El tren de las risas
Las hinchadas convierten los vagones en espacios de alegría, convivencia y colorido
La inocencia perdida de la infancia tiene el mejor defensor posible en los cánticos de la hinchada mexicana. "¡A la bin! ¡A la ban! ¡A la bin-bon-ban! ¡México, México y nadie más!". O el más escueto: "¡Ra, ra, ra, México ganará!". Después, a medida que avanza el partido, la nostalgia va ganando terreno y los manitos entonan su ranchera más universal: "Ay, ay, ay, ay..., canta y no llores porque cantando se alegran, cielito lindo, los corazones". México ha traído de su país a cerca de 40.000 aficionados, la segunda hinchada más numerosa, tras la brasileña. En ambos casos han llenado Alemania de alegría, colorido y una sana pasión por la fiesta del fútbol.
Hay un esfuerzo evidente en los alemanes por ser amables con los visitantes. Lo están consiguiendo. Es su gran oportunidad de transmitir una imagen positiva. Los trenes se han convertido en la metáfora de esa Alemania que conserva los mejores valores, eficacia y puntualidad, e incorpora modernidad y progreso. Son espacios de convivencia en los que se intercambian canciones, charlas y camisetas. Y las estaciones, las Haupbanhof, ofrecen jaranas multiculturales en las que igual se regalan plátanos de Costa Rica que se bailan danzas africanas. El ejército suele estar atento, si bien apenas ha sido requerido. Salvo algunos enfrentamientos entre alemanes y polacos en Dortmund, el Mundial es un remanso de paz.
Al ritmo de jaranas multiculturales, se intercambian canciones, charlas y camisetas
"Viajo muy seguro", afirma un joven estadounidense tras ver caer eliminado a su equipo en la primera fase. "Creo que el Mundial ayudará a derribar los prejuicios que hay en mi país sobre los alemanes, a quienes todavía se les identifica con la Segunda Guerra Mundial", añade. Los estadios están siempre repletos, aunque se trate de un Serbia-Costa de Marfil con todo ya decidido. Las entradas son bienes muy preciados. Y carísimas cuando vienen del mercado negro, que es casi siempre. Los metros se abarrotan horas antes. Casi nadie paga, por cierto, porque nunca pasa el revisor. Los llenan seguidores de los equipos, pero también muchos germanos que lograron un boleto para ese encuentro. No porque lo eligieran en muchos casos, sino porque era ése el que podían adquirir. Muchos desembarcan antes de llegar al estadio: acuden a las Fan Fest, fiestas para los fans, en las que se comparte cervezas y algunos bailes.
Entre estos alemanes neutrales se observa cierta predilección por Argentina. Como no sea Ángel Cappa, es difícil, sin embargo, ver a un argentino que no viva exaltado un partido de su selección. El enardecimiento de Maradona y su gente es un espectáculo para las televisiones. Respecto a los mexicanos, los cánticos argentinos son más complejos y desgarrados. "¡Vamos, vamos, Argentina! ¡Vamos, vamos, que esta barra quilombera no te deja de alentar!", es uno de ellos, aunque no faltan otros ofensivos hacia su histórico rival, Brasil, informa Diego Torres: "¡Los de Brasil están de luto! ¡Son todos negros! ¡Son todos putos!". Los brasileños no contestan. Sus cánticos desembocan en el lado sentimental, informa Luis Martín. Los chicos prefieren bailar. Las chicas, presumir de saber bailar.
Como elementos de identificación con la tribu, la pequeña bandera pintada en la mejilla ya es un clásico. Los más atrevidos o necesitados de llamar la atención se pintan todo el cuerpo con los colores de su selección. A los estadounidenses les encanta colgarse sus barras y estrellas como capa, al estilo Supermán. Sobre todo, a los jóvenes, que lucen el torso desnudo. Musculoso, normalmente. En eso, los ingleses no tienen complejos. Se jactan de sus barrigas y carnes colgantes. A los ingleses, que cantan como nadie en los estadios, les ha dado esta vez por emitir un sonido muy gutural para reclamar la aparición del mesías Rooney, que venía lesionado. Los franceses, en cambio, se dedicaron en su primer partido a animar constantemente al joven Ribéry. Con pésimas consecuencias. Henry se puso celoso y lo culpó, por un mal pase, de haber sido el responsable del empate sin goles ante Suiza. Al siguiente encuentro, Ribéry se cayó de la alineación.
No se sabe por qué misterio antropológico, a los ghaneses les gustan los sombreros mullidos y grandes, con los verdes y amarillos muy chillones de su bandera. Así se les ve mejor cuando dan vueltas en círculo en señal de alegría. Como la prohibición estimula el gusto, las mujeres iraníes, sin permiso hasta hace poco para entrar en los estadios de su país, han acudido en gran número a los recintos germánicos. Su presencia fue casi igual a la de los hombres. Y vistieron, aquí que pueden, a la manera occidental.
La camiseta amarilla brasileña es un signo de distinción. Son cinco campeonatos del mundo para presumir. La lucen todos. Ricos y pobres. Viejos y niños. Las chicas las suelen preferir más ceñidas. Siempre hay un tambor en manos de un brasileño dispuesto a tocarlo en cualquier parte. La Marienplatz, de Múnich, por ejemplo. Comienza la samba y por la manera de bailar se sabe si se trata de un brasileño o de un invitado ocasional, australiano por ejemplo, cuyo ritmo nada tiene que ver con el que marca la música. Desinhibidos como son, los adolescentes australianos se empaparán completamente en la fuente aunque esté a punto de desatarse una tormenta. Son las hormonas alteradas. Es la fiesta del fútbol.
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