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Entrevista:Franz Beckenbauer | Presidente del Comité Organizador | Alemania 2006

"El Mundial del 74 fue horrible"

Cuando hoy se siente en la tribuna de honor del Allianz Arena de Múnich, Franz Beckenbauer asistirá a su sexto Mundial como protagonista. A sus 60 años, El Kaiser ya ha participado en tres campeonatos como jugador (1966, 1970 y 1974), dos como seleccionador alemán (1986 y 1990) y el que hoy comienza como presidente del Comité Organizador.

Pregunta. ¿Cuál de todos estos Mundiales es el más importante?

Respuesta. El actual. Inmediatamente después de que Sepp Blatter abriera el sobre y anunciara The winner is Deutschland [el ganador es Alemania], yo dije que era un regalo caído del cielo. Este Mundial ofrece una oportunidad única para mejorar el país, sus infraestructuras y, sobre todo, su imagen ante el mundo entero. Queremos ser unos magníficos anfitriones.

"En el 86, sin experiencia, fui tan tonto como para ocuparme de asuntos menores como grifos que goteaban"
"Hace 32 años, tras el fracaso ante la RDA, nos pusimos a beber cerveza y a fumar y hablamos. Eso nos ayudó"
"Nos amenazaron con mandarnos a todos a casa. Siete días antes del primer partido, pactamos las primas"
"Hoy en día la selección nacional supone una agradable forma de salirse de la rutina diaria de los clubes"

P. Lo mismo se decía del Mundial de 1974. ¿En qué consiste para usted la diferencia?

R. Mi papel actual tiene implicaciones mucho más amplias, con mucha responsabilidad. En 1974 sólo tenía un objetivo: llegar a levantar la Copa del Mundo, nada más. Y cuando hago memoria de las primeras semanas, aquel Mundial fue el más horrible de todos.

P. ¿Por qué?

R. Empezó con el tira y afloja por el dinero, en el campo de entrenamiento de Malente. El seleccionador federal, Helmut Schön, se había olvidado de plantear a tiempo el tema de las primas que se pagarían. Con su carácter bonachón, siempre aplazaba todos los temas complicados o desagradables. A nosotros, los jugadores, no nos importaba, pues sabíamos que cuanto más se tardara en negociar, mejor sería nuestra posición.

P. La Federación Alemana de Fútbol ofreció 30.000 marcos alemanes, pero usted, como capitán del equipo, exigía 100.000. En los tiempos de Fritz Walter o Uwe Seeler tales exigencias resultaban impensables; jugar en la selección nacional era una cuestión de honor. ¿Cómo se produjo este cambio de mentalidad?

R. Lógicamente, durante años nos inculcaron que se trataba de una cuestión de honor. Pero nos orientábamos por los jugadores italianos y pensábamos: si la federación italiana se lo puede permitir, entonces la alemana también. El que alguien se atreviera a rebelarse dejó completamente atónitos a los funcionarios de la federación alemana. En Malente nos amenazaron con mandarnos a todos a casa y seleccionar a otros jugadores. Siete días antes del partido de inauguración acordamos finalmente la cantidad: 70.000 marcos.

P. Ahora las primas que se pagan por la victoria ya no parecen tener tanta importancia. ¿Se vuelve a jugar por el honor?

R. Los jugadores estrella ganan al año entre cinco y diez millones de euros, y pueden lanzarse al mercado jugando en la Liga de Campeones. Por eso, hoy en día la selección nacional supone más bien una agradable forma de salirse de la rutina diaria de los clubes. Hoy se participa en la Eurocopa y el Mundial con otra motivación distinta: los jugadores quieren medirse con los mejores del mundo.

P. En 1974 partían como favoritos, pero incluso tras su segunda victoria, ante Australia, hubo un sonado concierto de pitos porque la selección jugó lenta y sin ganas.

R. No había ningún tipo de alegría. El pesimismo que se respiraba desde el principio se había trasladado a nuestro juego. El problema central fue, seguramente, que durante cuatro semanas estuvimos acuartelados en Malente. En cualquier caso, el centro de entrenamiento no ofrecía mucho espacio para la evasión, pero luego también fue una época de importantes atentados terroristas en Alemania. Había policías en todas partes.

P. ¿Se acuerda aún de las habitaciones?

R. Acababan de instalar duchas y lavabos. Antes, en Malente, aún había duchas colectivas. Debido a las reformas, las habitaciones se habían quedado más pequeñas. Yo compartía habitación con Gerd Müller.

P. ¿Tenían televisor?

R. No había ni televisor ni teléfono. Había un teléfono público en el vestíbulo y otro teléfono en la oficina, siempre bajo el control del director de la delegación. Y cuando uno quería llamar por teléfono, se quedaba sentado al lado controlando el tiempo. Dos minutos 38 segundos, y luego había que abonar el coste de la llamada. Este hombre no salía del despacho, miraba siempre el reloj.

P. ¿Qué pasó en el Centro de Entrenamiento de Malente tras el fracaso con la RDA? Usted volvía de Hamburgo. ¿Qué pasó después?

R. En el autobús reinaba el más absoluto silencio. Teníamos mala conciencia. Lo sentíamos muchísimo por el entrenador Schön, que era originario de Dresde. En los encuentros amistosos, él saludaba a todos dándoles un abrazo. Para nosotros no era ningún superior, era un amigo paternal. Después de este fracaso, Schön quería irse a casa, como siempre cuando pasaba algo así. Luego, los jugadores nos pusimos a beber cerveza y a fumar cigarrillos y estuvimos hablando claro hasta altas horas de la madrugada. Eso nos ayudó.

P. Cuando se perdió el Mundial de 1978 debido a su cambio al Cosmos de Nueva York, usted estaba más bien en declive como estrella de los medios de comunicación. ¿Había roto con Alemania o Alemania con usted?

R. La Federación Alemana había decidido que un jugador que jugaba en el extranjero no podía ser nombrado para la selección nacional. Luego se perdieron dos partidos preliminares, tras lo cual Helmut Schön me llamó por teléfono a Los Ángeles, a las cuatro y media de la madrugada, para preguntarme si había alguna posibilidad de que yo volviera. Pero no había ningún alto cargo de la Federación Alemana para solicitar al Cosmos que autorizara mi salida. Sólo se presentó el secretario general de la federación americana de fútbol, pero éste ni siquiera pudo pasar a hablar con el conserje. Entonces les dije: "No, me habéis demostrado que en realidad no os interesa que yo participe".

P. Seis años más tarde volvieron a preguntarle. Esa vez fue para que usted se hiciera cargo de la malograda selección nacional. Cajkovski, Zebec, Lattek, Weisweiler, Happel. Estos fueron los nombres de los entrenadores de sus clubes. Y en 1986, en México, ¿estaba usted bien preparado para el trabajo del Mundial?

R. Carecía de experiencia, y fui tan tonto como para ocuparme de asuntos menores como grifos que goteaban. Por añadidura, cometí el error de permitir que la prensa accediera al centro de entrenamiento del equipo. Aunque en el hotel habíamos establecido una línea de demarcación, no sirvió de nada. Era una lucha diaria contra los medios de comunicación, una lucha imposible de ganar.

P. ¿Y no sería que usted también se sentía frustrado porque el equipo no respondía a sus exigencias?

R. No. Me había llevado a lesionados de larga duración como Völler, Rummenigge, y también a Littbarski. Pensaba que los iba a poner a punto. Pero no funcionó.

P. A pesar de ello, ¿se sentía orgulloso con el rendimiento que este equipo tocado del ala había mostrado llegando hasta el final?

R. Ése fue el éxito más importante de todos. En comparación, el Mundial de 1990 fue un juego de niños.

P. Berti Vogts, entonces su asistente, dijo en 1990: 'Franz sólo lleva dos años siendo entrenador de verdad'. ¿En qué medida había cambiado usted?

R. Había aprendido mucho. En 1990 ya sólo me centraba en lo más importante: el equipo. Pero fue decisivo el haber conseguido un equipo muy bien coordinado. Una mezcla perfecta entre experiencia y juventud, con jugadores de ataque y jugadores de aguante. Todos formaban una unidad.

P. ¿Aparte de Jürgen Klinsmann, que ya entonces tenía fama de individualista?

R. Y lo era. Fue el único que planteó algunas exigencias especiales. Una vez se me acercó y me dijo: 'Entrenador, esta noche vienen a mi casa en Cernobbio unos amigos de Stuttgart'. Entonces le contesté: 'Bueno, vete, pero a las once tienes que estar de vuelta'. Jürgen necesitaba más espacio.

P. Tras el triunfo final contra Argentina en 1990, usted declaró ante el mundo que había comenzado una era alemana.

R. Nunca olvidaré aquella rueda de prensa. Alguien preguntó en un alemán bastante básico: 'Alemania Occidental, ¿ahora campeón del mundo? Señor Beckenbauer, ¿qué pasar si ahora también unirse jugadores del Este?'. Me entró la risa y contesté: 'Probablemente, durante años será imposible ganarnos'. A Berti Vogts no le hizo mucha gracia esa declaración. Pero fue una reacción espontánea. Es lo que ocurre cuando llegas a campeón del mundo. A veces te pones a hablar y puede que digas las cosas sin pensar.

Franz Beckenbauer.
Franz Beckenbauer.REUTERS

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