Una tarjeta cada 6,5 faltas
En algún momento de la historia reciente del fútbol alguien debió de convencer a los dirigentes de la FIFA de que su contenido podía convertirse en el mayor objeto de consumo del mercado global del siglo XXI. En la libreta se apuntaron dos ideas básicas: construir un entorno atractivo y limpio para su asistencia en directo y, especialmente, para su retransmisión por televisión y, por otro lado, liberarse de una serie de atavismos muy radicados en el fútbol que afeaban el juego.
El primer objetivo se está cumpliendo de forma extraordinaria en Alemania 2006. Estadios nuevos de última generación, máxima seguridad, gradas llenas multicolores y sin incidentes ni bengalas, puntualidad, ritos, himnos, niños,... y una extraordinaria cobertura en directo (televisión, Internet, radio, prensa, móviles,...). Máxima calidad del envoltorio.
Con respecto al contenido, el fútbol, tenía que erradicarse todo tipo de recursos que perjudicasen al producto. Tolerancia cero a la violencia, las artimañas, el juego sucio, los engaños y otras pillerías propias del fútbol barriobajero que hiciesen que no ganasen los mejores. Para considerarlo había que modificar dos cuestiones íntimamente relacionadas: la figura del árbitro y la aplicación de las sanciones disciplinarias.
Los árbitros, impresionantes. Nueva indumentaria, porte de deportistas, excelente condición física, ni un átomo de grasa (son hasta guapos) y, por supuesto, ni una gota de acritud o autoritarismo. Pero la mano de hierro. El reglamento a rajatabla. ¿Errores? Por ahora siguen siendo humanos. ¡Ya veremos cuándo se incorpora totalmente la tecnología!
Mano de hierro que se manifiesta en el número de tarjetas amarillas sancionadas. La media de faltas en este Mundial no es muy diferente a las medias de las anteriores ediciones (alrededor de 35), pero una media de 5,5 tarjetas amarillas por partido en Alemania 06 es el récord de la historia de los mundiales y supone un incremento de más del 25% con respecto a las sancionadas en las últimas Copas del Mundo (4,1 en 2002; 4,0 en Francia 98). Lo que significa que en este Mundial cada 6,5 faltas se sanciona con una tarjeta, cuando en los anteriores se precisaron más de ocho faltas por sanción.
La pretensión de la FIFA con respecto a las tarjetas rojas es que los árbitros controlen el juego duro y violento, pero que las sanciones no decidan los partidos. Parece que en este Mundial, a pesar de la interiorización de este principio por parte de los árbitros y del autocontrol que ellos mismos se imponen, lo que en psicología de denomina el efecto de la consecuencia, no se está consiguiendo el objetivo puesto que la media de tarjetas rojas está siendo muy elevada (0,44; récord absoluto de la historia), en comparación con los 0,27 y 0,34 de las anteriores ediciones.
¿Cuándo se inició toda esta transformación? Aunque la progresión ha sido constante, se podría pensar que el Mundial de 1994 en EE UU fue el punto de inflexión porque se pasó del feísmo del Mundial de Italia 90 (durísimo, con poco juego y estadios vacíos en muchos partidos) al fútbol espectáculo de 1994. Algo parecido sucedió con los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84. Ya sería gracioso que el fútbol del siglo XXI lo haya programado un país que llama a ese deporte universal de otra forma.
Jordi Álvaro y Maite Gómez son profesores de Táctica y de Fútbol de la Universidad Europea de Madrid.
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