gratuito. Es como el respirar, de las pocas cosas que -aún- no nos cuestan dinero.

La que sí es en ese sentido coleccionista de paisajes es mi bicicleta. Si pudiese hablar y contar lo que ha visto en estas últimas dos semanas y media -ánimo que ya no falta nada- tendríamos material para un buen documental sobre la diversidad de la piel de toro. En cuanto a imágenes, se entiende, porque ella no puede ir por ahí parándose como Labordeta a hablar con las gentes. Yo, que soy quien la guío, a veces también soy partícipe del disfrute. Pero otras bastante tengo con mirar hacia delante y seguir la rueda del que me precede, ignorando lo que hay alrededor.

Mi bicicleta comenzó con un breve paseo por Málaga. Luego se dirigió hacia el norte vía Córdoba siguiendo a grandes rasgos la Ruta de la Plata hasta León, con algún que otro ligero desvío buscando la belleza, como fue el caso del Valle del Jerte. Una vez en León se incorporó circunstancialmente al camino de Santiago pasando por lo que queda de la cuenca minera. Visitó Galicia, paisajes quemados. Recorrió Asturias de oeste a este atravesando valles y gargantas. Llegó al Cantábrico, qué borrachera de verdor después de todo lo anterior. Volvió a la meseta atravesando el cañón del Ebro. Luego llegó la Alcarria, con tormenta incluida, qué variación de tonos. El mar de Castilla camino de Cuenca, toda una maravilla en sí misma, como pudo apreciar con más calma al día siguiente. Volvió al Mediterráneo en Valencia. Apreció después el tremendo contraste de la desértica Almería y su cercana y desconocida -y durísima- Sierra de los Filabres. Y ayer, por no ir más lejos, dejó atrás el mar de plástico para adentrarse en las Alpujarras por un inédito puerto que le dio las mejores vistas sobre Trévelez y Capileira. Y terminó el día apreciando la grandeza de Sierra Nevada.

No esta mal la colección, ¿verdad? Pues aún le falta hasta Madrid.

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