"Catalunya, obra nostra..."
El 16 de julio de 1978, fue fundado el Partit dels Socialistes de Catalunya -PSC-PSOE- por la unificación de tres partidos: el PSC-Congrés, el PSC-Reagrupament y la Federació Socialista de Catalunya-PSOE. Cuentan los libros que esta unión no impidió que coexistiesen desde el principio, en el nuevo partido, dos tendencias representativas de dos concepciones del socialismo, procedentes de distintas tradiciones históricas. La procedente del PSC-Congrés, que -según se dice- halla sus raíces en el catalanismo, el anarcosindicalismo y el movimiento cooperativista, al tiempo que es anticentralista, antiestatista y autogestionaria; y la procedente del PSOE, que es descrita -más austeramente- como continuadora de la tradición obrerista, estatista y laica.
Pero la realidad era mucho más simple. El pacto mediante el que se fusionaron -al inicio de la Transición- el PSC-Congrés (unos cuadros universitarios, catalanistas, de procedencia mayoritariamente pequeño burguesa y con modestas perspectivas electorales) y la Federación Catalana del PSOE (una gran masa de votantes sin líderes locales significados) fue una fórmula inteligente y realista. Dotó de legitimidad catalanista a la formación política mayoritaria de els altres catalans y aseguró a sus recién aterrizados dirigentes un respaldo electoral que no se habrían atrevido ni a soñar. Piénsese que, aún en la actualidad, el PSC-PSOE tiene su afiliación implantada, de manera homogénea y fuerte, en cinco comarcas que suponen el 80% de la población de Cataluña (Baix Llobregat, Barcelonès, Maresme, Vallès Oriental y Vallès Occidental), todas ellas con una fuerte presencia inmigratoria española. Lo que explicaría -para muchos- la gran abstención socialista en las elecciones autonómicas, que hizo posibles las sucesivas victorias nacionalistas de Jordi Pujol, impensables en las elecciones generales y en las municipales de los grandes núcleos urbanos.
La unión provocó tensiones. Hasta el Congreso de Sitges en 1994 -16 años después de la fundación- el predominio de los universitarios catalanistas procedentes del antiguo PSC-Congrés se mantuvo incólume en todos los órganos del partido. Fue en Sitges donde dejó oír su voz, de forma ya decisiva, la generación de dirigentes locales de origen inmigrante que, tras la victoria socialista en las municipales de 1979, habían desempeñado con éxito cargos de responsabilidad en los ayuntamientos. A partir de aquel momento, esta generación de capitanes -que ya ocupaba buena parte de la estructura del partido- fue ganando progresivamente amplias cuotas de poder en los órganos de dirección. La peripecia personal de José Montilla ilustra este proceso.
Y es precisamente desde la perspectiva que brindan estos hechos, desde donde debe ser valorada -en un triple sentido- la candidatura de Montilla a la presidencia de la Generalitat:
1º. Se hace normal a nivel político lo que es normal a nivel de calle. Cataluña es un país con una fuerte cohesión social que, consecuentemente, goza de una acentuada permeabilidad, puesta de manifiesto en el mundo de la empresa y de los negocios, así como en el entramado asociativo y societario. Resulta por ello lógico que lo que es normal a nivel de calle -la presencia indistinta e indiscriminada de catalanes de origen y procedentes de la inmigración en todas las áreas e instancias- sea también normal a nivel político.
2º. Se reconoce, sin excepción alguna, la plena integración en la política catalana de los inmigrantes llegados a oleadas tras la guerra civil, al tiempo que se aporta la prueba más evidente de la vitalidad del movimiento catalanista, capaz de integrar a unas masas ajenas en principio a su ideario. Dicho en corto y por derecho: la designación de Montilla como candidato constituye la prueba plena de que el lerrouxismo ha sido erradicado de Cataluña. Josep-Maria Puig Salellas lo ha visto con enorme lucidez: "El PSC no es, por ejemplo, el PSE, porque en Euskadi no han existido, y sí aquí, els nois de Sant Gervasi, un curioso grupo social formado en la Universidad de Barcelona de los años 60 y 70, que, de repente, con todos los gastos pagados, habían descubierto un señor que se llamaba Karl Marx. Pero -¡pocas bromas!- porque estos chicos, hijos de buena casa, se han salido con la suya. Porque, conscientes o no y desde un gran empirismo, han acabado imponiendo su catalanismo, un catalanismo que necesariamente había de ser contenido, porque era una ideología que no compartía el otro sector del partido; en definitiva, la gente que, elección tras elección, fielmente les daba sus votos". Este catalanismo contenido se ha encarnado en la reivindicación de un autogobierno definido como autogestión de los propios intereses y autocontrol de los propios recursos.
3º. Y, en esta línea, se formula -por último- una apuesta decidida por la "Catalunya, obra nostra", entendida esta expresión en el mismo sentido con que la utilizó -en 1907- el socialista mallorquín Gabriel Alomar, es decir, concibiendo a Cataluña como el fruto del trabajo constante y discreto de toda su gente, contrapuesta a la "Catalunya mare nostra" que se agota en la contemplación ensimismada de la tradición.
Nada es fácil en la vida y tampoco lo es en política. El resultado electoral es incierto. Pero, suceda lo que suceda, la propuesta de José Montilla como candidato constituye un acierto grande, por ser un paso decisivo e irreversible en la normalización plena de la política catalana. En Cataluña ha pasado lo que -antes o después- tenía que pasar.
Juan-José López Burniol es notario.
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