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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El maestro del juego

Santiago Segurola

Si el Mundial elige al jugador del año, el Balón de Oro es para un futbolista que se retira esta semana. Zidane sólo encuentra rival en otro veterano incombustible. Vieira ha emergido como un coloso después de la temporada más difícil de su larga carrera. Tampoco Thuram ha desmerecido de sus compañeros de generación, la que se impuso hace ocho años en el Mundial de Francia y que ahora desafía todos los pronósticos con un juego excelente. La selección francesa juega como nunca, con la misma energía que en los viejos tiempos, pero con más variedad de recursos. Lo esencial de su éxito no es otra que el juego, así de sencillo.

Por encima de otros valores -el poderío atlético del equipo, la perfecta organización, la capacidad competitiva que ha mostrado en un periodo de incertidumbres y críticas-, Francia ha enviado el mensaje que Brasil olvidó hace mucho tiempo. Un equipo sabe jugar; el otro, no. Brasil puede reunir a la mayor colección de habilidosos, rematadores, veloces y famosos futbolistas. Sin embargo, no puede hacer lo básico: jugar al fútbol. Su declive recuerda al alemán. Por justificar los resultados, Brasil ha dañado algo parecido a la ecología. El país que alumbró a Pelé, Didí, Gerson, Rivelinho, Tostao, Falcao, Junior, Sócrates y Zico produce ahora futbolistas que no comprenden el juego.

Zidane, en un ámbito diferente al del Madrid, ha regresado como dominador de la escena
Ronaldinho no se sabe el abecedario, aunque el Barça ha hecho todo lo posible para ayudarle

Una paradoja presidió el partido de Francfort. No eran Ronaldinho, Kaká o Adriano los herederos de la fabulosa tradición brasileña. Fueron Zidane y Vieira, dos maestros del juego que remitieron al fútbol de toda la vida, al fútbol que se les supone a los mejores, a los más inteligentes, a los que se saben de memoria todo el abecedario del juego. Poco importa si las críticas han realimentado su carácter competitivo, si la cohesión del equipo francés se ha multiplicado en medio de la hostilidad o si los más veteranos se han conjurado para defender su enorme prestigio. Lo sustancial es que todas esas cualidades se han manifestado porque saben jugar.

Zidane se ha reencontrado con el jugador que dominó la escena del fútbol durante varios años. Lejos de ofrecer destello, su influencia ha sido masiva en los dos últimos partidos. Los más complicados, por cierto. A la vista de sus actuaciones, cuesta creer su deterioro en el Madrid, donde se ha sentido cada vez más alejado del fútbol. Anunció su retirada porque no quería arrastrarse. Declaró que sus dos últimos años habían sido decepcionantes. Era un hombre fatigado. En un ámbito diferente al que le ha ofrecido el Madrid en este periodo de caos, ha regresado un excepcional futbolista. Lo mismo ha ocurrido con Vieira, cuyo portentoso despliegue atlético ha estado acompañado por una enorme inteligencia defensiva, una claridad de cirujano en el juego de ataque y la personalidad de un gran líder. A su lado, y al de Thuram, los jugadores franceses se han sentido protegidos en todos los aspectos. Francia ha sido el único equipo que ha crecido durante el Mundial. Más que crecer, ha despegado. Se lo debe a sus estrellas, los brasileños de verdad.

El mundo del fútbol se pregunta con el mismo asombro por el regreso de Zidane a la cumbre y por el fracaso de Ronaldinho, el jugador destinado a protagonizar el torneo. Uno de los tópicos recurrentes de los últimos años ha sido la superlativa influencia de Ronaldinho en el Barça. Por lo visto en el Mundial, es más probable la otra teoría. El Barça mejora mucho a Ronaldinho. Mientras Zidane se encuentra con los elementos necesarios para ofrecer lo mejor de su repertorio en la selección francesa, Ronaldinho no ha tenido ninguna influencia en Brasil. No sólo no ha mejorado al equipo, sino que ha evidenciado sus peores defectos: la trivialidad, la falta de recursos para tomar decisiones inteligentes y sencillas, el desconocimiento de su lugar en el campo. Todo aquello, en fin, que tantas sospechas generó durante su etapa en el París Saint Germain. Este Mundial tiene muchas lecturas, pero una afecta al Barça, a su estructura, a su modelo de juego y a su entrenador. Por razones diferentes, tanto Ronaldinho como Messi deberán estar eternamente agradecidos a un equipo que ha sacado lo mejor de ellos como futbolistas. A Ronaldinho, porque le ha escondido sus defectos para multiplicar sus cualidades. Todas sus quejas por su ubicación en la banda izquierda pierden sentido ante la ofuscación que ha demostrado. Ronaldinho no se sabe el abecedario, aunque el Barça ha hecho todo lo posible para ayudarle.

El fracaso de Ronaldinho es el derrumbe de un modelo peligroso para Brasil. Juega mal desde hace muchos años, pero los éxitos han fortalecido los peores vicios. No está preparado para jugar: los laterales corren y chocan, los centrocampistas no pueden dar un pase, los delanteros se obligan a inventar en cada jugada. La caja mágica ha despoblado a Brasil de sus viejos y grandes centrocampistas, jugadores de todo el campo que deslumbraban por su inteligencia creativa. Por su sabiduría, en definitiva. El éxito y el mal juego han sostenido un ataque ecológico al país del fútbol. Ni juego bonito, ni juego tan siquiera. Mal juego en este torneo. Mal fútbol desde hace muchos años. A Alemania también le ocurrió. Fue de éxito en éxito hasta el desastre total. Los alemanes terminaron por parodiarse a sí mismos: sus jugadores cada vez fueron peores y su modelo se volvió de un simplón insoportable. A Brasil le ocurre lo mismo, pero por otro costado. La herencia de Pelé, Gerson, Tostao y Rivelinho no consiste en la banalidad malabarista o en la voluntad de convertir en genial cualquier jugada en cualquier lugar del campo. Los viejos maestros eran magos del fútbol porque sabían jugarlo como nadie. O como lo hicieron ayer Vieira y Zidane.

Zidane hace un <i>sombrero</i> a Ronaldo en presencia de Ronaldinho.
Zidane hace un sombrero a Ronaldo en presencia de Ronaldinho.EFE

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