Chalaneo a la granadina
Mercado gana la primera etapa pirenaica en Pau, en la que los grandes favoritos llegaron en pelotón, salvo Mayo
En la salida, una avezada periodista australiana quiso entrevistar a Vladimir Karpets, el gigante ruso. "¿Hablas inglés? ¿Hablas italiano? ¿Hablas...?". Perpleja ante las diferentes caras de extrañeza con que le respondía Karpets, la australiana buscó ayuda con la mirada a su alrededor hasta que encontró a uno que le hizo de intérprete. Tampoco pudo aportarle mucho, la verdad. Toda la logorrea expresada en lengua inglesa chocó con el lacónico español del ruso, con cuyas respuestas emitidas a cinco preguntas sólo se podría construir una oración: "Las etapas de los Pirineos sólo servirán para ver cómo están las piernas porque hasta los Alpes no se decidirá nada". Y se fue corriendo Karpets, sin despedirse, la australiana con la palabra en la boca, porque su mujer, Tania, había llegado con su hijo Erik y no la veía por ninguna parte.
Vista la etapa, y a menos que se fuera español o francés, más razones había para el certero laconismo ruso que para la errada exaltación australiana. Si no se era francés o español, la primera etapa pirenaica -la de los tremendos Soudet y Marie Blanque, tan alejados de la llegada que se convirtieron en mera anécdota salvo si uno se llama Iban y se apellida Mayo, que encontró en el primero, en su terreno, en el País Vasco del norte, su perdición- sólo sirvió para que los favoritos, el enorme pelotón de los que creen que pueden ganar el Tour, se miraran las caras, se analizaran, se midieran, se aburrieran, siguiendo al rodillo alemán de color magenta que responde al nombre de T-Mobile. El equipo del líder, Serguéi Gonchar, el equipo de uno de los mayores favoritos, Andreas Kloden, controló la fuga desde lejos todo el tiempo, no pudo evitar la pérdida del maillot, pero mostró su poderío, su forma plana de entender el ciclismo. Todos, incluido Karpets, se adaptaron al tran-tran de su tren. Sudaron, evitaron perderse en la niebla, buenos pastores llevaban, se citaron para hoy.
Por delante, de la fuga de 15, llegados los puertos se destacaron dos, un granadino, Juan Miguel Mercado, y un francés de Saint Étienne, Cyril Dessel. Coronado el Marie Blanque, los dos se encontraron como Delgado e Hinault hace 20 años: ante ellos 40 kilómetros llanos hasta Pau y la certeza de que Dessel, que ya se había asegurado el maillot de rey de la montaña, se vestiría de amarillo, como Hinault en 1986. Entonces, entre el bretón y el segoviano, el entendimiento fue rápido, un simple gesto y ambos de acuerdo: para uno, el liderato, para otro, Delgado, la etapa. La diferencia, aparte de la temporal, era que ni Mercado es Delgado ni Dessel, Hinault. Y tampoco creen que puedan ser como ellos y aunque lo intentaran tampoco llegarían tan lejos. Mercado, hijo de la razón práctica, quiere ser, como mucho, como Virenque, el último francés rey de la montaña, ganar su etapita al año, lograr el maillot de lunares con la misma táctica con la que el francés lo logró en 2004: escapadas lejanas los días de grandes puertos, puntos a porrillo. Dessel, más tocado por la razón heroica, en cambio, quiere ser como Voeckler, el último francés que vistió de amarillo en el Tour, también en 2004: un ejemplo de combatividad y lucha.
Dada la chocante personalidad de los protagonistas, el chalaneo que se estableció entre ambos a 10 kilómetros de la llegada, cuando ya estaba claro que entre ambos se decidiría la victoria -ya Landaluze, el último de sus rivales, había tirado la toalla-, estaba condenado al fracaso. "Tú ya tienes amarillo y lunares", le dijo Mercado. "Déjame a mí la etapa". Y Dessel respondía que no con la cabeza. Nuevo intento. Nueva negativa. Tercer y último intento del granadino. Tercera negación de Pedro. "No, que tú ya has ganado una etapa del Tour y yo quiero saber lo que se siente", le medio explicó a Mercado. "Pues tú te lo has buscado", le respondió el ciclista de Armilla, un hombre que tiene un sexto sentido para salirse con la suya en los momentos más complicados -como ya comprobó en sus carnes Txente García Acosta, a quien derrotó en la antepenúltima etapa de 2004- y que descaradamente se puso a rueda del francés, presuntamente más rápido, los últimos kilómetros.
Así entraron en Pau. Dessel delante, Mercado, el casco delineándole la línea de los ojos, casi cegándole, detrás. Así siguieron hasta los últimos 300 metros, cuando Mercado, despendolado, dando patadas a los pedales, descabalado, reunió todas sus energías y superó, en el sprint más feo que pueda imaginarse, también el más gozoso para el ganador, al francés que no entendió el chalaneo a la granadina.
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