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NUESTROS CLÁSICOS

Alcachofa de Benicarló

La alcachofa es un cardo, bien lo sabemos. Pero a diferencia de su padre, o sea, el tallo, está exenta de rudas nervaduras y agrestes amargores; por el contrario, está llena de suaves y dulces matrices, tal como le cantó aquel genio de la poesía que se llamaba Pablo Neruda, quien le dedicó una oda cuyo final reza: Así termina / en paz / esta carrera / del vegetal armado / que se llama alcachofa, / luego / escama por escama / desvestimos / la delicia / y comemos / la pacífica pasta / de su corazón verde.

Conocida, cultivada y consumida desde la remota antigüedad, fue bendecida por los grandes cocineros, y el mismo Apicio -romano de pro- en su De re coquinaria le dedica todo un capítulo, el XX de su libro III, que dedica a las verduras, y en que con el título de "fondos de cardos" desarrolla siete recetas para mejor componerla, algunas tan sofisticadas como la que reza: Poner a cocer en agua los cardos, se cortan y se quitan las hebras. Después mezclar con ellos sémola hervida, huevos, garum y pimienta. Preparar albóndigas con ellos, con piñones y pimienta. Ponerlos a asar en un redaño, rociar con garum y servir como si fueran albóndigas.

La variedad Blanca de Navarra es, de las muchas conocidas, la que mejor se ha adaptado a los suelos y climatología de nuestras tierras, plantándose en los principios de agosto y recolectándose de octubre a diciembre, y se le atribuyen, como al resto de sus hermanas, todo tipo de virtudes curativas -véase, depurativa, digestiva, secretora de las bilis y amejoradora de las dispepsias y aún de la arteriosclerosis- amén de las nunca bien ponderadas gastronómicas, que de todos son conocidas.

En Benicarló se cría la planta desde tiempo inmemorial, aunque en aquellos momentos criaban una variedad de la que se aprovechaban los cardets -o tallos tiernos-, base de la olleta benicarlanda, protagonista de la comida familiar en los ambientes rurales de la época.

De aquellos cardets devinieron las actuales alcachofas, de cuya calidad se hacen cruces propios y extraños, lo que le ha hecho merecedor de ostentar -solo a las que allí se cultivan- el distintivo de Denominación de Origen Benicarló. Lo cual no es extraño en una población cuyo escudo está blasonado por la representación del cardo que los alimenta.

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