El 'modelo 82'
Puestos a elegir, lo de España es bastante cómodo. No gana nunca y, por tanto, no sabe lo que se pierde. Se sufre más cuando se ha experimentado alguna vez el éxtasis de la victoria. Es el caso de Italia, que lleva un cuarto de siglo, toda una generación, intentando disfrutar de nuevo aquel placer brutal de 1982.
Una y otra vez, los tifosi y sucesivas selecciones han soñado con la repetición exacta del crescendo que condujo a la gloria en el Bernabéu. Pocos recuerdan los campeonatos de 1934 y 1938. Aquellos títulos mundiales no sirven como modelo porque para reproducirlos con un mínimo de fidelidad habría que poner a Mussolini en el palco y contar con árbitros entregados a la causa, de esos que hoy por hoy sólo tiene garantizados el Juventus. El Mundial de España es, pues, la referencia obsesiva.
El modelo 82 comporta un problema: agudiza la angustia del aficionado hasta niveles difícilmente soportables, porque implica un arranque mísero, una insólita sucesión de casualidades, algún amaño y al final, sólo al final, una maravillosa floración de fútbol. Jugar bien de entrada no le sirve a Italia: lo probó en 1978, con la mejor selección azzurra que se recuerda, y no funcionó. Italia siempre ha necesitado tocar fondo para dar lo mejor de sí, y esa característica nacional forma parte de su ADN futbolístico.
Para tener esperanzas, Italia necesita presentarse a la competición con los fiscales a cuestas. En 1982 fue por el escándalo de las apuestas clandestinas; esta vez, por los árbitros juvedependientes. Primera condición, cumplida. Necesita también que nadie apueste un duro por los azzurri. El maestro Gianni Mura predice en La Repubblica que Italia vencerá a Ghana, empatará con Estados Unidos y perderá con la República Checa, lo que la conducirá al segundo puesto, al emparejamiento con Brasil y al regreso a casa. Por ahí también vamos bien.
Luego viene lo difícil. En 1982, la primera fase italiana osciló entre la sordidez y la abyección: empate a cero con Polonia, empate a uno con Perú y empate a uno (muy, muy, muy sospechoso) con Camerún. Italia siguió adelante por coeficientes y por chiripa, sin haber ganado un solo partido. En la segunda fase tocó Argentina. Gentile cosió a patadas a Maradona y los azzurri ganaron 2-1. Y por fin Brasil, la floración, el milagro, el 3-2 de Sarriá. A partir de ahí, final incluida, puro trámite.
Para atenerse al programa, Italia tendrá que esmerarse hoy en jugar de pena (el reto está a su alcance) y en mostrar una patética incapacidad goleadora. Si sale bien, la maniobra se repetirá frente a Estados Unidos y frente a los checos, de forma que todo el mundo se pregunte cómo un equipo tan peñazo puede pasar a la siguiente fase. Entonces topará con Brasil y, según los planes, ocurrirá la floración milagrosa: Materazzi, quizá ayudándose con una porra eléctrica, se encargará de Ronaldinho como Gentile se encargó de Maradona; y Paolo Rossi se reencarnará en Luca Toni.
Ya está. Mundial ganado. El fútbol, si se planifica bien, es más fácil de lo que parece.
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