Ola de ciudadanismo
Parecería que un nuevo fantasma recorre el panorama político catalán: el ciudadanismo. En pocos días, a la ya consabida presencia de Ciutadans pel Canvi, se han sumado los ex babelianos, que dejando atrás su corta temporada como Ciutadans de Catalunya, han decidido convertirse en ese extraño compuesto de Ciutadans-Partit de la Ciutadania en edición bilingüe. Y por si fuera poco, se anuncia para dentro de unos días, la presentación de Força Ciutadana, una nueva formación política de la que sólo sabemos que está impulsada por medio millar de profesionales de diversos ámbitos, ideologías y asociaciones civiles. Evidentemente, no todo es lo mismo bajo la referencia ciudadana común, pero en algunas cosas hay coincidencias significativas (parte del diagnóstico sobre el funcionamiento del sistema político), mientras que en otras las distancias son manifiestas (los motivos desencadenantes de la movilización, y las respuestas que se apuntan).
Ciutadans pel Canvi surgieron en 1999 con un doble objetivo: contribuir a generar el acceso a la presidencia de la Generalitat de Pasqual Maragall (como símbolo de un cambio entendido como necesario en la dirección de la política catalana) y hacerlo desde formas políticas no convencionales, más innovadoras, menos vinculadas a las dinámicas de partido y con mayor protagonismo ciudadano. Siete años después, no hay duda de que ha sido significativa su presencia como buenos profesionales en distintas políticas sectoriales, tanto conformando el núcleo esencial del gobierno en la sombra maragalliano en el último periodo pujolista como en la nueva Administración del tripartito. En el ámbito de la renovación política, los resultados han sido más discretos. Han hecho y hacen esfuerzos en esa línea (veánse las iniciativas que mantienen en relación con la democracia en la Red, el federalismo, los presupuestos participativos... www.pelcanvi.org), pero no han sabido o querido poner más de relieve un perfil propio y autónomo del PSC. Al final, si hemos de hacer caso de las declaraciones de algunos dirigentes socialistas como Joan Ferran, el peso institucional de "los recién llegados" resulta insoportable para "los de toda la vida... que nos sentimos [dice Ferran] como el príncipe destronado". El líder de la federación socialista de Barcelona apunta asimismo que se rebela "contra el estereotipo que asocia partido con cutrerío, rigidez y dogmatismo, y a Maragall y a sus Ciutadans con apertura y heterogeneidad". Lo más probable en la nueva fase montilliana es que su peso institucional adquiera una nueva dimensión a la baja, aunque el indudable buen hacer profesional mantenga a algunos en posiciones de gestión significativas de repetirse el tripartito. Pero, al margen de avatares individuales, es evidente que la experiencia exige repensar si son fórmulas como las aplicadas las que permitirán renovar las formas de actuación y de protagonismo ciudadano.
El nuevo partido emanado de la plataforma Ciutadans de Catalunya insiste también en renovar las formas de hacer política. Su flamante presidente, Albert Rovira (después de ser elegido tras una apretada votación digna de cualquier congreso de partido), afirmó: "Este partido nunca debe dejar de ser un partido de ciudadanos, sea quien sea el presidente o su secretario. Nunca entraremos en el juego de decir lo que no pensamos ni comportarnos como políticos profesionales". Trabajo no les faltará ya que si quieren, como afirman, avanzar en "otra forma de hacer política, basada en la solución de los problemas", deberán ser capaces de dar respuestas concretas a la compleja situación de la Cataluña actual desde parámetros que vayan bastante más allá de los asuntos de la lengua o de su rechazo al nacionalismo. Y por ahora, más allá de las referencias habituales a la educación y a la lengua (las mismas ya expuestas en la etapa Babel), pocas cosas es posible rastrear para saber cómo van a concretar su "liberalismo progresista" en las respuestas que brinden a "los problemas de la gente". Su futuro político es más que dudoso, sobre todo cuando una vez introducido el asunto en la agenda, y con Montilla como líder socialista, algunos deben de estar pensando que sus objetivos han sido cumplidos y que ya no resulta muy claro qué hacer con esa gente movilizada en toda España a la que se le ha prometido renovaciones por doquier.
La incógnita de Força Ciutadana presenta signos comunes con lo aquí expuesto si hacemos caso de las primeras declaraciones de su portavoz, el abogado y periodista Ignasi Rubio. Parece que su programa no parte de ideología concreta alguna, sino "que busca soluciones de gestión a los problemas sociales de los ciudadanos". Como hace Ciutadans-Partit de la Ciutadania, desconfían de las etiquetas derecha-izquierda e insisten en la necesidad de contar básicamente con los conocimientos de los profesionales de cada sector para abordar "los problemas de la gente". Su logotipo recuerda la famosa canción de los Sírex La escoba, como manera de expresar su rechazo a la continuidad de los que no mantengan sus compromisos. Cada candidato depositará su renuncia firmada (cosa que, por cierto, los reglamentos parlamentarios no permiten) como garantía de que los que no cumplan se irán a casa.
Es evidente que esa oleada de ciudadanismo, con todos los matices diferenciales ya apuntados, se basa en algo real. Los procesos de desafección democrática son fácilmente constatables, sea de manera cuantitativa o cualitativa. La distancia entre instituciones y personas, el autismo del debate político, la actividad partidista con tendencias corporativistas claras, no son inventos de unos meros advenedizos o resentidos. El sistema democrático, en su versión actual, parece que sólo está interesado en la importante cuestión de los límites del poder y de su renovación periódica por vía electoral, dejando a un lado el ideal y los valores de la democracia como manifestación popular del poder, como igualdad política y social. Los ciudadanistas surgen de esa sensación de dominio avasallador de las instituciones, y reclaman mayor peso directo, mayor presencia sin interferencia ni dominación. Pero, hasta ahora, el problema es que el diagnóstico acaba siendo afrontado con una respuesta que más bien forma parte del problema. Si la respuesta es crear "partidos de ciudadanos" como forma de atajar el "secuestro democrático de los partidos", a lo mejor deberíamos plantearnos si nos hemos equivocado de pregunta. Los partidos siguen siendo necesarios, pero frente a los problemas que plantea su mayor o menor falta de renovación, deberíamos buscar respuestas autónomas, distintas en su forma y en su contenido. Movimientos y organizaciones que entren en diálogo y conflicto con partidos e instituciones, denuncien sus contradicciones e inconsistencias, y colaboren en construir alternativas realistas y transformadoras.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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