La prórroga y la justicia poética
Con el respeto debido, entre el fútbol mexicano y el argentino me quedo con el brasileño. Y luego con el argentino. Brasil está en ese periodo de transición que precede a sus grandes destellos y Argentina es ciclotímica, como su literatura. En un Mundial como éste, Argentina y Brasil son el orden alfabético, el sueño y la calidad, el porvenir y la furia, la felicidad y la esperanza. Si ellos estornudan, se acatarra el campeonato, y el sábado por la noche estuvo a punto de coger este Mundial una buena gripe. Para Argentina, que tiene en el fútbol casi las bases de su moral, habría sido una hecatombe, que México estuvo a punto de producir y, además, con merecimientos.
México hizo un fútbol mucho más autoritario, más eficaz; giró en torno a un gran capitán, Rafa Márquez, y difuminó a los argentinos con algunos mandobles que estuvieron a punto de congelar la sonrisa de Messi, que es el futbolista que sonríe hasta cuando cae abatido por las balas enemigas.
Vi el partido y, sobre todo, su prórroga, que es un espectáculo especial, en un bar de poetas, el que ha fundado en Madrid la hija de Carlos Barral, Danae. En la barra, tomándose un vaso de vino, estaba Ángel González, que iba por México, como su mujer, Susi Rivera. Vivieron allí, en el México norteamericano. Cuando Maxi Rodríguez desempató, este cronista enfiló hacia el televisor para engullir con ganas la repetición.
En el fútbol sólo deben ser imparciales los árbitros, excepto si son de Benin, como el que arbitró el desdichado (por su juego) España-Arabia Saudí del último viernes. Así que, acaso por la simpatía que despiertan Messi y Riquelme (este último parece haber enflaquecido, como si se hubiera echado a la espalda la melancolía argentina), lo cierto es que esperaba que la justicia poética favoreciera a Argentina en detrimento de México. Y ese gol de Maxi Rodríguez, un gol típico, perfecto, hecho con el tiralíneas de la desesperación, actuó como una reivindicación de una forma de entender el fútbol: antes el juego, luego la eficacia, que es una cosa de las prórrogas.
Son las mismas bases sobre las que opera Brasil, con una diferencia: hay en el juego brasileño un sexto sentido, el del humor, que atrae el éxito; el argentino tiene en las alas el plomo de la melancolía, y en eso Riquelme es el principal emisario. El susto del sábado les heló la sangre hasta que la prórroga vino al rescate.
Una coda final: de la última comparecencia del seleccionador español, Luis Aragonés, se puede entender todo: que llame de tú al Rey, que despierte las risas incluso cuando no habla. Pero ¿por qué le aplauden los periodistas en una rueda de prensa?
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