Césped de importación
Steven Welch, el jefe de jardineros de Wembley, rastrea media Europa para arreglar el campo de entrenamiento de la selección inglesa en Alemania
Steven Welch, el jefe de jardineros del estadio de Wembley, se da un aire a Alec Guinnes. Es un caballero. Gasta un bigotillo fino que apenas se mueve cuando abre los labios y pasea como un terrateniente por los campos de Durendhal, los mismos en los que ayer se entrenó Rooney. El césped es su criatura. Lo ha puesto todo, "menos el sol y el agua, que son alemanes". Y se ríe.
Lleva desde el mes de marzo volando regularmente a Alemania. Guarda 24 billetes de avión en cuatro meses. "Cuando voy a Londres viajo más rápido que el Concorde gracias a la diferencia horaria", bromea. Le llamaron después de que la Federación Inglesa se percatase del pequeño detalle de que la única cancha de prácticas cercana al hotel de concentración era un patatal. Sin embargo, contaban con tres campos de golf. Una cuestión de preferencias.
Welch examinó la hierba y dijo que no le valía. "Nada de lo que había servía", explica con simpatía. El equipo local, el Saint Paul, milita en una división perdida. El jardinero ordenó que levantasen completamente el césped y dejasen la explanada con las tripas abiertas en canal. "Era un auténtico desafío, había hasta flores y malas hierbas por todas partes. Me preguntaron si podía convertir aquello en algo útil y acepté el reto", recuerda ahora con ese regusto de quien se sabe bueno en su oficio.
Se trajo a dos ayudantes y dejó otros dos encargados del fin de las obras de Wembley. Él compaginaba las dos tareas. Tuvieron que trasladar toda la maquinaria desde Inglaterra en costosos portes. Pero el verdadero problema fue el césped. "Lo más importante", subraya Welch. Primero, buscaron la materia prima cerca, por toda Alemania. No encontraron nada al exigente gusto de Welch. Después, probaron suerte en Francia. Mismo resultado, nada. Por fin, acertaron en Holanda.
El césped viajó desde los Países Bajos enrollado en tepes y conservado en cámaras frigoríficas a una determinada temperatura. Es un objeto de lujo. Necesita cuidados. Es el mismo tapete que cubre el estadio de Francfort, donde debutó la selección de Eriksson contra Paraguay. Una vez en Durendhal, tenían sólo dos meses para conseguir que prendiese. Casi imposible. Lo consiguieron. Pero no sólo eso, sino que creció incluso por encima de una pequeña y destartalada pista de atletismo que rodeaba el recinto. "Es tan bueno como uno de Primera División", dice Welch ante la mirada del periodista y de Juanjo López, de Canal +.
Por los márgenes se acumulan los enormes rollos. Son sobras por si necesitan reponer alguna pieza del puzle. También las líneas que delimitan el terreno de juego han llegado desde Londres. El verde "no es como el de Wembley, pero no ha quedado mal". A simple vista, es mejor que el de muchos equipos españoles de primer nivel.
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