Coplas de Españas
Tenía una voz prodigiosa que llenaba de lugares comunes. Creció después de la edad de oro de la copla. Ya no estaban ni Quintero ni León ni Quiroga, y su voz potente, dramática, limpia y emocionante decía cosas que a muchos no nos emocionaban. Rocío Jurado nació en un tiempo, en un país en el que ya había cantado Concha Piquer. Ya habíamos escuchado las emociones de los desgarros del desamor. Pertenecían a la crónica sentimental de nuestros padres y Rocío, ¡ay mi Rocío!, venía envuelta en una españolidad demasiado tópica. Ella tenía mejor voz que ninguna, pero para los que crecimos con la voz de Bob Dylan esa cualidad no era prioritaria. Estábamos en otras cosas, en otras letras, en otras coplas. Y no era, por sus formas, su estilo, su vestuario y sus amores, cercana a muchos de nosotros. Me encantaba la chipionera, sobre todo en su recreación de las clásicas coplas, esas de las que hizo literatura y sentimentalidad el recordado Vázquez Montalbán. No me gustaba nada la diva que arrastraba una corte con demasiado ruedo ibérico. Y me gustaba menos cuando se le sumaba lo cosmopolita pasado por Miami. No, nosotros no éramos de ese mundo. Nos eran más cercanas Edith Piaf, Billie Holiday o Chavela Vargas. Ninguna tenía su voz, pero nos daba igual.
Para muchos de nosotros, una generación perdida para lo que se llamó, ¿se llama?, la canción española, las coplas de nuestro tiempo, las historias de amor y otras soledades, las letras de nuestras emociones las puso Joan Manuel Serrat. Sí, ese chico del Poble Sec, ese que tantas coplas había escuchado por los patios de vecinos, por las radios de los años oscuros, fue nuestro Rocío Jurado. Serrat es nuestra copla. Antes y después le acompañaron otros, otras, pero él fue quien puso la letra y la música de la tribu.
La noche en que murió Rocío estuvimos viendo, escuchando y cantando las viejas y nuevas coplas de Serrat en Madrid, en la intimidad de un teatro de la Gran Vía y en catalán. También cantamos en castellano. Al lado del Nano, con sus nuevas canciones, con otras que nos han acompañado veinte años más otros veinte. Allí estábamos andaluces, riojanos, vascos, madrileños o canarios. Escuché cómo hacía coro el ministro Juan Hernández López Aguilar con su compañera de partido Carme Chacón, venían de la sesión del estado de la nación, venían del Congreso y estaban particularmente felices y cantarines. Hay motivo.
Esa misma noche, a la misma hora, en la misma ciudad, estaba cantando otra de las grandes, Chavela Vargas, la mejor de nuestras coplistas del desgarro y de las noches metidas en copas y nostalgias. Era la quinta o la sexta definitiva despedida de Chavela en los últimos años, rodeada de los suyos, de Almodóvar a Sonsoles Espinosa, con la ayuda de otra coplista tan nuestra, Martirio, y en presencia de otra renovadora de nuestra copla, Concha Buika. Está claro que ni la canción ni la copla no se mueren con Rocío. Se muere una grande para muchos, renacen otras copleras para otros. A cada uno según sus necesidades, según sus coplas.
En mi semana más coplera, más musical, no me faltó la pura elegancia de un gitano de Almería que con su guitarra española ha sabido acercar uno de los mejores pianos de la historia del jazz, Bill Evans, al flamenco; se llama Niño Josele y nos regaló una noche entre el jazz y el más puro flamenco. A mi lado estaba Concha Buika, fascinada porque había estado ensayando con Chavela y tranquila antes de su concierto. A ella también le tocó en esta semana de coplas españolas en Madrid. Esta chica, que nos devuelve ahora las casi olvidadas músicas de nuestra infancia, las canciones que escuchamos cantar a nuestras madres, es un torbellino controlado, una frescura llena de intensidades. Un poco de drama y un poco de risa. Ella es el presente de la copla. Es negra, española de Guinea, residente en Mallorca, mujer con muchos blues en la calle, en los bares y ahora con muchas coplas para que un género que no quiere quedarse huérfano. Estoy seguro de que Rocío Jurado hubiera disfrutado con su estilo, con su forma de decir suave y profunda.
Para terminar la semana, otro coplero. Otro de nuestras músicas, nuestras letras, otro que nos hizo cantar a coro y que lo sigue haciendo. Raimon en el teatro Albéniz, un escenario que no se merece tan incierto futuro. Raimon, el de Diguem no, que esta vez dirá sí. Creo que después de tantos años de decir no, vienen tiempos de poder decir sí. Pues diguem sí. Y lo hago, digo sí, simbólicamente también por la memoria de Rocío Jurado y por las otras formas de entender las coplas en este país de todos los demonios, en este país de todas las Españas. Diversos son los hombres, diversas son las coplas.
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