El sepulcro del dragón
E stá ennegrecido, disecado de aquella manera. Se le ha descrito en no pocas ocasiones como "el dragón de Valencia", un monstruo devora-personas que, en tiempos remotos, se dedicaba a zamparse vírgenes despistadas y labradores atrevidos. Pero la verdad es que no es un dinosaurio que sobrevivió al final de su especie, ni un cocodrilo que se despistó hacia el Mediterráneo. Porque lo que cuelga desde 1606 -ahora hace precisamente 400 años- en el atrio del llamado Colegio del Patriarca es un caimán americano, enviado por el virrey de Perú a Juan de Ribera, más conocido como El Patriarca. Arzobispo de Valencia del 1566 al 1610, patriarca de Antioquía, canciller de la universidad valenciana, escalofrío para moriscos, máximo defensor de la Contrarreforma, se ha convertido, además, como colofón a todo este carrerón, en santo desde los años 60. Pese a que El Patriarca luchó toda su vida -y, dado su rango en el más allá, se supone que lo sigue haciendo desde su muerte- por la extrema ortodoxia católica, también se le considera en no pocos escritos como devoto de la finura y el humanismo, y de las curiosidades. Tenía en Alboraia un zoo de animales exóticos en el que se ha escrito que podía haber hasta leones.
Pese a su severidad externa, el colegio del Patriarca es de una gran belleza interna
Hoy, las madres nacidas poco después de la guerra civil aún aseguran -a ellas así se lo dijeron- que, en tiempos, en las dehesas y marjales de Valencia había leones y saurios. Al final, igual todo ese animalario venía de la colección del proto-santo, y los siglos sucesivos simplemente se encargaron de darle narrativa y magia. Blasco Ibáñez, de hecho, en sus Cuentos Valencianos fabula con que hubo un antiguo dragón valenciano que se comía todo lo que salía fuera de las murallas de la ciudad, hasta que fue liquidado por un condenado que ganó el indulto con la muerte del monstruo. Lo cierto es que, en época de El Patriarca, no era tan raro que los restos de caimanes del Nuevo Mundo decoraran iglesias: su significado era el del silencio, y evocaban la muerte del mal frente a la divinidad del bien. También se podían ver huesos de ballena, con su evocación a las maravillas de lo divino. Nada de magnificencia, sin embargo, se intuye desde el austero exterior del Real Colegio-Seminario Corpus Christi de Valencia, el Colegio del Patriarca, obra magna de Juan de Ribera, cuna centenaria de la momia del caimán. Pese a su severidad externa, este colegio-iglesia-capilla, es, internamente, de una gran belleza, la cual ha llegado hasta nuestros días con una emocionante perfección, casi sin que nadie lo sospeche, ya que pocos saben que, por ejemplo, su museo contiene obras estremecedoras de El Greco o Ribalta.
Hasta el 3 de septiembre, una exposición que se puede contemplar en la vecina Nau de la Universidad nos lo recuerda, y da a conocer con esplendor los cuatro siglos del Colegio. Algo necesario, porque hoy, para muchos, esta institución sólo se relaciona con los restos del dragón. ¡Ah!, y con la triste figura de un mendigo que, en la puerta del edificio y a pleno sol, pasa regularmente el cazo con poca incidencia, sin que el santo Patriarca le eche un cable desde las alturas.
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