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Pet Shop Boys desplegaron elegancia e inteligencia

Elegancia, clase, estilo y distinción. Apenas cuatro palabras se necesitan para expresar lo que Pet Shop Boys ofrecieron en el estreno oficial del Espacio Movistar en Barcelona en la noche del martes. Sin precisar un despliegue de imaginación, que la hubo, y sin recurrir a más de media docena de sus canciones clásicas, el dúo británico dio muestras de situarse por encima de la media de los grupos de pop apelando a una inteligencia y sutileza que les ha permitido mantener a flote un proyecto que bien podía haberse pensado tenía carácter perecedero. Por medio de un concierto mejor que el último ofrecido en la ciudad, Pet Shop Boys marcaron su territorio.

Prescindiendo de instrumentistas como en sus mejores tiempos, apelando a una escenografía cambiante que se fundamentaba en conceptos y materiales sencillos -unos paneles móviles que servían al mismo tiempo de superficie de proyección-, jugando con el vestuario -Neil Tennant de señor trajeado y luego de paródico militar, Chris Lowe con un chándal azufre-Barça- y recurriendo a coreografías ejecutadas por un cuerpo de baile, el dúo británico encontró los materiales para escenificar la presentación de Fundamental, un trabajo que les ha puesto en la estela de sus mejores tiempos. Y eso es lo que precisamente evocaron, a un grupo que lejos a agotarse es capaz de encontrar nuevos recursos para explicar con inteligencia y alegría lo que de absurdo tiene nuestro mundo.

Se ha de considerar que no gozaron de una sonorización destacable, que se tardó en ajustar volúmenes y que la voz de Tennat sonó inicialmente mal, fuera de lugar, pero una vez corregidos al menos parcialmente estos desajustes, la banda se aupó en el fervor de sus fieles, enloquecidos, y fue entregando una mezcla de canciones nuevas y viejas. Desde Psychological, The Sodom and Gomorrah Show y Minimal, a West end girls, Left to my own devices o Suburbia, todas parecieron canciones unidas por un hilo de actualidad que no las hacía parecer tan desperdigadas en el tiempo. Y si las canciones no gustaban, siempre se podía acudir al hieratismo distante de Lowe o a la elegancia de Tennant, más inglesa que la Union Jack.

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