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Alemania 2006
Columna
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El infierno era después

Juan Cruz

En aquel entonces murió un futbolista que era muy joven y que acababa de fichar por el Real Madrid. Se llamaba Herrerita. En el álbum de cromos le pusimos una orla oscura a su retrato de muchacho soliviantado por la fama súbita. Los álbumes se renovaban cada año y nosotros llegamos a sabernos de memoria no sólo la alineación del Barça, que era el nuestro, sino la de muchos equipos que hicieron de los cromos el abecedario de nuestros héroes.

Por aquellos años, el fútbol era el sonido de los domingos y de los miércoles y había héroes que vivían para nosotros tan sólo esos días, y en los cromos, y en la radio, y eran como los colegas que iban con nosotros a la escuela y animaban la pobreza cotidianay nos hacían participar de la gloria de ganar y de perder con ellos sin salir de casa, tan sólo escuchando el aparato de radio.

Los futbolistas no hablaban, casi; hablaba Helenio Herrera, o hablaban José Luis Lasplazas, Vicente Marco o Julián Mir, o Juan de Toro. O Santiago Bernabéu. En Sevilla había un locutor, Juan Tribuna, u otro, Salvador Recio, que despertaban casi de madrugada para contar qué debíamos saber de la Liga lenta y espaciada de entonces. A veces escuchábamos, en Radio Peninsular de Barcelona, a Ricardo Pastor, que emitía sus pronósticos en verso, y la palabra sabio se reservaba a Acisclo Karag, que adivinaba los resultados de las quinielas. Casi todo lo que sonaba en el aire de aquellas tardes infinitas tenía que ver con el fútbol y, cuando no había fútbol, parecía que iba a venir el infierno, con su humedad y su silencio. En el pueblo, el único sonido que se escuchaba venía de las inmediaciones del cementerio y era el de los patadones sin sentido que ahuyentaban los balones del área enemiga.

Los héroes tenían nombre propio, diminutivos (Herrerita, por ejemplo) o apellidos vulgares que se asociaban a nombres que les daban aires memorables: Eulogio Martínez, Julio César Benítez... Nos sabíamos los nombres propios porque muchas veces los deletreaba Matías Prats y supimos también entero el de Benítez porque, después de una resurrección futbolística, murió de una intoxicación feroz. Martínez también murió: había dejado de ser héroe y habitaba en el olvido. Lo mató su propio automóvil. Por aquellos años también escribía Martín Girard (luego se encarnó en Gonzalo Suárez, que este Mundial ha resucitado como el mejor seudónimo de la crónica deportiva del último medio siglo)...

Cuando preguntan por qué vemos el Mundial, por qué amamos el fútbol, siempre pienso que era porque nos hacía creer que el infierno no iba a venir nunca. El fútbol era la gloria y unos cuantos héroes. El mayor era Kubala. Zidane se le parece.

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