Surafricanos todos, por fin
Suráfrica es un país de una belleza apabullante y duele que sea tan bella cuando también es uno de los países con mayor desigualdad del mundo. La modernidad de Johanesburgo, Durban o Ciudad del Cabo y la opulencia de algunos de sus barrios contrasta con las regiones más pobres, rurales. Pequeñas chozas redondas en un mar de colinas verdes, algunas vacas, un pequeño huerto, precioso, pintoresco, pero muy, muy pobre. Suráfrica acoge uno de los mayores parques naturales africanos (el Kruger National Park) y es destino turístico internacional. Johanesburgo es una ciudad vibrante, Ciudad del Cabo es una de las más hermosas. Dispone de playas, de montañas, de zonas desérticas y casi tropicales, diferentes climas y un abanico de culturas. Las 11 lenguas que hablan sus 45 millones de habitantes están reconocidas oficialmente en la Constitución, una de las más liberales. Suráfrica acogerá en 2010 el próximo Mundial de fútbol. La designación del evento, eso sí, consiguió enorgullecer a todos por igual, blancos y negros, pobres y ricos, surafricanos todos, por fin.
Se han abierto hostales para que los turistas puedan vivir la cultura del gueto y visitar la casa de Mandela
Suráfrica se ha convertido en el motor económico africano. La economía crece a razón de un 5%-6% anual, pero eso no repercute en la población. La capacidad del Gobierno de revertir esta situación es clave para el futuro del país. "Nos sentamos en un polvorín", es la frase más repetida de otro de los referentes morales surafricanos, junto con Mandela: el arzobispo anglicano Desmond Tutu. Y también es clave para revertir la situación del sida. Suráfrica tiene la población de infectados más elevada del mundo. Los críticos han acusado a Mbeki de actuar tarde y mal para atajar la pandemia.
Todavía hay mucho por hacer. El que viaja del aeropuerto de Ciudad del Cabo a la urbe ve desde la autopista kilómetros y kilómetros de chabolas. El Gobierno promete casas, pero el presupuesto para construir millones de viviendas, aunque sean lo que se han dado en llamar match boxes (cajas de cerillas), simplemente no existe. Sobre todo cuando el éxodo de la población rural a la ciudad es imparable. Pese a que el Gobierno ha instituido políticas de discriminación positiva, éstas han enriquecido y mucho a un sector muy pequeño (y sospechosamente cercano al Gobierno), una de las grandes críticas al actual presidente Thabo Mbeki, sucesor de Mandela. La gran mayoría de la población es igual de pobre que durante el apartheid o más. Los guetos siguen en pie y están para quedarse. El más grande, en las afueras de Johanesburgo, que reúne a cuatro millones de habitantes, es Soweto. Dispone de centros comerciales; se han abierto restaurantes y hostales para que los turistas puedan vivir la cultura del gueto mientras visitan la casa de Mandela, de Tutu, los barrios en los que los escolares se rebelaron contra el Gobierno en el 76, el Museo del Apartheid; hay áreas bautizadas Beverly Hills en las que las casas no tienen nada que envidiar a las de los blancos (y ahora negros) más pudientes; se va a abrir un hotel de cuatro estrellas y los precios de las viviendas se han disparado.
Soweto no es una excepción y el número de negocios, muchos de ellos relacionados con el turismo, se disparan.
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