En busca de un romance
EL PAÍS presenta mañana, sábado, por 8,95 euros, 'Candilejas', una de las más hermosas historias de amor de las realizadas por Charles Chaplin
"Un caballero en busca de un romance", así definió Charles Chaplin a su vagabundo. Y en efecto, Charlot siempre se comporta como un caballero, sobre todo si hay unas faldas por medio. Su cine está lleno de muchachas en apuros a las que él ayuda a salir adelante. En Luces de la ciudad se trata de una ciega; en Tiempos modernos, de una mendiga; en La quimera del oro, de una pobre emigrante; en Candilejas, de una bailarina que se intenta suicidar y a la que una extraña dolencia impide mover sus piernas. De todas ellas se ocupa como el más solícito de los caballeros. Y de todas, como es lógico, se enamora. Federico García Lorca definió así lo poético: "Lo que está en el filo, a punto de caer de donde no se vuelve". Charlot siempre estaba en ese punto, era como esas cabras que ramonean en las paredes más abruptas de los acantilados, y que no podemos ver sin estremecimiento, aunque ellas vivan enteramente ajenas al peligro que corren. Por eso fue el más gracioso y poético de todos los cómicos que ha habido en el cine.
Françoise Truffaut pensaba que Chaplin, cuya madre moriría en un manicomio, se salvó de la locura gracias a sus dotes de mimo. Me atrevo a pensar que detrás de todas las muchachas desamparadas que aparecen en su cine está el recuerdo de esa madre niña y loca. El sentimentalismo del que se le acusa forma parte de ese deseo de regresar a su lado y salvarla. No entiendo por qué hay mucha gente que le rechaza por ello. Si aceptamos que se pueda comer una bota, ¿por qué no íbamos a aceptar que ayudara a una cieguita a recuperar la vista o a una paralítica a que volviera a bailar? Todas ellas son cosas igual de absurdas e improbables. Cosas que surgen de la necesidad más extrema, de ese vivir en el filo del que antes hablé. El amor es la pantomima que le permite escaparse con las muchachas que, como él, enloquecen de pena. Hacer del deseo la verdadera riqueza. Y Candilejas es su canto del cisne, pues en ella Calvero, su protagonista, debe renunciar a la joven bailarina de la que se enamora. ¿Qué puede, en efecto, ofrecer un cómico viejo y cansado a una muchacha que empieza a vivir? Amarla, sólo puede ser dejarla marchar. Ése es el significado de su última escena. Calvero se está muriendo, pero pide que le pongan entre bambalinas para despedirse de ella. La escena es una maravillosa lección de cine, pues la cámara apenas se detiene en su muerte. Sólo vemos cubrir su cuerpo con una sábana. Bertolucci dice que esa sábana no es un sudario sino una pantalla de cine. La misma en que enseguida vemos a la muchacha bailar. "Cuesta entender la vida, no la muerte. La muerte nunca encierra enigma alguno", ha escrito Joan Margarit. Eso mismo nos dice Chaplin. El enigma es la vida, todo lo que es pequeño, inesperado y frágil. El enigma está en la debilidad, en esa bailarina estirándose sobre el escenario hasta parecer suspendida en el aire. Ésa será la última imagen de la película. No el cuerpo inerte de Calvero, sino el de la muchacha bailando. El cuerpo leve como un vilano que parte no se sabe hacia dónde. Ese vuelo es la vida: puro deseo, no significado.
Todo en Chaplin es admirable. Es, sin duda, uno de los artistas más grandes que han existido jamás. El más loco y niño, el que más luminosamente nos ha hecho reír; incluso con lo más terrible. Es verdad que en sus películas sólo existía él y que apenas dejaba espacio para otros; pero no lo es menos que nadie se le podía comparar. Tenía ese don maravilloso de los niños de transformarlo todo en gracia. Y vivía fascinado por las muchachas. Cometía por ellas todo tipo de locuras, se volvía generoso, se le ocurrían las cosas más disparatadas para ayudarlas a sobrellevar sus penas, entre ellas algunas de las películas más hermosas que se han rodado jamás. Candilejas es una de esas películas y habla de esa fascinación. Chaplin era de esos niños que, en los recreos, les gusta quedarse junto a las niñas; que vive sólo para estar a su lado, hacerlas reír y, llegado el caso, mordisquear su merienda. Y ellas le pagaron entregándole su amor. No es extraño, pues las mujeres suelen amar a los hombres que viven fascinados por ellas. Películas y aventuras amorosas constituyeron su vida. ¿De verdad hay otra cosa que merezca la pena?
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