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Columna
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Rocío Jurado, Melcón y Mencing

El jueves, 1 de junio, llega con el rayo jupiterino de la muerte de Rocío Jurado. A las 5.15 de la madrugada, esta artista cuya prodigiosa voz resiste la comparación, sin ir más lejos, con, por ejemplo, la de Frank Sinatra, La Voz, fallece tras una enfermedad que ha llevado con una impresionante altura moral. El velatorio queda instalado en el Centro Cultural de la Villa. Desde las once de la mañana hasta las ocho de la tarde, por la plaza de Colón, desfilan familiares de la artista, amigos, políticos, gente del espectáculo y unas 22.000 personas.

Y como la vida es una carrera de relevos entre las gentes más variadas, a las ocho de la tarde, cuando finaliza el velatorio, en el Círculo de Bellas Artes, Valentín Triviño, concejal de Cultura del Ayuntamiento de la toledana Esquivias, Howard Mancing, profesor de la Universidad de Purdue, de la estadounidense Indiana y quien firma estas líneas, presentamos la novela histórica La mujer de Cervantes (Word & Image), de María Luz Melcón. Embarcamos, pues, en la máquina del tiempo, y leemos en el capítulo VI de esta novela cuyos diálogos son espléndidos: "Avanzado ya el mes de junio de 1585...". Cervantes ha viajado, en el otoño de 1584, a Esquivias, donde va a conocer a Catalina de Salazar, su futura esposa. A Esquivias quedará vinculado, aunque resida en otras ciudades, para el resto de su vida. En la España de aquella época los ciegos cantan los romances que, con los siglos, desembocarán en las coplas que ha cantado Rocío Jurado.

El arte mayor de la novela histórica de María Luz Melcón reside en los diálogos

Valentín Treviño, que, según leo en www.esquivias.org -una recomendabilísima página web-, es también primer teniente de alcalde del Ayuntamiento esquiviano, habla de Cervantes con entusiasmo. Invita a los asistentes a visitar Esquivias, una villa de enorme importancia cervantina, aunque, obviamente, con menor reconocimiento que, por ejemplo, Argamasilla de Alba, y no digamos que El Toboso, cuya demolición perdonó, en su paso arrasador por España, Napoleón por ser la patria de Dulcinea. Esta hazaña cervantina se la oí contar, en diciembre de 2005, en el Círculo de Bellas Artes a un profesor, cuyo nombre lamento no recordar, y al preguntarle, al final de aquel acto, por la fuente de esta historia, me dijo que la cuenta Walter Scott.

Aunque habrá gente que no se lo crea, Howard Mencing es Howard Mencing y, por tanto, es uno de los cervantistas más importantes. Su The Cervantes Encyclopedia, en dos volúmenes, y de la que se han escrito las críticas más elogiosas, está pidiendo una traducción inmediata al castellano de Madrid, de Parla, de Móstoles, de Alcalá de Henares, que ayer visitaron los Príncipes de España, por ceñirnos exclusivamente al ámbito de la Comunidad de Madrid, como nos recomienda siempre nuestro fraternal hermano el arzobispo de nuestra archidiócesis: su nombre me lo birlan, por un encantamiento, los legionarios de cristo.

Howard Mencing, que ha escrito el prólogo de La mujer de Cervantes, dice que, en su extensa lectura de obras de todos los géneros literarios inspirados por obras cervantinas, cuando leyó la trilogía teatral compuesta por Boda en Esquivias, En casa de Quijada y La mujer de El Manco, de María Luz Melcón, sintió que los personajes eran vivos, reales, creíbles, y sobre todo cuando el lector los compara con los personajes que aparecen en tantas otras novelas recientes. La mujer de Cervantes es la versión narrativa de esta trilogía teatral.

El arte mayor de esta novela histórica reside en los diálogos, que copan, aproximadamente, el 85% del texto.

Decía Willy Wilder, el cineasta especializado en filmar obras maestras, que él no rodaría nunca una película de romanos porque no sabía cómo hablaban.

María Luz Melcón ha asimilado tan a fondo los diálogos del Quijote que sus personajes, hablando el castellano más artificioso, nos transmiten la impresión de que así debía hablar la gente de finales del siglo XVI.

Este espejismo literario también lo vivimos felizmente cuando leemos los diálogos de La Celestina, de La lozana andaluza y de tantas obras de Valle Inclán. Las prostitutas de La Celestina, que son incultas, hablan como si se hubieran criado leyendo a Aristóteles y, sin embargo, nos hechizan con su lenguaje que no se corresponde con su preparación cultural. Lograr que los personajes hablen así y nos resulten creíbles exige mucho arte. Y ¿qué tiene en común Rocío Jurado y un hispanista, como Mencing? Rocío Jurado y los hispanistas son los mejores difusores de nuestra cultura fuera de España.

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