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Reportaje:ALMERÍA | Clara Sánchez | CRÓNICAS DE LA VIDA

Tierra de experimentación

A finales de los años setenta, una amiga y yo cargamos las mochilas en un caluroso julio madrileño y nos marchamos a un cámping situado en la playa de Mojácar, un pueblo blanco y escalonado y de costa sin apenas construcciones. Como suele ocurrir, la fama de ser un lugar sin machacar por el turismo empezaba a atraer al mismo. Fuimos en tren hasta Almería y allí tomamos un autobús que nos dejó a varios kilómetros de nuestro destino, un detalle importante porque era el mismo camino que había que recorrer el día de vuelta cargando con las cerámicas que iba a comprar en Níjar, incluso con una enorme manta bordada en negro sobre fondo rojo, que aún conservo. ¿Cómo pude con este peso sobre mi escuálida espalda de entonces? Compruebo, admirando un bonito frutero y otras piezas que han sobrevivido a estos años, que había una artesanía muy creativa, medio tradicional y medio moderna. En casi todas se encuentra el símbolo del Indalo, esa figura que parece dibujada por un niño pero ideada por un adulto. Ni al mejor publicista se le habría ocurrido una marca de calidad tan simple e intrigante. Podría ser un cazador tensando un arco hacia el cielo. O, como piensan otros, sosteniendo el arco iris. O, puestos así de imaginativos, podría tratarse de la contemplación de una puesta de sol o de una noche estrellada. En todo caso, su creador ya no puede cobrar derechos de autor porque vivió en el neolítico y pintaba sus obras en las paredes de la cueva de los Letreros. Tradicionalmente, los mojaqueros, más bien tirando a supersticiosos, se protegían del mal de ojo y otros maleficios dibujando este "muñequillo" en las puertas de sus casas, lo que me está dando la idea de poner uno en la puerta de la mía, por si acaso.

Hay algo desolador y nostálgico en esta tierra que parece que siempre está poniéndose a prueba
En Rodalquilar se encuentra el cortijo del Fraile, donde sucedieron los hechos de 'Bodas de sangre'

Hubo un movimiento cultural indaliano. Y ahora hay un Pueblo Indalo que, aunque conserva la fisonomía del blanco a la cal del lugar y no se integra mal en el conjunto, no deja de ser una urbanización desde el punto de vista de unos ojos incapaces de distinguir ya una urbanización de otra en nuestros litorales. Tal vez una de las más conocidas y enormes sea Almerimar, en Roquetas, que al llegar todo el mundo pretende enseñarte. Por fortuna no se produce el abuso de torres de apartamentos, aprisionando las playas y al bañista hasta crearle claustrofobia, de otras zonas de nuestras costas, que sin llegar a su extremo, siguen los pasos de Beniyork. Desde luego, la democratización del veraneo ha sido uno de los grandes logros del pueblo. Ya son impensables aquellos tiempos en que sólo las familias bien podían refrescarse en el mar, instalarse en hoteles y hacer castillos de arena. A esta conquista se sumaron las demandas del turismo, a las que siempre nos hemos rendido con algo de paletería. O con bastante de sinvergonzonería y falta de escrúpulos si pensamos en la especulación escandalosa del suelo y los desastres urbanísticos, que siempre van unidos al mal gusto. Ojalá el escándalo de Marbella sirva de vacuna para que la enfermedad no se convierta en epidemia.

Pero centrémonos en Almería, en sus macrourbanizaciones y sus campos de golf. Choca la proliferación de extensiones propias de la verde Irlanda en esta reseca tierra. Hay algo muy forzado y contradictorio en el nuevo paisaje. Es como si se hubiese enmoquetado un trozo de suelo pedregoso y polvoriento y se hubieran colocado encima unas figuras vestidas de blanco con viseras, que se supone que es esa apetitosa clientela, cuyo dinero va a gotear en forma de lluvia de monedas desde el constructor hasta el jardinero, pasando por el Ayuntamiento, el supermercado y la peluquería. Esperemos que el Indalo guarde a los responsables de Urbanismo de esta hermosa y a ratos salvaje costa de la tentación de sobreexplotarla y recargarla. Por lo pronto, la anunciada demolición del hotel El Algarrobito, construido en el Parque Natural del Cabo de Gata, es una buena señal, aunque sería más alarmante que nadie se hubiese atrevido a hacerlo.

A mi buzón de Madrid casi todos los días llega algún folleto con nuevas promociones donde se han hecho habituales términos como golf-resort, spa, beach club, donde se ofrecen las vistas a los hoyos casi con más efusividad que las vistas al mar, y donde se acaban pagando más el césped y los servicios comunales que los metros cuadrados. Pero nada más contemplar las extensas y verdes praderas, sobre todo se piensa en el agua. "¿Cómo es posible?", se pregunta, una, airada. Bueno, pues tendríamos que darnos un punto en la boca si, como se asegura, el agua que se utiliza en estos campos es reciclada, y consta que la mayoría tienen depuradora propia, lo que no quita para que su impacto medioambiental sea bastante agresivo al tener que eliminar vegetación y matorral que estorba y, con ellos, determinada fauna. Será que todo tiene su precio; la cuestión es quién acaba pagándolo al final, porque el turista se vuelve a su casa, pero los demás nos quedamos. Y hablando de turistas, ¡cómo han cambiado las cosas!, ahora no son ellos quienes eligen los sitios de vacaciones, sino los sitios a los turistas, y tienen que adaptarse a ellos. En cierto modo es lógico, nuestras costas se han nutrido de mucho consumidor de pollo asado y tropecientos en un apartamento, mucho borrachín de litrona y mucho pensionista rubio. Ya era hora de que llegasen señorones que no miran los precios de la carta y que dejan buenas propinas por seguir con su afición a los palos en un clima más cálido y bajo cielos despejados. Y parece que el turismo del golf es a este sector en decadencia como el césped al desierto, o como los dulces melones sin pepitas que se han conseguido en los invernaderos de la zona.

Y es que, en el fondo, Almería se está convirtiendo en tierra de experimentación. Y ésta podría ser otra vertiente de su personalidad. De hecho, el invernadero de la universidad es uno de los más avanzados de Europa y cuenta con la última tecnología. Aventurándome un poco, diría que Almería roza la ciencia-ficción. De hecho, siempre se habla de su paisaje lunar. Pues bien, cuando nos imaginamos una luna futurista colonizada por nosotros, la vemos con cúpulas transparentes donde crecen plantas nuevas. Desde luego, el que no es nuevo, sino antiguo, es el extraordinario tomate Raf o de "pata negra", que necesita unas determinadas condiciones de salinidad que sólo se dan aquí y que sale por un pico. Uno de estos tomates, partido por la mitad y aderezado con unas gotas del aceite de oliva de Tabernas, quita el sentido. Tabernas es un desierto pardo y gris donde se rodaban películas del Oeste. Bueno, pues en algún lugar de ese desierto hay olivos de donde se extrae ese aceite dorado que está compitiendo mundialmente con los mejores.

Cuando en aquel verano de finales de los setenta vine a Mojácar, un amigo me regaló para el viaje Campos de Níjar, de Juan Goytisolo, un precioso libro de viajes en forma de relato del género de Viaje a la Alcarria, de Cela. Entre las páginas se introducen fotos de la época en que está escrito, 1960, algunas reconocibles ahora mismo como un caserío cerca de Las Negras, cercado por cerros y montañas marcianas, y las de cactus autóctonos tipo pitas y henequenes, que se ven por todas partes. Pero, por fortuna, han desaparecido de los lavaderos del pueblo las mujeres haciendo la colada, y también han desaparecido los pañuelos de sus cabezas. Sin embargo, hay que lamentar que el sufrido burro de otra foto ya no podamos verlo por ninguna parte, lo que lleva a pensar que cuando algo cambia, siempre se pierde algo. Por supuesto, en el libro de Goytisolo no hay campos de golf, pero sí el pueblo de Rodalquilar con las minas de oro que le dieron fama, y esperemos que algo de dinero a los mineros. Su explotación, iniciada por los romanos (como la del mármol y otros recursos mineros), tuvo su apogeo en la posguerra fundamentalmente para surtir a las arcas del Estado.

Por lo que Goytisolo cuenta, a principios de los sesenta aún estaban en activo, aunque seguramente por poco tiempo. Dice que, "escalonados en la pendiente de la montaña, varios depósitos brillan al sol intensamente rojos. Allí se decanta y lava el cuarzo aurífero que los camiones acarrean en la mina, antes de pasar a los secaderos. Al pie de los estanques, la ganga ha invadido el valle y forma un extenso lodazal resquebrajado y amarillo". Ahora son ruinas. Ni el rojo es tan intenso, ni el amarillo del oro es apreciable, pero se comprende que debió de serlo. Quizá la luz apagada del atardecer le quita brillo, pero le da misterio.

Llegamos a Rodalquilar unos amigos almerienses, que hacía tiempo que no venían por aquí, y yo, y con la puesta de sol nos quedamos extrañados y fascinados. Frente a nosotros, en una roca, se encarama una construcción de cemento gris que parece los restos de una civilización avanzada, pero arrasada por su propia tecnología. Si se asciende hacia allí por unas escaleras mareantes, se pueden contemplar las piscinas o lavaderos del mineral, que hemos dejado abajo. La vista es inquietante y distinta a todo. Son circulares como plazas de toros y se conectan entre sí por canales. A la derecha hay una más elevada y pequeña. Por dentro tiene forma de laberinto, y se sube a ella por peldaños estrechos. Uno diría, si no supiese de qué se trata, que estas construcciones encierran un carácter religioso y que en el ruedo pequeño y laberíntico, esa desconocida civilización haría ritos de iniciación o sacrificios. No nos aventuramos más arriba y, de hacerlo, habría que tener cuidado con no tropezarse con algún pozo oculto en la maleza.

También la minería del hierro dejó de funcionar y, con ella, el ferrocarril vinculado a su transporte, dejando a su paso estaciones, cargaderos, algún tramo de vías... Un reguero de trastos que la vida va dejando atrás, como los decorados del spaghetti western, como tal vez mañana, cuando se invente algo mejor, los invernaderos, ya peligrosamente amenazados por las grúas de las constructoras, del mismo modo que ellos, cual monstruo descontrolado, se han ido comiendo lo que han encontrado a su paso.

En la misma ciudad de Almería, en el muelle, se conserva un hermoso recuerdo de aquel pasado, el Cable Inglés, un cargadero de mineral de principios del XX al estilo Eiffel. Se dice que el polvo del hierro que quedaba en el aire al volcar las vagonetas sobre los barcos sumía el entorno en un color rojizo. Unas canteras que, sin embargo, parecen inagotables son las de mármol de Fines, Ulula del Río y Macael, de una calidad excepcional, apreciado desde los fenicios, aprovechado por los linces de los romanos y empleado por árabes en la construcción de la Alhambra y la mezquita de Córdoba. Y también está presente en El Escorial. Sus variedades y colores se pueden apreciar en el Museo del Mármol de Fines. Cuando el almeriense habla de sus tomates, su aceite, de la gamba roja, del mármol, incluso del vino, lo hace de una manera que dan ganas de salir corriendo a comprarlo. Es un arte que tiene en su particular forma de hablar y en su acento con mucha soltura, como casi todo lo andaluz, pero de una forma un poco más jugosa que el resto, dejando que las palabras se empapen un poco en la boca. También cuenta la gran convicción con que lo dice. Te llega la impresión de que en su casa tiene una encimera de mármol y que ha probado y visto todo lo que sale de sus labios.

Cerca de Rodalquilar se encuentra el cortijo del Fraile, donde sucedieron los hechos que García Lorca recrea en Bodas de sangre. Por si alguien siente curiosidad, se puede decir que la obra de teatro es bastante fiel al argumento general de la tragedia real. Aquí en el cortijo vivía Paca Cañadas, que estaba prometida con Casimiro Pérez sin estar enamorada en uno de aquellos apaños entre familias. El auténtico amor de Paca era un primo suyo, Paco Montes, que la rapta a caballo la noche anterior a la boda. Con la mala suerte de que un hermano de Casimiro se entera del ultraje y, para lavar su honor, espera a los amantes en el cruce de uno de estos polvorientos caminos y mata al primo enamorado. Anticipándose a Hollywood, Lorca captó las posibilidades dramáticas de las pasiones surgidas en un decorado natural tan extremo y sin concesiones.

Hay algo desolador y nostálgico en esta tierra que parece que siempre está poniéndose a prueba. Frente a las playas y sus intrincados complejos hoteleros de piscinas azules, donde los niños se desahogan y los padres tratan de relajarse en las tumbonas, hay una fuerte sensación de vida pasada que trata de sobrevivir entre las lomas peladas como los cactus entre las piedras.

Hotel en construcción en la playa del Algarrobico, en Carboneras, dentro del Parque Natural del Cabo de Gata. Será derribado.
Hotel en construcción en la playa del Algarrobico, en Carboneras, dentro del Parque Natural del Cabo de Gata. Será derribado.JOSÉ MANUEL VIDAL
Cargadero de mineral de Almería, más conocido como <b>Cable Inglés.</b>
Cargadero de mineral de Almería, más conocido como Cable Inglés.FRANCISCO BONILLA
El cortijo del Fraile fue testigo de los hechos reales que García Lorca narró en <i>Bodas de sangre.</i>
El cortijo del Fraile fue testigo de los hechos reales que García Lorca narró en Bodas de sangre.CRISTÓBAL MANUEL

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