Llegan más inmigrantes a la vivienda de San Blas que fue alquilada a 20 familias
La compañía eléctrica corta la luz por impago, pero los inquilinos vuelven a darse de alta
El número de inmigrantes estafados por el dominicano Juan Toribio, que alquiló a más de 20 familias el mismo piso, sigue aumentando. Ayer apareció en el domicilio del número 31 de la calle de Estocolmo (San Blas) Cristina, una inmigrante rumana de 25 años que también alquiló el piso y que debía entrar a vivir en septiembre. Por la mañana, la compañía eléctrica, ante la falta de pago, cortó la luz, pero los inquilinos volvieron a darse de alta. Han quedado en dividir entre todos los gastos y resistir lo más posible. "Es la única cosa que podemos hacer para que nos ayuden", dicen. El auténtico propietario del piso, con quien ayer habló este periódico, afirmó que ya ha denunciado a Toribio por subarrendar el inmueble.
La historia empieza a adquirir tintes de película de Berlanga. Mientras unas quince personas han decidido quedarse a vivir indefinidamente en el piso que les alquilaron fraudulentamente, siguen llegando otras víctimas de la estafa. Ayer se acercó a la casa Cristina Nicualae, una inmigrante rumana a la que Juan Toribio ha estafado 1.800 euros. "Alquilé el piso y me dijo que hasta el domingo no se quedaba vacío. Pero habíamos acordado que no entraría a vivir hasta el mes de septiembre", explica todavía estupefacta. Cristina se percató del engaño cuando vio en las noticias que la que iba a ser su casa estaba llena de inmigrantes. "Cuando ese señor me alquiló el piso, pensé que tenía suerte de haber hecho el trato con una persona tan simpática y seria", se lamenta ahora, recordando el buen hacer en el arte del timo que demostró el dominicano.
Ayer los inquilinos seguían con su vida en el piso de la calle de Estocolmo. Cinco familias están instaladas en él y continúan con su intención de permanecer allí hasta que alguien les dé alguna solución. Por la mañana, la compañía eléctrica cortó la luz de la casa. Pero sin perder la calma y el buen humor, acordaron darse de alta otra vez con la cuenta de uno de ellos. "Luego lo dividiremos entre todos, como el resto de gastos", explicaba uno de ellos.
El anterior inquilino, Juan Toribio, había dejado una deuda de luz de unos cien euros, pero los inmigrantes la asumieron y pagaron el alta. "¿Qué vamos a hacer? Quedarnos aquí es la única garantía que tenemos de que alguien seguirá interesándose por nuestro caso", decía Mauricio, que fue quien pagó la cuenta.
Mientras tanto, pasaron todo el día sin electricidad. La cocina de la casa es de vitrocerámica y en la nevera tenían gran número de alimentos. Esmilda, una inmigrante colombiana y madre de dos niñas pequeñas, andaba desesperada. "No puedo calentar el puré de la niña para darle de comer. Es desesperante, no entiendo cómo nadie nos ayuda", decía conteniendo unos lagrimones que asomaban por sus ojos.
Los vecinos, sin embargo, no están muy por la labor de llevarles un tupper o algún pastel casero para darles la bienvenida. "Estamos muy preocupados. No sabemos qué va a pasar. Nosotros también hemos pagado mucho dinero por nuestras casas y no es para que pasen estas cosas", protestaba una vecina mientras se dirigía a darse un chapuzón en la piscina comunitaria, donde el resto de bañistas no hablaban de otra cosa que no fuera el tema en cuestión.
El Ayuntamiento, de momento, tampoco piensa intervenir ni cree que tenga ninguna responsabilidad en el asunto. "Esto es un caso de estafa como muchos otros. Cuando se vea que hay algún tipo de problema social, intervendremos o ayudaremos como hacemos siempre", manifestaron desde la Concejalía de Empleo y Servicios al Ciudadano, al frente de la cual está Ana Botella.
Esmilda salió por la mañana, justamente para hablar de la situación con el Ayuntamiento, mientras Carmen Olimpia, otra de las inmigrantes que viven en el piso, se quedó al cargo de sus niños que no paraban de llorar. "Es que tienen hambre", se justificaba ante la imposibilidad de cocinar. Los hombres que estaban en la casa discutían en ese momento sobre la conveniencia de pedir comida china a domicilio o conformarse con una simple pizza.
Tomás, el portero de la finca donde se encuentra el inmueble de la estafa, amaneció ayer con la noticia que publicaba un diario de que él era el verdadero dueño del piso. "Sí hombre, ya me gustaría a mí", decía extrañado por la información.
Y mientras tanto, el verdadero dueño, que no quiere que se revele su nombre, seguía sin acercarse al piso que Toribio subarrendó a más de 20 familias de inmigrantes. "Yo he presentado una denuncia contra Juan Toribio por haber subarrendado el piso. Lo que suceda con las terceras personas deberá determinarlo un juez", manifestó ayer.
Su actual domicilio, en un pueblo de las afueras de Madrid, es donde decía Juan Toribio que la supuesta dueña del piso, que se hacía llamar Ramona y que era en realidad su esposa, pensaba mudarse. Su imaginación no tenía límites.
Ramona era Ingrid
La mujer de Juan Francisco Dalmiro Toribio Toribio, que se hacía pasar por la dueña del piso y que decía llamarse Ramona María Hernández Ortiz, es en realidad Ingrid Patricia Aycardi de Toribio. Una colombiana de Barranquilla, y no venezolana, como decía a los estafados, que lleva muchos años al lado de Juan Toribio y que conoce al detalle su historial como presunto timador.
Muchos de los afectados de origen colombiano ya apuntaron este extremo en varias ocasiones. "Yo soy colombiana, y esa señora no era venezolana. Seguro", advirtió Esmilda el primer día.
Ingrid estuvo trabajando en Miami como encargada de una tintorería que se llamaba The Silver Hanger. Ella y Toribio vendieron a un ahorrador el establecimiento, que no les pertenecía, por unos 40.000 euros.
El segundo apellido de Ingrid, es De Toribio, lo que indica que ambos habían contraído matrimonio. Siempre iban acompañados de dos menores. Los chicos aparecían en la fotografía que la pareja dejó descuidada en el domicilio en su precipitada huida. Ayer se desconocía todavía su paradero.
Los estafados aseguran que cuando les mostraron la casa por primera vez para alquilársela, los menores estaban dentro. Cuando pasaban junto a ellos, se tapaban la cara con lo primero que tenían a mano.
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