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Reportaje:POSTALES DE VERANO | Castellón

Con flores al Inglés

Desde diciembre, Castelló de la Plana ya es una capital de provincia rigurosamente homologada. El problema de Castelló es que nadie se la tomaba en serio y todo el mundo parecía contento con la sola posibilidad de evocar sus glorias pasadas, como la anécdota de antes de la guerra en que Azorín la proclamaba la capital cultural del País Valenciano. Es bonito acordarse de esos extremos, pero nos dejan un poco melancólicos. ¿Qué le ha pasado a la capital de La Plana para haber destruido, en sólo setenta años, todo su capital acumulado? Por supuesto que las administraciones de hogaño han corrido a paliar el déficit de base con grandes aventuras arquitectónicas, aunque luego el Espai d'Art se caiga literalmente a pedazos por fuera y por dentro y el Auditorio (que en julio recibió a Serrat) lo hayan construido sobre zona verde, con lo que en teoría -y con la ley en la mano- cualquier particular puede exigir su demolición...

Días antes de que abriera los lugareños se arracimaban ante las grandes cristaleras

No tiene suerte Castelló, eso es evidente. Por eso hay que agradecer a una de las más boyantes empresas estatales que, en diciembre, situase en el mapa la capital de la provincia más montañosa de España (todo un destino en lo universal, si bien se mira). En diciembre, en efecto, quedó inaugurado, junto al Parque Ribalta, El Corte Inglés.

Dice Jorge Wagensberg, en su nuevo libro de aforismos, que el hombre es individualmente inteligente y colectivamente imbécil. Me pregunto qué tiene esto que ver con esa masa de lugareños que, días antes de que el gran monstruo abriera sus puertas, se arracimaban como ovejas sin pastor ante las grandes cristaleras de entrada. Fue un espectáculo muy emocionante, que a algunos nos permitió filosofar sobre hasta qué punto una pobre capital no está simbólicamente completa si no se yergue el cubo del Inglés en cualquier solar finalmente revalorizado.

Otra cosa es, qué quieren ustedes que les diga, si a los señores propietarios de este gran negocio les están saliendo las cuentas. Hay que comprender la mentalidad del comprador castellonense, que antes que comprador -y lo siento- es castellonense, es decir, un poco gallego. Cualquiera se pierde en esas flamantes escaleras mecánicas y le entra una especie de morriña y luego, cuando viene el caso, se olvida de comprar -que es, como me decía un antiguo profesor de religión (y, sin embargo, bastante buena persona), como ir a misa y no comulgar-.

Hace tres años justos, escribí en este periódico otro artículo sobre Castelló, titulado El caso del limpiabotas, que inmediatamente mereció las iras de la presentadora de una televisión local (hija de un notorio franquista, ya fallecido) y su corte de los milagros. Ni qué decir tiene que tengo una ilusión bárbara por volver a probar suerte. Me encantaría estar en boca de esos fachas cabreados (y perdón por la redundancia), porque en Castelló uno no es nada hasta que no le ha insultado Wenley Palacios o Josety se ha equivocado con su nombre. Es triste, pero es así: la antigua "capital cultural" de Azorín hoy está en manos de los nietos del General Mola -pero a mí me molaba más lo otro, qué quieren que les diga-.

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