El gato negro
Desconozco si David Cañada es supersticioso, pero, si yo estuviese en su caso, desde luego que comenzaría a serlo. Y al presupuesto para gasas, desinfectante y apósitos añadiría algo más en concepto de amuletos.
No hará ni un par de meses que me entrenaba con un amigo cuando vimos a lo lejos a otro que circulaba en bicicleta anormalmente despacio. Lo alcanzamos enseguida y, como coincidió que fue en mitad de un duro repecho, aprovechamos para pasarle con el típico gesto burlón de ir fumándose un purito. Cosas y piques de ciclistas. Nuestro amigo levantó entonces los brazos con aspavientos de alegría. Ni que hubiese ganado alguna carrera, pensamos nosotros. Resulta que él es supersticioso. Así que, cuando vio a lo lejos que un gato negro cruzaba la carretera, pensó que lo mejor sería ralentizar. Por eso marchaba tan despacio. Estaba esperando a que le sobrepasase algún coche para burlar al destino. Sería otro el primero en pasar por aquella línea imaginaria que había marcado el gato en la calzada -no sé ni siquiera si fui yo o mi amigo, puesto que no vimos al gato ni tampoco sabíamos por dónde había cruzado- y así, al menos por una vez, podría él esquivar la mala suerte. A tanto llegaba su superstición que nos confesó que estaba dispuesto a pararse y esperar paciente hasta que pasase algún coche. No era la primera vez que le pasaba. En una ruta solitaria tuvo que dar media vuelta harto de esperar, nos dijo.
Desconozco si algún gato se cruzó ayer por delante de la escapada. Con 42 grados centígrados es más lógico que los gatos se dediquen a descansar en la sombra, pero uno nunca sabe. Si se cruzó alguno, también desconozco el color. Al parecer, el origen de la superstición está en la adoración de las brujas medievales por este animal, una adoración que ellas recogieron a su vez de los egipcios. Lo del color debe de ser, sin más, por las connotaciones negativas que siempre ha tenido el color negro.
Lo desconozco, pero sería una opción factible. Que en una escapada de seis caigan tres es muy pero que muy mala suerte. Dos al hospital con huesos rotos y uno ileso. Entendiendo ileso como llevarte un tremendo susto, un par de volteretas en el aire, un maillot manchado y unas cuantas piedras incrustadas en los agujeros del casco.
No se si hubo o no gato, superstición o no, pero mala suerte sí que hubo. De ésa hubo de sobra.
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