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Columna
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Noticias

Las noticias sudan mucho en verano. Llegan a los ojos de los lectores de periódico con la camisa empapada, el pelo húmedo, la respiración inquieta y una sensación de fatiga insoportable, de estar ya fuera de juego a las doce de la mañana. Las noticias reciben, por disciplina atmosférica, el calor de los hombres y las mujeres que salen a la calle dispuestos a matar, de los periodistas que cubren la información y escriben sus artículos en el sopor de las redacciones, del quiosquero que sufre las horas bajo la crueldad anunciada de los termómetros, del lector que baja a la playa y comparte los titulares del día con la arena de siempre y las carreras de los niños.

La compañía de las noticias trágicas es muy fiel durante todo el año, una vieja amistad que nunca falla, pero en verano parece como si sus palabras echasen arena en los ojos de la felicidad, al llegar a destiempo, fuera de lugar, con chaqueta gris, corbata deslucida y una cartera de cobrador de recibos imposibles, caminando junto a la orilla del mar azul, entre las espumas de las olas falderas y una brisa salada con olor a crema bronceadora.

Podríamos intentar que las noticias se pusiesen un bañador, pero no es cuestión de hacerse ilusiones. ¿Cómo estaría en bañador, por ejemplo, la noticia de que una bomba israelí de 250 kilos mata a un matrimonio y a siete de sus hijos en Gaza? ¿Qué tipo de piel y de barriga puede pasear por la playa la información de que ya son 200 las víctimas de los atentados de Bombay? ¿Qué cuerpo de mesa de camilla temblará en un titular que habla de un ataque de Hezbolá, en el que han muerto ocho soldados de una base israelí?

La verdad es que no se atreve uno a dejar en bañador a este tipo de noticias, y es oportuno que sigan con su traje de cobrador acosado por la tristeza, soportando el calor del mes de julio y la felicidad de los honrados veraneantes. Sería una ofensa para la condición humana el cuerpo desnudo de una crónica que nos explicase el significado de los 465 dólares que tienen de renta per cápita los países de la inmigración, las camas vacías de los africanos que llegan en pateras a las costas andaluzas.

Deberán seguir vestidas las noticias en verano, por mucho que suden, por mucho que haya un cactus sediento en la mesas del periodista que las escribe. Uno tiene la tentación de afirmar que Occidente es un espectáculo de mal gusto, un horror al desnudo, un gordo ridículo en bañador, con las tetas caídas y la nariz roja por el exceso de sol y de cerveza. Pero hay que vencer esa tentación, porque los cuerpos humanos siempre tienen algo noble, una carnalidad sincera, aunque los patrones de la belleza no los marque la gente vulgar que trabaja todo el año sin más aspiración que la de comer buenas paellas, llevarse bien en su matrimonio a la hora de la siesta y pasar un mes de vacaciones en un apartamento de la Costa del Sol.

Estamos demasiado cerca de Marbella, sabemos que la gente fea de verdad no está en la playa, sino en mansiones con piscinas particulares, y paredes con obras de artes que parecen falsas aunque sean verdaderas, y matrimonios que parecen verdaderos aunque sean falsos, y algunas hijas deslumbrantes, delgadas, altas, delicadísimas, que se han acostumbrado desde niñas a respirar el dinero de sus padres, hasta convertirlo en belleza corporal. Gente fea, amiga de los dos presuntos asesinos de un gobernador ruso, detenidos el miércoles, mientras blanqueaban el dinero de las mafias en negocios de alto diseño. Gentes vulgares que devoraron el paisaje con apartamentos para seres vulgares, hasta hacerse multimillonarios, y poco a poco vivieron el tránsito de la barriga popular al vientre posmoderno de las pasarelas. El mundo es muy literal, demasiado literal, demasiado dogmático, empeñado en recordarnos no sólo los negocios que hay detrás de cada hambriento, o detrás de los 23 asesinados chiíes de Irak, sino también detrás de las urbanizaciones de lujo en un día de calma azul. Ningún aparato de aire acondicionado puede evitar el sudor de las noticias en verano.

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