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HISTORIAS DEL 'CALCIO' | Fútbol | Internacional
Columna
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La piel del enemigo

Enric González

Dicen que es sabio meterse en la piel del enemigo. Que se comprenden muchas cosas tratando de pensar como él. Si eso es verdad, el karma colectivo del calcio puede ser un poco menos inmundo a partir de esta temporada. No por lo que ha pasado (los castigos nunca son bonitos de ver), sino por lo que va a pasar. Este año, al Inter le toca ejercer de favorito y de antipático, el papel que correspondía a su gran rival histórico, el Juventus; el Milan parte en desventaja frente al otro equipo milanés, justo lo que solía hacer el Inter; y el Juventus, en el pozo de Segunda, sufre lo que sufrió el Milan a principios de los 80.

El Torino está en Primera. El Inter y el Roma, los segundones de la historia reciente, se toman revancha de pasadas injusticias. Y la Juve, la arrogante señorona de Turín, se dispone a afrontar las asperezas de los estadios de provincia. Muchos italianos imaginaban que un mundo feliz sería algo muy parecido a eso. Pero resulta que no. Hay algo de obsceno en la imagen del Juventus, tan prepotente, tan despectivo en el pasado, humillado con el descenso y con un tremendo lastre de 17 puntos (quizá le reduzcan la carga: en Italia siempre queda una posibilidad de pacto) que pesa más de lo que parece. Hay algo que obliga a cerrar los ojos, a apartar la vista. Como si Lady Godiva saltara desnuda al césped.

Quién iba a decir que el Juventus acabaría suscitando simpatía en ese 75% de los aficionados (el otro 25% tiene el corazón blanquinegro) que sobrellevaban mal la antigua hegemonía de la señorona y sobrellevaron peor los años en que Luciano Moggi, el director general juventino, decidía quién se llevaba un penalti, quién una tarjeta, quién una expulsión. Se percibía ya en la prensa de pretemporada, que, tras la furiosa catarsis de julio, empezó en agosto a ser consciente de la magnitud de la tragedia. Quedó claro el sábado, en el modesto estadio del modesto Rímini: el público apenas pudo proferir los abucheos de rigor y acabó insultando al Cesena, el rival de su provincia, como desentendiéndose del Juventus, como disimulando ante lo que estaba viendo.

Un equipo mal dirigido (el nuevo entrenador, Didier Deschamps, se equivocó en todo), con campeones del mundo como Buffon, Del Piero y Camoranesi convertidos en gelatina estupefacta, incapaz de ir más allá del empate frente a un equipo con un hombre menos y no especialmente combativo: eso fue el Juventus. Tendrán que ir a más, por fuerza. Con el puntito de Rimini, sólo faltan 16 para poner el marcador a cero.

No les será nada fácil recuperar la máxima categoría. Pero en lugar del dictador Capello hay un técnico confuso, en lugar de los ojos de lagarto de Moggi hay dos muchachos jóvenes y sonrientes, Yaki y Lapo Elkann, los herederos de Agnelli, y en el pecho de los jugadores, donde debería alojarse el scudetto tricolor del año pasado, hay un vacío angustioso.

La compasión resulta inevitable. Más cuando se escucha el bramido rabioso de la afición juventina, que aúlla a la luna y grita contra los directivos "traidores" por no apelar a la justicia ordinaria; contra los futbolistas "mercenarios" que se fueron a otros clubes; contra unos rivales, Inter, Milan, que no pueden escucharles porque están en otro mundo, kilómetros por encima del fango de Segunda.

¿Cómo no ponerse en la piel del enemigo?

Del Piero intenta llevarse el balón ante Barusso, del Rímini.
Del Piero intenta llevarse el balón ante Barusso, del Rímini.REUTERS

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