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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Sobre 'El catecismo apocalíptico'

Es bueno que André Glucksmann (El catecismo apocalíptico, 12 de agosto de 2006) sienta compasión por los civiles que caen cada día en Bagdad. Lástima que no intuyera este obvio desenlace antes de hacer apología a favor de la agresión anglo-americana iniciada en marzo de 2003 y que, según The Lancet, publicación oficial del Colegio de Médicos de Reino Unido, ya había provocado 100.000 muertos hace más de año y medio, cifra sobradamente superada a estas alturas de la catástrofe.

Quien desee bucear en las penosas apologías de Glucksmann en pro de este crimen podrá remitirse, por ejemplo, a su "brillantísimo" ensayo Occidente contra Occidente, libro publicado en 2004, en el que el filósofo asegura que "los manifestantes contra la guerra pensaban con los pies" (página 90), y que "la caída de Bagdad inaugura un nuevo mundo estratégico" (página 91).

A todo atento lector también le resultará chocante que en su libro Glucksmann no expresara pena alguna por los cientos de miles de civiles iraquíes que murieron como consecuencia del embargo económico impuesto durante 12 años por Estados Unidos y Gran Bretaña, o por los iraquíes, kurdos e iraníes masacrados por Sadam Husein en los años ochenta, bajo el tácito patrocinio de los mismos individuos que luego cometerían este crimen de agresión.- Daniel Mielgo Bregazzi. Madrid.

Por una vez estoy de acuerdo con André Glucksmann. Más allá de su habitual palabrería confusa y pretendidamente provocadora, creo estar de acuerdo con su tesis central: todos haríamos muy bien en considerar el conflicto palestino-israelí como un conflicto local, en el que no está en juego ni la "supervivencia de Occidente" ni la de "Oriente", incluidos sus "valores" respectivos.

Por el contrario, deberíamos de una vez por todas analizar dicho conflicto como lo que es: un proceso de descolonización inacabado, en el que se enfrentan dos concepciones antagónicas. Por un lado, la concepción usual, comúnmente aceptada, según la cual dichos procesos tienen como objetivo la autodeterminación de la población autóctona. Por otro, una concepción ciertamente singular, según la cual determinadas personas, pertenecientes a cierto "pueblo" -definido en torno a criterios fundamentalmente religiosos-, tienen derechos especiales sobre el territorio en cuestión, independientemente de su lugar de nacimiento.

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