Louise Bennett, poeta y folclorista jamaicana
Reivindicó el 'patois" y la tradición oral
Louise Bennett, conocida cariñosamente como Miss Lou, fue la gran forjadora de la identidad jamaicana. Desde 1936, que saltó a un escenario para recitar un poema (y ganó un premio), dedicó todas sus energías a reivindicar el patois jamaicano, despreciado por las autoridades coloniales como dialecto de gente inculta. A pesar de que ella sabía manejar el inglés de Oxford, en toda su obra -escrita o hablada- usó el patois, recuperando tradiciones campesinas y enfatizando sus vestigios africanos.
Nacida en Kingston el 7 de septiembre de 1919, su madre sobrevivía como costurera; sus clientas fueron inspiración y fuente de información. Voluminosa y cordial, Louise era perfecta para su personaje preferido, una mujer de campo con lengua afilada y sabiduría ancestral a la hora de enjuiciar la actualidad. Aunque obtuvo una beca para estudiar arte dramático en Londres y luego se formó en investigación folclórica, no cambió sus maneras: simplemente, realizaba un esfuerzo extra para transmitir su cultura a públicos foráneos.
Se desempeñó como escritora, actriz, recitadora, monologuista, columnista, cantante, profesora, locutora de radio, presentadora de televisión y artista discográfica. Siguió las rutas de la diáspora jamaicana en el Reino Unido y EE UU. Igual que en su isla de origen, repetía que el patois era indispensable para proporcionar orgullo y voz propia a una nación fundada sobre la esclavitud y la exclusión social de sus descendientes.
Reverenciada por los jamaicanos de dentro y fuera de la isla, sus programas infantiles consiguieron que las jóvenes generaciones perdieran el sentido de inferioridad respecto a su forma de expresarse. Su luminoso modelo fue incluso reconocido por poetas combativos como Linton Kwesi Johnson o Benjamin Zephaniah, sin olvidar los airados cantantes de reggae: terminó grabando en Island Records, la compañía que lanzó a Bob Marley.
Tanto antes como después de la independencia, su relación con la clase dirigente de Jamaica pasó por momentos tormentosos. Aunque desempeñó brevemente cargos públicos y recibió honores, terminó exiliándose por un gesto miserable de la burocracia de Kingston: se gravaba con altos impuestos la importación de medicamentos, incluyendo los que necesitaba su marido enfermo. Canadá, con una muy integrada comunidad jamaicana, la acogió en sus últimos años. Allí falleció el pasado 27 de julio.
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